ARGENTUM. Martiniano Pujol

ARGENTUM - Martiniano Pujol


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nuevo en el envoltorio y se recuesta en un árbol a esperar hasta que se hacen las cinco y cuarto, se aburre, saca el celular sin señal para mirar el horario del mensaje. “Saliendo”, dice el mensaje de Iván de hace casi dos horas. Enrique asciende solo unos metros por encima del monasterio abandonado, cubriéndose con el viejo tanque de agua, no quiere ser visto desde la ruta.

      —Ahí viene.

      —¿Viniste en carreta? —pregunta Enrique apoyado en la tranquera del predio.

      —Agradecé que no te cobro los peajes cada vez que me hacés venir al culo del mundo —contesta Iván mientras se desprende el cinturón de seguridad.

      —¡Más respeto, che! Esto está abandonado, pero era un monasterio.

      —Sí, un monasterio en el culo del mundo, contame bien esa idea que tenés, y olvidate del balazo —dice Iván cerrando la tranquera.

      —Sí, voy a arrancar con algo menos riesgoso, te explico, tengo que lograr que me tires las latas, pero no para dispararles como antes, tengo que hacer que no me toquen.

      —¿Sin las manos?, bueno, hacé lo mismo que hacés siempre, concentrate y expulsá la energía como te enseñó don Icario, pero para el lado del que viene la lata —le dice Iván mientras avanzan hacia el interior del campo.

      —¡Qué grande el cacique!, tendríamos que ir a visitarlo alguna vez.

      —Sí, pensar que dijiste que era un “ladri”, y mirá ahora todo lo que te enseñó.

      —¿Y qué querés? Con el diario del lunes es fácil... ¿Qué querías que piense? Decían que usaba la energía de su cuerpo para curar gente, sonaba a “currandero” vos también pusiste cara de no creer nada.

      —Sí, pero yo no le tuve que pedir que me enseñe nada a las dos semanas, vos tuviste que ir al pie.

      —Bueno, vos me llevaste, pero sí, me enseñó a canalizar la energía, dejé de desmayarme y de quemar cosas al tocarlas, ¿pero quién me enseñó a balancearla?, no te hagas el humilde.

      —Son integrales de superficie y vectores —dice Iván levantando las manos como si hablara de una pavada—. Si no te copiaste en las clases de Cálculo vos también sabés hacerlo.

      —Sí, supongo que si me pongo, sí, pero me da fiaca, necesito que me ayudes, ¿no te gusta ser mi Alfred?

      —¿Sabés la sopa que te falta para Batman a vos?

      —Bueno, en serio, repasemos... En estos años lo que aprendí a hacer es a expulsar el “ki” por la palma de la mano y golpear o calentar cosas dependiendo de la intensidad.

      —¿El ki?

      —Sí, como Gokú, ¿qué tiene?, Al decir energía a cada rato parece que hacemos reiki.

      —Dale, Krillin, seguí... A ver, ¿qué querés hacer?

      —Para volar, no libero ki por la planta de los pies, sino con diferente intensidad por distintas partes del cuerpo, con mayor intensidad en el sentido opuesto a donde quiero ir, ¿me seguís?

      —Obvio, fue mi idea, ¿por qué me explicás eso?

      —Para explicarte que ahora lo que quiero lograr es una sumatoria que dé cero.

      —Pero te quedarías en el mismo lugar —dice Iván con el ceño fruncido y la mano en el mentón—, lo que querés es quedarte en el lugar y frenar lo que te tire, expulsando energía para todos lados... No digas ki, Quique, parecés un pelotudo, somos científicos, decimos energía a cada rato.

      —Bueno, le quería poner un poco de onda, che... pero está bien, tenés razón... A lo que voy es que es más difícil sumar cero que volar, porque si libero más energía hacia adelante para frenar algo mientras estoy en el aire...

      —Te vas para atrás.

      —Exacto, y si libero mucha energía no puedo mantenerme en el lugar, no lo puedo controlar, trato de emanar la misma cantidad de energía por todos lados, pero me muevo igual.

      —Te vas para adelante.

      —Sí, ¿cómo sabés?

      —Las superficies laterales son equivalentes, pero tu frente y tu superficie posterior...—le dice sonriente.

      —¿De qué te reís? —pregunta Enrique

      —El trompetero, nabo, tenés más culo que picha, la misma energía por distintas superficies te desbalancea, tenés que bajar la intensidad, apenas, de lo que sale por popa, concentrate en eso, ¿probamos?... Si lográs el balance probamos con las latas, las vacías primero, las juntás vos.

      Practican por una hora y media hasta el atardecer y lo logran sobre el final, aunque un ajuste tan fino requiere una concentración difícil de lograr. Enrique ya logra tal control que cada cosa que se propone practicar le es mucho más fácil que al principio. Al final, no usan las latas por falta de tiempo y deciden que es suficiente por ese día.

      —Arrancá que es tarde y la Tana te va a dejar durmiendo afuera —le dice Enrique a Iván.

      —Le dije a Adriana que íbamos a trabajar hasta tarde por el informe de Medina —le contesta mientras abre la puerta del auto, al prenderse la luz del interior, Enrique lo llama:

      —A ver, mirame... tenés las cejas chamuscadas.

      —¿Sí? —pregunta Iván sacudiéndose la cara con los dedos—. Es que tirás mucho calor y en un momento me acerqué demasiado, me parece que lo que estuvimos practicando no sirve, si para frenar una bala vas a prender fuego todo lo que tenés alrededor, vas a tener que frenarla con un golpe de energía más puntual.

      —¿Puntual?, ¿cómo veo una bala?

      —Mirá, no sé, por ahí no tan puntual, algo más grande, tipo un escudo, qué sé yo, que vaya en dirección opuesta a la bala.

      —Qué piola, rompo todo lo que está atrás.

      —Qué sé yo, atrás de la bala está el chorro —le dice Iván y viendo la cara que pone Enrique rectifica—. Sí, ya sé, respetar la vida, incluso la de los delincuentes, es lo que nos hace distinto a ellos. Yo opino igual, Quique, pero, bueno, algo se me va a ocurrir, dejámelo pensar bien, mañana hablamos. Me debés un par de cejas.

      —Te lo cambio por la uña... ¿Esas flores son para tu esposa o para los viejos? —pregunta Enrique viendo flores en el asiento de atrás.

      —Ah, me olvidaba, para los 3 —le dice Iván y juntos van al costado de la iglesia del monasterio.

      Capítulo 2

      Iván entra con cara de dormido al laboratorio, Enrique le hace seña de silencio:

      —Ojo que están los de Analítica Instrumental mostrando los equipos.

      —Entonces guardo los bizcochos, que vean que “en laboratorio no se come”, hay que dar el ejemplo a los alumnos.

      —El viernes te clavaste flor de milanga.

      —No trabajamos con viruela, no pasa nada. ¿Novedades?

      —No revisé el correo todavía, estaba con el grupo, llegaron cuando estaba poniendo la pava —le dice Enrique que abre su laptop y automáticamente se abre su email personal donde Iván nota un correo sin leer: “Califique su compra de binoculares…”.

      —¿Te compraste largavistas?

      —Sí, para mis rondas, así no ando volando por ahí y si me quedo en la terraza de un edificio con largavistas ahorro recursos, como a vos te gusta.

      —Mirá qué bien... ¿dónde paraste?

      —Arriba del correo, se ve bastante bien de ahí.

      —Se ve bastante bien la casa de Carla de ahí, ¿no?

      —No empieces —le dice Enrique subiendo la mano expresando que esa discusión lo incomoda.


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