Corte. Igor Marojević

Corte - Igor Marojević


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apellidos y direcciones de los colaboradores e intenté memorizar sus caras, fijándome en las fotografías adjuntas a sus fichas.»

      Tras haber inspeccionado las instalaciones, el Invisible se apoderó del total de ejemplares del Objektiver Beobachter y salió.

      ¿Vieron al Invisible o no lo vieron?

      No, todavía no. Y eso, el Invisible habría de aprovecharlo para inspeccionar también los alrededores de la redacción.

      «Sólo los empleados y los miembros de seguridad alemanes y algún que otro colaborador no alemán tienen el carné que permite la entrada al parque de esquinas y techo vegetales —explicó el Invisible—. En el lado izquierdo del parque hay una plataforma de hormigón donde se queman los ejemplares del periódico; para la expulsión del humo utilizan un tubo de ventilación que conduce el aire fresco del Danubio.» […]

      Al ver que les faltaba su prensa, a los alemanes les entró pánico. Alguien gritó: Der unsichtbare Mann! y los de seguridad levantaron sus metralletas con los cargadores a punto, observando en todas direcciones. Pero el Invisible ya se había ocultado en el interior de un seto, cerca del abismo que, en tiempos mejores, había conducido hacia el Danubio a quienes escogían un salto desde gran altura entre las posibles formas de quitarse la vida. Si, por ejemplo, al Invisible le hubiese pasado por la cabeza suicidarse de esa manera, no habría podido hacerlo, pues dentro del seto vivo hay unas firmes rejas de hierro, instaladas para impedir que los curiosos atraviesen el seto y entren en el pequeño parque.

      De la redacción salió el teniente coronel Kurt Lampersberg. Luego salieron también un gacetillero vestido de paisano y Hugo Boss con Dangelmaier y Knappenberger. Lampersberg, resignado, le hablaba al modista del Invisible. Como es lógico, los alemanes saben de él, pero les faltan ciertos datos sobre su refugio y domicilio más o menos habitual. Además, desconocen su nombre y apellido. Cosa que, por otra parte, pueden agradecer a esos cerdos capitalistas del Ikarus, que tanto desprecian a los obreros como para no haber hecho ni siquiera una lista de la gente que colaboraba con ellos.

      —Los alemanes estamos interesados por ese tal Der unsichtbare Mann —le explicó Lampersberg a Boss mientras fruncía el ceño— desde que hacía pintadas comunistas y distribuía por Zemun El verdadero guarda fronterizo. Sin embargo, nadie de nosotros ha podido verlo jamás: es demasiado bajo, dicen; pero los serbios sí pueden. Una vez, gracias a un serbio llamado Novak Maričić, conseguimos darle caza.

      —Conozco a ese señor y no quiero hablar de él —dijo Hugo, y Lampersberg se disculpó.

      —Der unsichtbare Mann nunca llegó a la Gestapo —prosiguió el teniente coronel.

      —¡Qué cosa! —dijo Hugo Boss extrañado—. Y usted, pequeñito, ¿qué hace por aquí? Por favor, ¡a paseo!

      El teniente coronel nacionalsocialista, Lampersberg, también se mostró extrañado:

      —¿A quien le ha hablado?

      —A un niño —negó Boss con la mano.

      —¿A un niño o a una niña?

      —A un niño, por supuesto —dijo, y sonrió con dulzura.

      —¿Y qué aspecto tenía?

      —Baja estatura, rubio, muy pálido —dijo Boss.

      —Me temo que acaba de cruzarse usted con Der unsichtbare Mann —se excitó el teniente coronel mirando a su alrededor.

      —Pero, aquel niño no puede ser Der unsichtbare Mann —dijo Boss.

      —¡Cómo que no, señor modista!, Der unsichtbare Mann parece un niño —dijo Neuhausen un poco enojado.

      —Le juro que aquel no parecía un niño —insistió Boss—, era un niño.

      El general de división, el teniente coronel nazi y unos periodistas uniformados o vestidos de paisano siguieron buscando por todas partes sin éxito.

      —Der unsichtbare Mann! Der unsichtbare Mann! —alguno que otro soltaba gritos, como si esperase a que nuestro camarada le contestase.

      Una vez que se marchó Boss con Dangelmaier y Knappenberger, el presidente del consejo del Objektiver Beobachter y jefe industrial del protectorado, Neuhausen, explicó su plan de reubicar la casa de la redacción.

      —Sólo el distanciamiento físico garantiza un punto de vista objetivo. Tendremos que encontrar una casa abandonada, un lugar como éste, pero situado en un pueblo aún más perdido —dijo volviéndose hacia la redacción—. Antes de hacerlo tenemos que finalizar la edición del semanario dedicada a la búsqueda de Maričić. Y completarla con la persecución del Invisible y con los crímenes de los ustachi en Batajnica. Tendremos que echarles una mano a los periodistas, esos blandengues —dijo Neubacher, rodeado de periodistas—. Lo peor de todo es que Der unsichtbare Mann conoce la ubicación actual del periódico. Lo peor de todo es que hemos invertido mucho en el Beobachter y ahora nos hemos quedado sin la tirada completa. Lo peor de todo es que el carácter secreto del Beobachter se perdió hace mucho.

      —Es culpa mía —dijo Karen Frost desde su silla de ruedas, a lomos de la que, mientras tanto, había salido de la redacción.

      —Si no te hubieses postrado, te habríamos echado del trabajo o a lo mejor arrestado. Pero ahora está bien, Karen —Lampersberg trató de consolarla, pero Karen Frost parecía inconsolable, algo que quedaba enfatizado por la imagen de sus elegantes zapatos de medio tacón, con unas rosas en sus pies inmóviles. Las cabezas de los demás alemanes seguían dando vueltas, mirando en todas partes, en el patio, en la redacción, tratando de dar con el Invisible, aunque prácticamente se miraban los unos a los otros.

      2

      GENTE, GENTE

      Este bloque está íntegramente compuesto

      por textos publicados en El guarda fronterizo,

      excepto el que lleva por título: «La polémica».

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