Del shtétl a la ciudad de los palacios. Natalia Gurvich Okón

Del shtétl a la ciudad de los palacios - Natalia Gurvich Okón


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la Guemore que Hílel era muy pobre y trabajaba como leñador para ganarse el pan. Una parte de lo que obtenía lo empleaba para alimentar a su familia y, con la otra, pagaba al shámesh (ayudante en la sinagoga) de la casa de estudios para que lo dejara entrar y estudiar la Toire de boca de los grandes maestros Shemayá y Abtalión. Una mañana salió Hílel a vender su leña. Iba de casa en casa, pero no logró vender nada, ya que todos se habían preparado con suficiente leña para el invierno. Tenía frío, estaba hambriento y preocupado. ¿Qué podría hacer para alimentar a su familia? Y lo más importante de todo: ¿dónde conseguiría dinero para pagar al shámesh?

      Al caer la tarde, Hílel se fue a casa y comió el poco alimento que pudo encontrar. Después, según su costumbre, se dirigió a la escuela. Al llegar a la puerta, el shámesh le hizo la misma pregunta de siempre:

      −¿Dónde está tu pago?

      −No pude conseguir ningún trabajo hoy −murmuró Hílel−. Te pagaré mañana.

      −Si no tienes dinero, entonces no puedes entrar −le contestó severamente el shámesh.

      Hílel echó una mirada a su alrededor para buscar alguna solución. Y la encontró. No dejaría de asistir a la escuela, ni siquiera una tarde. Se dio cuenta de que sobre el techo había un tragaluz, y en el tragaluz, un pequeño agujero. Entonces subió sin hacer ruido y se tendió, poniendo su oído en el pequeño hueco.

      Mientras tanto, la nieve empezó a caer. Iba cayendo cada vez más y más espesa, pero Hílel estaba tan concentrado en lo que decían los sabios maestros que no se percató de que la nieve lo estaba cubriendo poco a poco hasta casi congelarlo. Algunos discípulos notaron que el salón se oscurecía y descubrieron que una sombra cubría la ventana. Cuando subieron a ver de qué se trataba, encontraron a Hílel entumecido y desmayado, lo bajaron y rápidamente le dieron calor. Hílel les contó cómo y por qué había llegado al techo. Conmovidos por tal avidez de conocimiento, los sabios profesores le rogaron que en lo sucesivo aceptara tomar las clases sin pagar.

      Años más tarde, Hílel llegó a ser director de esa misma yeshive.

      §

      En Pirquei Avot (libro que recaba la sabiduría de los padres o ancianos) está escrito:

      Cierta vez vio Hílel un cráneo flotar en el agua y le dijo:

      −Porque ahogaste a tu prójimo, alguien te ahogó a ti, y los que te ahogaron también serán ahogados.

      §

      En una ocasión el Góen de Vilna le preguntó al predicador de Dubno cómo lograba encontrar la parábola indicada para cada asunto, a lo que éste contestó:

      −Te voy a contar mi método con una parábola: había una vez un noble que decidió meter a su hijo a una academia militar para que aprendiera el arte de la mosquetería. Tras cinco años de arduo estudio, el muchacho aprendió todo lo que se requería. De regreso a su casa después de su graduación, pasó por una villa y notó que había una pared con círculos de gis y, justo en el centro de cada uno, un agujero de bala. Muy admirado, el joven se preguntó quién tendría tal destreza para atinar a cada blanco, y al indagar por tan hábil tirador lo dirigieron a la casa de un pobre niño judío. “¿Quién te enseñó a tirar con tanta precisión?”, lo interrogó el noble. “Es muy sencillo”, contestó el niño, “primero tiro y luego marco el círculo alrededor de los agujeros”.

      Después de contar esta historia, el predicador de Dubno concluyó:

      −Yo hago lo mismo: no busco una parábola especial para cada caso; por el contrario, cuando oigo una buena parábola o una historia sabia, la guardo porque sé que tarde o temprano encontraré una ocasión adecuada para utilizarla.

