ARGENTUM. Martiniano Pujol

ARGENTUM - Martiniano Pujol


Скачать книгу
siempre está de buen humor, sonríe todo el tiempo, tiene hoyuelos en las mejillas y una mirada muy expresiva. Ahora con 2 hijos está rellenita, pero incluso más bonita que antes.

      —Si querés te preparo algo rico para acompañar el asado —le dice Adriana con Felipe todavía a upa, pero ya sin llorar, mientras caminan hacia la cocina, donde está la puerta que da al patio de atrás, con Iván y la parrilla.

      —No, Adri, una ensaladita así nomás, porque tengo que hablar con Iván de unos asuntos del laburo, me llevo a los nenes para el fondo, si querés, pero tenemos que hablar y hoy no los voy a correr por todos lados, te toca a vos —le dice pellizcándole una mejilla.

      —Claro, porque nunca los corro, yo.

      —Cococho, tío —le dice Gaspar estirando los brazos hacia él.

      —Bueno, pará que bajo las bolsas, traje cerveza para los grandes ¿y…?

      —¡Chiches para los chiquitos! —dice Gaspar festejando.

      —Me parece que vamos a empezar a guardar los juguetes en la casa del tío Quique, acá no hay más lugar —le dice Adriana a su hijo más grande.

      —Sí, veo, qué quilombo que te arman, ja, ja, ja, la próxima, golosinas nomás.

      —¿Qué me trajiste, tío?

      —Bajá vos, que paraste de moquear —le dice al más chico. Adriana lo baja y él le da a ella la bolsa con los porrones de cerveza y los juguetes a los chicos.

      —¿Viste lo del banco, hoy a la mañana? —pregunta Adriana.

      —Sí, nos enteramos en el laboratorio, estaban todos hablando de eso, qué loco, ¿no? —le contesta Enrique haciéndose el sorprendido, aunque no hablaron con nadie del tema, prácticamente no salieron del lugar.

      —Qué bueno alguien así que proteja a la gente, ¿no?

      —Sí, como en el cine... Dame que te ayudo con las botellas, ¿te dejo una afuera para vos?

      —No, estoy recansada, si me tomo una cerveza me duermo.

      Enrique guarda 4 porrones y deja dos afuera.

      —Hoy casi llamo a tu amiga.

      —Quique… Ojo, vos te volviste muy barrilete, no hagas sufrir a mi amiga de nuevo.

      —No, yo nuca quise que sufra, no es que la dejé para salir de joda... Sé que lo parece, pero no es así.

      —Mirá, estuviste dos años con ella y te requería, no empezó a salir con vos por nada superficial, ni eras un supermodelo, ni tenías plata, le gustabas vos, Quique; nunca la vi reírse tanto como cuando ustedes salían juntos, sufrió mucho cuando la dejaste.

      —Sí, ya sé, fue muy inmaduro de mi parte... casi 3 años.

      —Fue muy cagón de tu parte, nos casamos Iván y yo y te diste cuenta de que te tocaba a vos después, miedo al compromiso tenías.

      —Eso es lo de menos, es complicado... Es como que tenía mucho poder y me asustaba.

      —¿Cómo poder?

      —Ahora me doy cuenta de que eran inseguridades mías, pero yo en ese momento sentía como si fuera mucho para mí y que ella lo sabía, y siempre estaba aterrado de que me deje, entonces cuando junté huevos la dejé yo, así, pum, de golpe, para sacarme esa presión, pero ahora que estoy mejor conmigo mismo, me doy cuenta de que fui un idiota... la extraño.

      —¿En serio me decís eso?, ella siempre fue hermosa, de chiquita, y nunca usó su belleza para lograr controlar nada, vos te sentías así, Quique, perdoname, pero eran rollos tuyos.

      —¿Y si la llamo? —pregunta Enrique casi sin esperanzas.

      Adriana abre los brazos.

      —Qué sé yo, Quique, tiene novio, todavía no es nada serio, es más, hoy es el cumpleaños del flaco, le compró un pulóver y no va a la casa porque dice que es muy pronto para conocer a la familia.

      —¿De mí hablan a veces?

      —Si nos ponemos a recordar cosas de esos tiempos nos matamos de risa, pero se nota que después queda enojada, a mí me encantaría que vuelvan a estar juntos, pero para mí te saca cagando. Probá, no sé qué decirte, yo creo que es peor quedarte con la duda, y si no sale no sale, se cierra el libro y listo.

      —Tío, ¿hay más chiches ahí? —Gaspar ya se aburrió del camioncito y señala la tercera bolsa.

      —No, tío, esas son golosinas para después de comer, no hagas que tu mamá me rete… de nuevo.

      Ella le sonríe, le pone una mano en el brazo y le dice:

      —Sos buen tipo, Quique, pero a veces muy pavote, por no decirte otra cosa delante de los nenes.

      Enrique mira a Gaspar y le dice:

      —¿Ves?, me retó de nuevo, ¿cococho?

      —¡Sí! —le dice Gaspar estirando los brazos.

      Se pone el nene sobre los hombros, vuelve a poner los porrones en la heladera y saca otros dos más fríos y va hacia la parrilla.

      —¡Mirá, papi, el tío Quique! —dice Gaspar desde lo alto.

      —No te habrá dado golosinas antes de comer, ¿no? —contesta Iván mientras agarra sonriendo la cerveza que Enrique le pasa.

      —¿Me trajiste caramelos, tío?

      —Les traje huevitos sorpresa a los dos.

      —Sííí, me encantan los huevitos.

      —A tu mamá también.

      —¡QUIQUE! —lo reta Iván tosiendo cerveza.

      —Es chiquito, no entiende —dice Enrique riéndose.

      —Todo capta, no sabés las cosas que repite —le dice Iván—, hay que tener un cuidado bárbaro.

      —Uh, qué peligro sos vos, ¿eh? —dice hacia arriba mirando a su ahijado.

      —Contame qué te pasó, werda, porque repite, hablá con código —le aclara Iván.

      —Me llamó don Icario.

      —¿Don Icario?, ¿no me digas que.. —baja la voz y susurra—… te reconoció por lo de hoy?

      —Y sí, se dio cuenta, obvio que no va a decir nada.

      —Sabés que yo estuve pensando en que hay que tapar la parte de arriba también. —Mira al nene, y le dice—. ¿No jugás más con el chiche que te trajo el tío?

      Enrique lo baja y le dice:

      —Andá a enseñarle a Felipe que vos sos más grande.

      Gaspar entra corriendo:

      —Mami, dice el tío Quique que a vos te gustan los huevitos.

      Adriana se asoma por la puerta, pone las manos en la cintura y mira a Enrique:

      —Ojo con lo que decís, vos, ¿eh?

      Enrique muestra los dientes y cierra los ojos.

      Iván sigue con lo que estaba diciendo:

      —Todavía tengo la careta del disfraz, te la pinto de gris y se la pongo, si cada vez que salís te reconocen estás frito.

      —Bueno, puede ser, lo tengo en el baúl, después te lo bajo, pero no me llamó porque me reconoció.

      —¿Qué quería?

      —Ayudarme, vio lo mismo que vos, el papelito que se encendió atrás cuando tiré energía para todos lados, cuando me cagué todo en el momento del tiro, dice que si la energía no es calor es luz, que vaya que me enseña.

      —¿Hasta allá?

      —Yo le sugerí una videollamada, pero no


Скачать книгу