Los demonios de Serena. Paula R. Serrano

Los demonios de Serena - Paula R. Serrano


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no podíamos ir, o estar con mi hermano en el mismo sitio y que nos dejaran en el coche para dormir, ¿cuántas noches he pasado así? la respuesta es… bastantes veces. Cada día que pasaba más iba aumentando mi dolor, rabia y decepción hacia ellos.

      Una noche de esas tan fantásticas estábamos mi hermano y yo durmiendo en el coche, no recuerdo bien la hora; sé que ya era de madrugada y vino mi madre con la tita Lali, y muy contenta ella puesta hasta las cejas me dijo que se iba a buscar una farmacia de guardia a por un predictor, porque intuía que estaba embarazada. Os podréis imaginar mi cara de asombro cuando yo escuché eso, mi cabeza pensaba, ¿hasta dónde puede llegar la inconsciencia de esta mujer?, porque yo podría ser muy niña y todo lo que queráis, tenía que estar durmiendo en ese coche por cojones, pero mi cabeza evolucionó diez años y yo perdí mi niñez aquella fatídica noche en el maravilloso ático del infierno.

      El predictor dio positivo, y a mí no me no me sorprendió nada. Ellos se comportaban como dos adolescentes sin responsabilidades, era de esperar que algo así sucediera.

      Lo que yo siempre me pregunté fue, que si mi madre intuía la posibilidad de que estuviera embarazada, ¿por qué siguió con ese ritmo de vida hasta que se hizo la prueba del predictor?

      Yo creo que en el fondo era porque ella lo sabía y que se le acababan los días de fiesta.

      Mi madre no siempre había sido así. Recordad que ella era una niña cuando conoció a mi padre, más bien era inocente hasta que dejó de serlo.

      Aguantaba todos los caprichos de mi padre, estaba locamente enamorada de él y todo el mundo sabe que por amor se pueden llegar a hacer verdaderas locuras.

      Al principio cuando empezaron a salir con ese grupo de gente, ella era como la tontita del equipo y el primero que le tomaba el pelo era mi padre. Siempre se inventaba cualquier excusa para ir a meterse una raya con la tita Lali. La tita siempre estaba allí dispuesta a ser la compañera de fiesta de mi padre, se inventaban mil excusas diferentes para quitarse del medio y mi madre siempre se quedaba sola en la barra del bar con cara de tonta, ajena a lo que pasaba a su alrededor, hasta que volvían con ella como si nada, con excusas tan tontas como: «Tranquila, el nivel del aceite del coche está bien».

      Una noche cualquiera haciendo lo mismo de siempre estaban mis padres con la tita Lali en un coche, y mi padre iba a soltar otra mentira de las suyas para quitarse de en medio, pero la tita lo cortó y le dijo que ya estaba bien de engaños, y ni corta ni perezosa le dijo a mi madre lo que hacían cada vez que se iban.

      Nadie incitó a mi madre a que se metiera su primera raya, fue ella misma la que pensó que si tenía que estar aguantando siempre la misma mierda, por qué no mejor unirse a ella, ya que siempre veía a mi padre a gustito de risas y cachondeo, mientras que ella tan solo guardaba la barra del bar; entonces fue cuando ella solita se metió en ese marrón.

      Aquello fue una decisión mala y egoísta, ya que mi hermano y yo estábamos en el mundo y en vez de elegirnos a nosotros escogió la mala vida, de ahí al dicho: «el amor puede con todo», qué gran verdad, y así sucumbió a los días de fiestas, drogas y alcohol con sus maravillosos amigos.

      Mi padre, como ya dije al principio, era más bien un pieza, nunca estuvo muy centrado, ya que con catorce años se fue de casa y mis abuelos tuvieron que ir a buscarlo para traerlo de vuelta. Era muy rebelde, no daba más que problemas, por lo tanto, era muy de esperar que terminara tonteando con ese tipo de vida.

      La suerte que tuvo él fue de conocer una chica como mi madre, guapa, lista, estudiante, se quedó prendado de ella en cuanto la vio. Era superceloso, enseguida quiso que fuera para él, por todo eso nunca entendí que la abandonara en cuanto se enteró de lo del embarazo.

