Los demonios de Serena. Paula R. Serrano

Los demonios de Serena - Paula R. Serrano


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de la clase, la típica niña a la que toda chica se quiere parecer; luego estaba la segunda de a bordo que no se apartaba de ella; y por último estaba yo, que no encajaba en ninguna de esas descripciones, pero sin entenderlo, ahí entré en ese círculo. También estaban las típicas chicas de relleno que iban todas en grupo detrás del clan de las guapas, pero jamás llegaron a entrar, pero yo sí, sé que lo repito, pero inexplicablemente me encontraba ahí.

      Hicimos un grupo cerrado chulísimo, incluso teníamos un diario en común que nos lo pasábamos una vez la semana entre nosotras para escribir nuestras experiencias que habíamos hecho en esos días, si teníamos algún chico guapo a la vista o cosas parecidas.

      ****

      Conforme pasaba el tiempo, yo me iba fijando en ciertas cosas que antes no les daba importancia, mis amigas siempre estaban estrenando ropa nueva que sus padres les compraban con bastante frecuencia o cada dos por tres con zapatillas nuevas, y yo siempre reciclándolo todo de la ropa que le daban a mi madre y, con suerte, yo estrenaba unas zapatillas si mi abuelita me las regalaba para mi cumpleaños; entonces, en esos momentos, empezaba a darme cuenta de lo que significaba la clase social y aunque a mi abuelita y mis abuelos, yo los veía bien de todo, empezaba a comprobar que en mi casa faltaba algo. Estaba claro que mis padres no tenían tanto dinero como los de mis amigas y eso hacía que yo reciclara todas las cosas.

      2

      Pasaban los días y yo empezaba a ver cosas raras, cosas que no me cuadraban con el ritmo de vida mío en comparación al del resto de mis amigas; yo me daba cuenta que a mis padres les gustaba mucho pasar tiempo prolongado fuera de casa y no tenían horarios, a lo mejor salían a las doce del mediodía y volvían a las once de la noche.

      Al principio a mí me parecía genial, me pasaba horas y horas jugando en la calle con un montón de niños de la barriada y claro, ¿a qué niño no le gusta estar a su libre albedrío hasta las mil en la calle con amigos?

      La diferencia entre los niños de la calle y yo era que yo iba jugando con todos ellos; depende de las horas jugaba con unos y luego con otros, porque ellos volvían a horas prudentes a sus casas con sus padres; mis padres y yo, no, ellos seguían en el bar con sus amistades y yo en la calle con las mías.

      Tenía nueve años cuando empecé a darme cuenta de todo esto, pero como bien acabo de contar, no me importaba, yo sacaba beneficio también.

      Mis padres tenían bastantes amistades a cual de ellas más rara, pero entre todas ellas destacaba una mujer. Se trataba de una mujer algo más mayor que ellos y se le notaba que sabía de la vida, parecía como si fuera quien llevara la batuta de todo, como si todo el mundo la siguiera a ella. Se llamaba Lali, pero todos la llamaban tita Lali. Era muy querida por todo el barrio y mis padres no eran menos, no sabría decir quién la quería más si mi padre o mi madre, porque los dos tenían una relación muy intensa con ella, parecían como hermanos o, mejor dicho, eran como un trípode.

      Yo también aprendí a apreciarla y a respetarla como todos, también se convirtió en mi tita, de hecho, tiene tres hijos dos niños y una niña, su hija la pequeña, de vez en cuando era mi canguro y en muchas ocasiones también lo era del resto de los hijos del grupo.

      Un día estábamos en casa de unos amigos de ellos, se llamaban Ray y Esther y tenían un ático dúplex espectacularmente grande y chulo. En la parte de arriba había una habitación que era el paraíso de los niños, habían tantos juguetes como en una tienda, por mi parte no había queja alguna por estar en esa casa, hasta que llegó esa noche y todo cambió. Estábamos todos los niños, como siempre, arriba en la habitación de los sueños jugando y los padres abajo «de reunión», como solían decir ellos y a mí ese día me picó la curiosidad y salí sola de la habitación dispuesta a bajar por las escaleras, pero a mitad de ellas habían unos boquetitos donde se veían a los mayores como en reunión sentados en los sofás y entonces fue cuando la vi: vi a mi madre con un billete enrollado metido por uno de los orificios de la nariz esnifando aquel polvo blanco, esa imagen me dejó completamente congelada. En ese instante me abundaron una serie de sensaciones que jamás había experimentado, en cuanto me repuse un poco volví a mirar y vi cómo iban uno por uno haciendo desaparecer esa cantidad de rayas blancas que habían sobre esa mesa de mármol a los que todos parecían que adoraban. Cogí escaleras para abajo lo más rápido que pude y me presenté delante de ellos. Me quedé petrificada delante de la mesa con la vista fija como un halcón al polvo blanco, mi madre quiso cubrirlo con su DNI; yo ya estaba hecha un manojo de nervios, la miré y le pregunte qué es lo que era y ella me contestó sin ni siquiera temblarle la voz que era azúcar, un azúcar para mayores; por un momento hubo un silencio sepulcral mientras yo pensaba: «Menuda patraña me acaba de soltar».

