Corte. Igor Marojević

Corte - Igor Marojević


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dijo que se trataba de rumores infundados y que se había trasladado a Batajnica precisamente para evitar los insoportables cotilleos en Zemun. Los ustachi se disculparon por entrar en la casa y registrarla. Ella, a su vez, lo hizo por el desorden.

      Algo inesperado sucedió cuando los ustachi intentaron entrar en el lavabo. Domitrović vio que algo se movía allí dentro, reaccionó de inmediato y disparó.

      En el oscuro lavabo no se movió ningún bandido o animal, ni siquiera la palanca de la cisterna. A quien le había dado de lleno el sargento con su disparo era a Monika Vranić, que no había respetado las instrucciones de los ustachi: «Quédese en la cocina hasta que finalicemos con el registro», y había ido a orinar. Como también había desobedecido una segunda regla: «Los civiles no tienen derecho a utilizar chalecos antibalas», a pesar de que el disparo fue certero, Monika Vranić sobrevivió.

      Tras pedirle nuevamente perdón, le confiscaron el chaleco. Unos minutos después, dos jóvenes vestidos de negro salieron de la cocina con una pistola y una botella de aguardiente.

      —Siento haberla molestado y también siento haberle disparado. No puede usted ni imaginar cuánto lamento el trágico destino de su hermano —las palabras del sargento Domitrović estaban salpicadas de compasión—. Lo conocía bien, tuvimos el mismo patrón —dijo, refiriéndose a Hugo Boss.

      A continuación, Domitrović la interrogó sobre el arma que habían encontrado, pues no disponía de la licencia correspondiente, y también sobre el chaleco antibalas.

      —La pistola era el arma de reserva de mi hermano… y el chaleco antibalas, su chaleco antibalas de reserva. Conservar su pistola… y más todavía vestir una prenda que algún día él mismo llevó, son para mí el modo más completo… de evocar a mi hermano —dijo Monika Vranić.

      —De nuevo habla usted de forma ambigua, lo mismo que en su discurso el día de nuestro desfile en el centro de Zemun —dijo Domitrović—. Así que dígame, por favor, ¿qué quiere decir con eso?, y, sobre todo, ¿qué quiso decir usted aquel día del desfile, el 12 de julio?

      Monika aseguró estar demasiado agotada como para ponerse a discernir qué había querido decir el día del primer desfile de los ustachi por el centro de Zemun. Así las cosas, la escuadra de seguridad pública le confiscó también la pistola y con cierta consideración se retiró de su vivienda.

      Los «negros» fueron luego a visitar las casas de sus vecinos para preguntarles sobre Maričić. Con las correspondientes órdenes de registro por delante, Domitrović y sus chavales entraron sólo en dos casas. En una hallaron a una familia húngaro-croata y en la segunda, algún que otro serbio. Mientras que la primera atendió a los ustachi con sumo gusto, aquel pobre tipo de origen serbio opuso cierta resistencia, seguramente tratando de evitar que los ustachi viesen a sus hijos orinando en la cama y a su esposa regañándolos. Pero el grupo, con Domitrović al frente, demostró estar a la altura de las circunstancias. Como si el incidente en la casa de Monika Vranić los hubiese aplacado, decidieron no arrestar al serbio; si bien es cierto que tenían razones para hacerlo, pues el serbio les insultó y les dijo:

      —El Poglavnik no se hace llamar primer ministro, a pesar de serlo, porque quiere hacer responsable de nuestra pobreza a su ministro de economía…

      Entonces se oyeron unos ruidos. Algunos vecinos serbios acababan de salir de sus casas para apoyar verbalmente a su compatriota. Semejante complicidad ciega sólo puede encontrarse entre las filas de los comunistas.

      La escuadra de la seguridad pública redactó una lista con unas pocas docenas de habitantes de Batajnica poco considerados y se la hizo llegar a los encargados al mando del capitán Viktor Tomić.

      Por posesión de un arma sin licencia, Monika Vranić se enfrentará a un proceso judicial aparte.

      UN PERIÓDICO Y UN HOMBRE INVISIBLES

      Publicado en El verdadero guarda fronterizo.

      Al parecer nuestro camarada Der unsichtbare Mann, el Invisible, casualmente entró en aquel parquecillo construido en lo alto de la ciudad a principios de este mismo año.