      Él sí tenía un problema serio, él sí tenía una adicción, a él le gustaba su desayuno con un carajillo de Terry (coñac), con eso arrancaba el día y lo enlazaba con sus cervezas y sus pelotazos favoritos. Le encantaba meterse rayas con sus amigos, tenía que hacerlo así, si no, no aguantaría el ritmo de vida que llevaba. La otra cosa que también le gustaba y era superaficionado, eran las maquinitas tragaperras. Cómo odiaba verlo ahí de pie delante de una máquina, con esa odiosa musiquita: «avance, uno, dos, tres», era simplemente insoportable.

      Todo eso era una bomba de relojería que de vez en cuando estallaba. Desgraciadamente, siempre que reventaba me salpicaba de alguna manera u otra.

      Mi padre tenía su trabajo, lo cierto es que era un currante, nunca faltó a su puesto de trabajo. Resultaba sorprendente cómo podía aguantar con todo.

      Si mi madre era irresponsable con mi hermano y conmigo, imaginaros mi padre. Lo suyo era alucinante y, a pesar de todo, lo queríamos, sobre todo mi hermano, porque yo me encargaba de ocultarle todo lo que sabía acerca de lo que hacían ellos, siempre intenté hacer de aquella desgracia que nos tocó vivir un juego para él.

      Esa forma de vida descontrolada, cuesta abajo y sin freno, se tornaba una auténtica locura. Era insoportable cómo pasaban los días y veía cómo mis padres se demacraban con aquellas malas costumbres.

      De lunes a viernes vivía en el mismísimo infierno, o por lo menos yo lo sentía así, pero cuando llegaba el viernes a las cinco de la tarde… mi mundo se paraba para que yo tuviera mis dos días de felicidad.

      Llegaba el viernes por la tarde, yo me iba a casa de mi abuelita y mi hermano Edu se quedaba en casa de nuestros abuelos paternos. Allí podía dormir a pierna suelta toda la noche de un tirón, entre semana, rara vez lo hacía la noche entera en mi casa.

      Dormía en la cama de mi abuelito que el pobre mío murió cuando yo solo tenía tres añitos. Me dejó de herencia esa magnífica cama donde pasaba las horas y no quería salir de ella.

      En esa casa estaba tan tranquila, que mi mayor preocupación era que se terminara la tableta de chocolate. Me pasaba el día viendo películas de dibujos o un programa que tenía grabado mi abuelita en una cinta de VHS: Los divinos. Me ponía esa cinta en bucle y nunca me cansaba de verla, y si no hacía eso, pues estaba la tarde entera jugando a las cartas con mi abuelita, ya os conté anteriormente que aprendí a jugar antes que andar, era toda una experta.

      En esos días mi cabeza desconectaba, me daba igual que ese fin de semana se destruyeran mis padres; en esos días, esas horas, yo era feliz.

      Deseaba quedarme allí para siempre, poder vivir esos ratos todos los días del resto de mi vida, pero no podía ser.

      Al llegar el domingo por la noche llegaban mis padres con caras de niños buenos como si jamás hicieran nada malo y me arrebataban mi momento de felicidad. Entonces era cuando yo me cogía del marco de la puerta y antes arrancaban el marco a que yo soltara la madera. Qué mala leche me ponía eso, odiaba sentirme así.

      ****

      Fue pasando el tiempo. Mi madre estaba embarazada por tercera vez y yo me encontraba bastante contenta porque pensaba que estando ella en ese estado dejaría la vida fea que llevaba con mi padre. Durante esos meses recuperé a mi madre, pude sentir eso que sienten todos los niños con sus madres, me gustaba eso, me hacía sentirme algo más feliz, era una felicidad incompleta pero, al fin y al cabo, se asomaba algo, mejor eso que nada como lo de antes.

      Mi padre seguía exactamente igual, no se privaba de nada, aunque mi madre se encontrara en ese estado, él seguía las fiestas como si con él no tuviera nada que ver.

      Tuvimos un embarazo de lo más tranquilo. Tengo unos bonitos recuerdos de cuando mi hermana nació, le pusieron de nombre Cali. Yo estaba muy contenta porque era una niña, para mí resultaba como una muñequita, aprendí a bañarla y cuando dejó de ser tan recién nacida, aprendí a cambiarle los pañales, creo que cambié más pañales que mi madre y mi padre juntos.

      Un día, aparentemente normal, mi padre quiso ir a buscar tabaco y se quiso llevar a mi hermano con él. Mi madre no vio nada raro en la intención, pero no se dio cuenta que era principios de mes, por lo tanto día de cobro, así que se acabaron los momentos tranquilos, él volvió a lo suyo.

      Mi padre tenía un problema. Le quemaba el dinero en la mano, en el bolsillo o en el banco, daba


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