Del shtétl a la ciudad de los palacios. Natalia Gurvich Okón

Del shtétl a la ciudad de los palacios - Natalia Gurvich Okón


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      En una pequeña ciudad de Polonia decidieron festejar los 80 años del rabino de una manera peculiar.

      Cada uno de los miembros de la comunidad lo obsequiaría con vino, para lo cual se había instalado discretamente un barril vacío en el desván de su casa y cada persona debía verter en el recipiente dos copas de vino.

      ¡Cuál fue su decepción cuando llegó a probarlo! Era sólo agua.

      Todos habían tenido la misma idea: entre tanto vino, ¿quién iba a darse cuenta de que habían vertido dos vasos de agua?

      §

      La bobe (abuela) no creía en Dios y contaba que dos amigos muy estudiosos habían hecho un pacto: el primero que se fuera le iba a avisar al otro si existía el más allá, pero si no regresaba, significaba que no había nada. El amigo que murió antes no regresó, de modo que la bobe solía repetir que a qué iban al shul, sis dortn gornisht do (ahí no hay nada).

      §

      Un padre solía pasear a su hijo por un parque que tenía una hermosa fuente. Cada vez que pasaban enfrente, el hombre le daba una moneda al pequeño para que la arrojara y disfrutara el sonido y el movimiento que producía en el agua.

      Pasaron los años y el muchacho creció y empezó a trabajar. Un día volvieron a aquel lugar y, al ver la fuente, el padre le preguntó:

      −¿Por qué no echas una moneda como cuando eras niño?

      A lo cual el joven respondió:

      −Antes la arrojaba porque era tuya, pero ahora que trabajo y sé lo que cuesta ganar dinero, sería muy tonto si lo tirara.

      §

      Un hombre fue a la sinagoga a solicitar el puesto de shámesh, pero no lo obtuvo porque no sabía leer ni escribir. Sin trabajo, el pobre se dedicó a ropavejero. Pronto su negocio prosperó y se convirtió en un rico comerciante.

      Tiempo después, volvió para dar un donativo, y los dirigentes del templo le preguntaron:

      −¿Cómo es posible que después de haberlo rechazado nos quiera usted ayudar?

      El magnate contestó:

      −Precisamente por eso, pues si ustedes me hubieran dado el puesto, seguiría siendo un pobre shámesh.

      Los viernes, en la sinagoga, una congregación jasídica solía cantar alabanzas para recibir el Shabes. En la comunidad había zapateros, carpinteros y en general gente muy sencilla. Una noche tuvieron el honor de recibir la visita de un jazn (cantor profesional). Su voz era tan hermosa que poco a poco los fieles dejaron de entonar sus cánticos y guardaron silencio para escuchar el recital. Esa misma noche el rabino tuvo un sueño. Los ángeles se le aparecieron lamentándose de que la noche del sábado no habían escuchado las bellas melodías de costumbre. El rabino respondió que no se había podido, ya que un jazn profesional había entonado los cantos con su potente voz.

      −Es posible −respondieron los ángeles−, pero aquí en el cielo no se oyó nada.

      §

      Un joven hereje se acercó al rebe jasídico de Kotzk y le preguntó:

      −¿Dónde vive Dios?

      El rebe le contestó:

      −En cualquier lugar donde lo quieran recibir.

      §

      Año con año, Móishele, el aguador, solía ir a Lublin a pasar Rosh Hashone. Sabía que el rebe lo recibía como a un príncipe y de esa manera recobraba fuerzas para resistir todo el año.

      En una ocasión, llegó a Lublin la víspera de la fiesta y, a diferencia de otros años, el rebe lo recibió con frialdad.

      −Móishele, no te puedo recibir −dijo−. Regresa a tu pueblo inmediatamente.

      −Pero, rebe...

      −No discutas, ¡es una orden! ¡Regresa a tu pueblo de inmediato!

      Y entonces el rebe, que solía ser tan cariñoso, le cerró la puerta en las narices.

      Ante tan inesperada e incomprensible actitud, Móishele sintió que el mundo se derrumbaba a sus pies y, con el corazón destrozado, emprendió el camino de regreso. Al anochecer se detuvo en una posada, donde se encontró con un grupo de jasidim. Estos hombres estaban relucientes de alegría ante la idea de reunirse con su amado rebe de Lublin. Móishele entró y se sentó en una mesa del rincón, triste y abatido. Al verlo, los jasidim lo invitaron a sentarse con ellos.

      −¿Por qué estás tan triste? −le preguntaron.

      −No entiendo qué pasó. Hoy mi benefactor, el rebe de Lublin, me prohibió el acceso a la sinagoga y me ordenó que regresara a mi pueblo justo en la víspera de la fiesta.

      Los jasidim lo invitaron a bailar, cantar y brindar. Todos lo bendijeron y le desearon larga vida. Cantaron y bailaron con tal fervor, que contagiaron a Móishele, cuya tristeza se desvaneció milagrosamente.

      Al amanecer, los jasidim invitaron a Móishele a regresar con ellos a Lublin. Lo rodearon entre todos y lo obligaron a subir a la carreta.

      Al llegar a la sinagoga de Lublin, Móishele advirtió que el rebe estaba en la puerta. En cuanto vio al aguador, el rebe se precipitó sobre él, lo abrazó y le dijo:

      −¡Me da tanto gusto que hayas regresado! Te esperaba, amigo mío.

      Confundido, Móishele preguntó:

      −Pero si ayer me echaste de la sinagoga, ¿por qué hoy sí me recibes?

      El rebe le respondió:

      −Ayer, cuando cruzaste el umbral de la sinagoga, vi al ángel de la muerte sobre tu cabeza. Pensé que era mejor que regresaras a tu pueblo a pasar tus últimos instantes al lado de tu mujer y de tus hijos. Pero cuando te encontraste a los jasidim, con la fuerza de sus cantos y el gozo de sus bendiciones hicieron que el ángel de la muerte se alejara. ¡Te espera una larga vida! ¡Lejáim y bienvenido!

      §

      Jaim, de siete años, subía una escalera eléctrica de la mano de su papá. De repente, al padre se le ocurrió subir por la escalera que descendía.

      −Papá, no puedo, es muy difícil subir cuando la escalera baja.

      Pensativo, le dijo a su hijo:

      −Qué verdad tan grande has dicho. Así es la vida: es fácil subir si la escalera sube, pero es difícil si baja. Este mundo es como una escalerota que desciende. Nosotros tenemos que tratar de subirla. Si nos quedamos parados, ella sola nos llevará abajo.

      §

      Rójele le preguntó a su abuelo:

      −¿Por qué algunas personas cuando enriquecen se vuelven egoístas?

      El abuelo la condujo a la ventana y le preguntó:

      −¿Qué ves a través del cristal?

      −Gente −contestó Rójele.

      Entonces el abuelo la llevó frente al espejo y le preguntó:

      −¿Qué ves ahora?

      −Me veo a mí misma.

      −¿Ahora entiendes? −dijo el abuelo−. Cuando ves a través de un cristal, ves a otras personas, pero si el cristal está cubierto con un poco de plata, sólo te ves a ti misma.

      §

      Había una vez un judío polaco muy pobre que arrendaba tierras al señor feudal. Un día se vio en aprietos y no pudo pagar la renta, por lo que no le quedó más remedio que ir a pedir una prórroga. Apesadumbrado, se despidió de su esposa y se encaminó al castillo, pero apenas puso un pie en el patio, unos feroces perros se abalanzaron sobre él, lo mordieron y le desgarraron toda la ropa. Por azares del destino, el noble había presenciado


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