      El silencio se rompió enseguida con las palabras de la tita Lali:

      —Sube a jugar, que los papás estamos hablando de cosas que los niños no pueden oír.

      Recuerdo perfectamente aquella escena, aunque fueran mis padres y las demás personas gente que yo conocía. Me sentía encerrada, como en una habitación oscura desnuda, con personas a las que yo no conocía, era como un ente suspendido en el aire observando esa escena tan catastrófica para mí.

      Subí, pero ya nada era igual, en ese mismo momento dentro de mí algo cambió, como si se me hubiera fundido un fusible en mi interior, quizás fueron dos fusibles, uno en mi cabeza y otro en mi corazón.

      En aquel lugar, en ese instante me entró la desesperación por querer salir de aquella casa corriendo. Me ahogaba, porque empecé a ver imágenes de películas donde siempre eran los malos los que hacían ese tipo de cosas, un escalofrío cargado de odio me recorrió todo mi cuerpo, sentía tantísima decepción por esos padres que creía tener y que no eran ni la cuarta parte de lo que yo pensaba que eran; mi madre, a la que yo tenía en un pedestal, como cualquier niño que adora y ama a su madre, que la respetaba como tal y me encantaba que fuera ella, dejé de verla con esos ojos, se me cayó completamente el mundo encima, era el sentimiento más doloroso que había sufrido jamás.

      Es horriblemente doloroso con nueve años ver cómo la persona que tú tienes como referente para aprender el paso de la vida se está esnifando una raya de cocaína. Se hizo una brecha en mi corazón y ya nada fue igual a raíz de esa noche; para mí, aquella noche fue el desencadenante de una serie de catástrofes en mi vida.

      Nada fue igual, ni parecido. Cada día, mis padres pasaban más tiempo en la calle, por lo tanto, yo también lo hacía. Me dejó de gustar el hecho de estar hasta las tantas de la noche por ahí en la calle, ya no lo veía igual de guay. Quería ser una niña normal con unos padres normales, a los que no les gustara tanto salir, ni beber ni las drogas ni cualquier tipo de vicio que tuviera algo que ver con ese mundo, pero yo no tenía esa suerte y además empecé a faltar al colegio.

      A mi madre empezó a darle igual que yo no fuera a clase, ella solo se acordaba que estaba de resaca y que no se encontraba bien para llevarnos al día siguiente, siempre tenía justificante para todas las faltas, lo que yo no sabía qué excusa ponerles ya a mis amigas.

      Recuerdo el bar donde ellos siempre se reunían con los «amigos», por llamarlos de alguna forma. Era como el punto de encuentro de aquella pequeña mafia, porque para mí eso es lo que era, una mafia destruye hogares.

      Todos eran unos personajes, unos personajes literalmente, a cual de ellos más exótico:

      La tita Lali era una exprostituta de la cual un cliente se enamoró de ella y decidió sacarla de la calle, sí, parece una historia sacada de una película, pero así fue. También estaba Tina, ella era una scort de lujo que estaba casada con Antonio. Había una chica llamada Luz, que era un amor de mujer, pero se tomaba para desayunar una botella entera de ginebra. Ella estaba liada con el cachas guapo del equipo, se llamaba Nando, y así podría describir a unos cuantos más y todos ellos metidos en un bar. Era como una bomba de relojería, se pasaban el día en el bar, su bar, un local que hicieron de él una fraternidad donde las horas pasaban y les daba igual si al día siguiente había colegio o no, les resultaba lo mismo que fuera martes o sábado.

      Yo tengo en


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