      Al ver un Volkswagen negro frente al cementerio, el Invisible suspendió el solitario homenaje que en aquel momento rendía a sus familiares fallecidos y salió enseguida para entrar en la calle Klaonička. En el interior del coche se encontraban Karen Frost, Hugo Boss, Franz Neuhausen y dos leibwächters, o guardaespaldas, del modista. Nunca los habría visto si el metzingense y el encargado de las cuestiones industriales de las fuerzas de ocupación en Serbia no hubiesen mirado en todas partes, incluido el cementerio. «Jamás me olvidaré de la cara de Neuhausen», nos confesó el Invisible.

      Siguió al coche, que giró por la calle Prigrevica y aparcó en una esquina frente a lo que en otros tiempos había sido un solar vacío, hasta que decidieron crear un pequeño y misterioso parque que, según una vecina que prefiere permanecer en el anonimato, «desde fuera parece un pastel invadido por el moho». Al subir por la calle Prigrevica, el Invisible pudo ver a los guardaespaldas de Hugo Boss, Gottfried Dangelmaier y Friedrich Knappenberger, ambos nacidos en Stuttgart. Estaban sacando a su conciudadana Karen Frost del Volkswagen negro. Mientras el modista y Neuhausen esperaban a que los dos guardaespaldas colocasen a Karen en la silla de ruedas, el Invisible no perdió el tiempo: se acercó a la puerta de madera de una pequeña casa, abierta debido a la llegada de Karen.

      ¿Vieron al Invisible o no lo vieron?

      No lo vieron entonces ni cuando entró a la casita en la que se ocultaba ni más ni menos que ¡la sede del Objektiver Beobachter!, el semanario que durante meses se había estado imprimiendo en secreto. Por otra parte, no debería extrañar que sea un hombre en la clandestinidad quien haya descubierto una sede secreta. Según Franz Neuhausen, el Objektiver Beobachter es un semanario escrito para alemanes y para sus partidarios: todos aquellos que quieren saber qué sucede realmente en Zemun, y quieran escapar a la propaganda, tanto serbia y croata como alemana. Así pues, y para conseguir un distanciamiento objetivo, los periodistas también debían distanciarse físicamente tanto de los temas tratados en sus artículos como de los lectores. ¿Cómo? Ubicando la redacción en lo más alto de la ciudad.

      Ni el cansancio que le causó llegar al Objektiver Beobachter ni el tórrido calor de julio impidieron al Invisible que nos describiese, con ese estilo tan característico de sus artículos, hasta la más recóndita de las habitaciones de la redacción del semanario. ¿Cómo un hombre tan pequeño y flaco logró hacer todo eso? Sólo él lo sabe.

      El Invisible inspeccionó las condiciones laborales de una pequeña muestra de trabajadores en ese pueblo que no puede verle.

      «Por su altura, la sede de la redacción se parece a mi casa —nos dijo el Invisible, tras haber visitado el Beobachter—. La altura de los techos obliga a cualquier persona de mediana estatura a agachar la cabeza y conducirse con humildad. La gente interpreta el significado de las cosas según su propia experiencia. Desde el momento en que construyó una casa igual de baja, mi padre comenzó a agachar la cabeza de forma sistemática y en las cuatro paredes de nuestra única habitación colgó cruces para humillarse constantemente ante Dios. En las paredes de la redacción hay sólo un lema escrito en alemán: LA HUMILDAD ESTÁ A UN PASO DE LA DISCIPLINA, F. Neuhausen. Felices por no golpear el techo con sus cabezas, los periodistas alemanes deben ser humildes a la hora de escribir sobre la realidad y tienen que hacerlo de un modo objetivo.

      »La habitación dedicada a la redacción es la más grande —prosiguió el Invisible—. Los periodistas, que usan máquinas de escribir Erika, se sientan de cara a la pared para concentrarse mejor en su trabajo. Además, la jefa de redacción Karen Frost los observa desde detrás, severamente […]. Esta sí que fue una entrada triunfal de Karen Frost después de las semanas que le tocó pasar en el hospital.

      »Junto a la habitación de los periodistas hay un laboratorio fotográfico desde el que se puede acceder a un pequeño almacén donde están guardados los únicos ejemplares del Objektiver Beobachter. Por si alguien todavía lo ignora, el periódico no sale a la venta. Se presta de forma secreta


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