Corte. Igor Marojević

Corte - Igor Marojević


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sino por los femeninos, sobre todo por ti, ay, mi amor… ¡Karen-ci-ta!»

      En presencia del Invisible, Boss le recordó a la anfitriona que cuando la conoció recortó las mangas del uniforme para las SS y elevó la cintura más allá de las caderas, para que el Allgemeine fuese lo más parecido posible a las atractivas y estables curvas de Karen Frost.

      «Precisamente, durante aquellos años en que los germanos se mantenían en ayuno… preocupado por que el sexo pudiese matarlos, dada el hambre general, al rediseñar el uniforme conseguí crear la impresión de que las tropas de las SS estaban repletas de superhombres nórdicos de caderas estrechas, hombros anchos y largas piernas. Es decir, a imagen y semejanza de tu cuerpo, Karen —decía Hugo Boss—. Y tras realizar varios experimentos y alguna que otra estadística, resultó que el nuevo uniforme acentuaba la atracción física de los soldados. Algo que, gracias a ti, querida, tendría consecuencias muy positivas en la natalidad.»

      Frost parecía escuchar las alabanzas que Boss le dirigía, mientras se cuestionaba en sus adentros tanto la decisión de huir de él como la de establecer una nueva relación con Novak Maričić, que en aquel momento se encontraba en Zagreb tratando de sacar a su hermano de la cárcel. Pero apenas terminó con los cumplidos, el modista empezó a quejarse:

      «Puede que no toda la gente sea estúpida —dijo—, pero el 95 por ciento sí lo es, y aquí en Zemun lo son casi todos».

      Karen le preguntó si también se estaba refiriendo a los alemanes. Hugo Boss respondió que no, que los alemanes eran capaces de los mayores éxitos espirituales.

      «¿Quiere eso decir que te preocupa la estupidez de los demás?», preguntó Karen.

      La luz que apareció en el ojo de Boss se transfiguró en una lágrima, vertida según él, por su amigo Herold, un prisionero judío de un campo de concentración en Letonia. Hugo le dijo a Karen que sólo se calmaría diseñando el futuro uniforme de los ustachi inspirándose en su cuerpo.

      Si podemos publicar el material documental de este proceso seudoartístico, es gracias a la intrusión de nuestro camarada Der unsichtbare Mann, el Invisible, en casa de Karen Frost. De igual modo que les había sucedido a los dos guardias alemanes cuando lo condujeron a la Gestapo belgradense, Karen Frost y Hugo Boss no pudieron advertir al Invisible, escondido en aquella casa de la calle Belgradense.

      El diseñador se quejaba ante la periodista de que, en su ausencia, le faltaba la inspiración y le pidió que se desnudase para poder contemplar con detenimiento su pierna izquierda, la pierna en la que llevaba el tatuaje de una Hakenkreuz.[*] A la altura del pecho, en la parte superior derecha del uniforme, Boss quiso colocar una copia del símbolo que lucía en la pantorrilla de Karen. Sacó sus gafas de la bolsa de cuero, sus papeles, un lápiz y un metro para tomar las medidas del nuevo uniforme, dispuso todos estos utensilios sobre la alfombra y se puso las gafas sobre la nariz. Se acostó junto a Karen y comenzó a tocar con delicadeza sus grandes pechos. Al poco se detuvo y quiso apuntar algo, pero ella se lo impidió acariciándole la nuca; de modo que él se quitó las gafas, se volvió de nuevo hacia Frost y le pidió que levantase la pierna izquierda y la mantuviese en el aire todo el tiempo que le fuese posible.

      —En aquel momento —afirma nuestro interlocutor—, Karen Frost parecía más una chica seducida que una teutona valiente y madura. Si al principio Hugo Boss trató de concentrarse en diversas tareas estrechamente vinculadas con la confección del uniforme, poco a poco esa intención se transformó en deseo puramente carnal —continúa el Invisible.

      Poco después, Karen Frost y Hugo Boss yacían silenciosos. El modista confesó que le gustaba el amplio baldaquín de la anfitriona. Karen lo miró sin decir nada. Entonces él le dijo despacio que había que encontrar a alguien capaz de estilizar la esvástica de su pantorrilla y le preguntó a Frost si conocía a alguien en Zemun apto para hacer buenos tatuajes.