      §

      Rabi Akiva fue uno de los más grandes rabinos y maestros de la antigüedad, pero llegó a la madurez como un hombre ignorante que trabajaba como pastor para un hombre acaudalado llamado Kalba Shavua. Mientras andaba por los campos, reflexionaba y comprendía que había muchas cosas que no podía entender por falta de estudios y maestros. Sufría por no alabar propiamente a Dios y además le dolía no poder aspirar a casarse con Rójl, la hija de su patrón, de quien estaba profundamente enamorado. Pensaba que quizá si fuera erudito, el padre de Rójl podría aceptarlo como esposo de su hija.

      Rójl, bella y gentil muchacha, también lo amaba y, adivinando la sensibilidad e inteligencia del pastor, accedió a casarse con él en contra de la voluntad de su padre. Siempre lo animó a estudiar, y cuando rabi Akiva cumplió 40 años, ingresó a una academia talmúdica. Su mujer se quedó sola y tuvo que trabajar arduamente para subsistir y ayudar a mantener los estudios de su marido; en una ocasión, incluso se vio en la necesidad de vender sus hermosas y largas trenzas para sufragar los gastos.

      Gracias al empeño con que estudiaba, rabi Akiva se convirtió en un gran maestro y su fama se extendió por todo Éretz Isróel. Sus profesores estaban sorprendidos de la inteligencia de su discípulo; cada día tenía más alumnos. Por fin concluyó su preparación y pudo volver a Jerusalem al lado de su esposa. Una gran muchedumbre salió a recibirlo, y ahí estaba ella, pobremente vestida y con la cara y las manos maltratadas de tanto trabajo. Los discípulos, ignorantes de quién era, le impidieron acercarse, pero cuando rabi Akiva la vio, la abrazó emocionado y llorando dijo:

      −Todo lo que soy se lo debo a ella y hasta lo que son ustedes se lo debemos a ella.

      El Midrash (interpretación explicativa de las escrituras sagradas con el objeto de extraer alusiones legales) nos cuenta el suceso que cambió su vida, aquel que impulsó a Akiva a convertirse en el sabio más grande de su generación: en una ocasión, mientras caminaba, se encontró un agujero en una roca. Se preguntaba quién había hecho ese agujero cuando vio una gota de agua que caía, apenas rozando la piedra, y luego otra y otra. En ese momento encontró la respuesta, que era también la respuesta a su ambición de convertirse en un sabio. Y dijo:

      −Si el constante y suave golpeteo de la gota pudo horadar la dura piedra, con más razón la fuerza de las palabras de la Toire podrá penetrar mi suave corazón si estudio con constancia.

      §

      Había una vez dos condenados a muerte. Ambos eran amigos del rey. Puesto que el rey los amaba, quiso buscar la manera de ayudarlos sin romper la ley. Se le ocurrió la siguiente idea: se tendería una cuerda sobre un abismo y se les daría la oportunidad a los condenados de intentar cruzar al lado opuesto. Aquel que lograra cruzar sin caer, sería perdonado y dejado en libertad.

      Se procedió a permitir cruzar al primero, quien ante el asombro de los que observaban, logró atravesar exitosamente. Al ver esto, el otro condenado le gritó que por favor le dijera el secreto para poder cruzar sin caer. El que había logrado cruzar le contestó: no sabría cómo explicarte. Sólo te puedo decir que cuando veía que me inclinaba hacia un lado, me enderezaba y seguía caminando concentrado; es imposible decirte cómo hacerlo, tendrás que experimentarlo tú mismo.

      Con esta parábola, algunos rabinos solían explicar a sus discípulos que el camino para llegar a Dios y la espiritualidad era una experiencia única y personal.

      §

      Un jósid pidió una vez a su maestro, el rebe de Lublin:

      −Enséñeme el camino para servir a Dios.

      El tzádik repuso:

      −Es imposible decirle a los hombres qué camino deben seguir, pues se sirve a Dios enseñando, pero también orando; ayunando, pero también comiendo. Cada uno debe observar cuidadosamente hacia qué camino lo lleva su corazón y, cuando lo ha elegido, seguirlo con todas sus fuerzas.

      §

      El Baal Shem Tov, fundador del jasidismo, contaba que un rey escuchó que la humildad otorgaba larga vida, por lo que decidió vestirse con ropa vieja, se mudó del palacio a una cabaña y prohibió que le hicieran reverencia. Sin embargo, cuando se examinó a sí mismo honestamente, se dio cuenta de que se sentía más orgulloso que nunca. Entonces un filósofo le dijo:

      −Vístete


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