      «Hugo… has venido a mi casa para nada —le respondió Karen—. ¿A Zemun, también? Espero que no. —Y añadió—: ¿De dónde te has sacado que es menester ponerle una Hakenkreuz a los uniformes de los ustachi?»

      «Es cierto, tienes razón», dijo él.

      Quién sabe si en aquel preciso momento se le ocurriría rediseñar la esvástica con miras a aquella letra U con cuernos para el nuevo uniforme de los ustachi.

      «Cuantos más años tienes, más ingenuo y perverso resultas —le dijo Karen—. Yo era también así, pero cuando tenía dieciocho años.»

      A nuestro atento informador «invisible», Hugo Boss le pareció un niño cansado, y no un hombre que, en atención a su edad, casi podría ser el abuelo de Karen.

      Hugo Boss le pidió que por favor se pusiese unas medias y un tanga bordado que había comprado especialmente para ella. La ropa era negra, «hecha para mujeres reflexivas que se toman en serio tanto el sexo como el arte», dijo, y sacó las prendas de su bolsa de cuero. Karen las vistió e hicieron el amor. El Invisible aprovechó ese momento para robar y traernos de su casa el dinero con el que hemos cubierto los gastos de impresión de esta edición de nuestro periódico.

      EL FRACASO DE LAS NEGOCIACIONES

      Publicado en El verdadero guarda fronterizo.

      La tarde del 30 de mayo, en Zemun, en el piso de Karen Frost en la calle Belgradense, el periodista serbio de veintitrés años Novak Maričić dejó sin vida a dos colegas alemanes, impidiendo el plan de Neuhausen según el cual los nazis alemanes, los ustachi croatas y los miembros serbios del así llamado «Comité», se disponían a unirse para beber de la sangre del este de Bosnia. Lo único que Maričić iba a conseguir era la muerte de doscientos serbios de Zemun, si por el asesinato de dos periodistas alemanes se ponía en práctica la regla de la Vendetta 100/1.

      Aquella tarde, el periodista frustrado y miembro del Comité solucionó por la vía de las balas el debate dedicado al periódico El miembro del Comité. Cuatro balas le bastaron para sorprender con la muerte al militar y alto funcionario del DNB en Belgrado, Siegfried Frost (cincuenta y cuatro años), y a su mujer, ayudante e igualmente oficial Else Müller (cincuenta y seis). A él le descerrajó dos balas, una en el ojo derecho y otra en el brazo izquierdo. Las dos de su esposa fueron a alojarse en algún lugar detrás de su frente. Según parece, unidas en su tez aristocráticamente pálida, aquellas dos heridas formaron una mancha similar a un adorno indio femenino, de modo que en la sala de autopsia del hospital en Zemun, la señora Müller parecía una mujer bendita, una diosa de Oriente Medio.

      En tal tiroteo, sucedido en su propia casa, tampoco Karen Frost (veintinueve años) lo pasó demasiado bien […].

      En la primera comida compartida en casa de Karen Frost, la anfitriona le presentó a Novak a sus padres: Else Müller y Siegfried Frost, un matrimonio de expertos periodistas que le prometieron ayuda para poner en marcha el periódico con el que Neuhausen había planificado apoyar la ofensiva sobre el este de Bosnia. Maričić aceptó que la familia Frost & Müller participara en sus proyectos y que los tres figurasen como consejeros en la fase inaugural de El miembro del Comité. Novak transigió en muchos aspectos de su comportamiento diario que estaban previstos para proporcionarle una vida más cómoda, pero que al final sólo causaron la muerte. Y antes de matar a Frost y Müller y huir de la calle Belgradense, junto con otras cuestiones bastante complejas, Maričić había estado valorando la posibilidad de casarse con la hija de sus dos futuras víctimas.

      ACTOS DE DISCIPLINA

      Publicado en El guarda fronterizo (Graničar, Zemun),

      un periódico de los ustachi croatas.

      Anteayer por la noche, una escuadra de la seguridad pública de los ustachi que andaba tras los pasos de Novak Maričić en Batajnica, junto a Zemun, registró el piso de Monika Vranić, la excolaboradora de La disposición y otros zeitungen.[*] La operación, a pesar de haber sido cuidadosamente organizada, resultó infructuosa.

      Los ustachi, con el sargento Pavo


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