ARGENTUM. Martiniano Pujol

ARGENTUM - Martiniano Pujol


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de la silla se inclina y lo mira fijo.

      —Mirá, corta la bocha, si eso fuese verdad me lo contarías, no dirías que te acostaste temprano, y si de verdad quisieras vigilar la ciudad te irías a la terraza del hospital, que está más centrado en el mapa y tiene cinco pisos, dos más que el correo que está casi en una punta.

      —¡Bueno, no te enojes! En primer lugar, elegí el correo porque en el hospital hay helipuerto en la terraza y segundo no quería que te calientes porque gasto energía y recursos para infracciones.

      —¿Ah, sí? Primero te contesto lo segundo, no me molesta para nada tu nuevo rol de superhéroe, todo lo contrario, me da orgullo que uses lo que te pasó para tratar de hacer de este mundo algo mejor, por eso incluso tengo en casa el material para hacerte los concentrados, para emergencias.

      —Bueno, gracias —dice Enrique—, podemos cristalizar ATP un domingo en ojotas en tu galpón.

      —De nada, y no me insultes el cerebro —le contesta con seriedad en su expresión—. El helipuerto del hospital está en el terreno lindero al ras del suelo, ¿qué te pensaste que había ahí, una canchita?

      Por la mirada de Enrique, Iván se da cuenta de que su amigo no encuentra excusa para eludir lo obvio, entonces baja el tono de la conversación y pregunta:

      —Quique, desde el correo se ve directamente el departamento de Carla y desde el hospital se ve el contrafrente, no te hagas el boludo. ¿Qué te pasa?

      —Tiene novio —dice Enrique triste y resignando sus excusas.

      —¿Y?, ¿no la largaste vos? No serás de esos tarados que no quieren estar con una chica, pero tampoco quieren que esté con nadie, ¿no? Carla te quería muchísimo, incluso cuando tenías forma de paquete de yerba. Vos fuiste el que después del accidente levantó la autoestima y empezaste a salir como a los veinte años, ¿qué te molesta lo que haga, pobre piba?

      —Bueno, pero no es que tampoco me fue tan bien.

      —¿Quééé? —le dice Iván con ojos bien abiertos—. Decís eso porque ninguna te gustó como ella, pero sacaste bastante punta.

      —Bueno, che, caballero no tiene memoria.

      —Con el resto del mundo puede ser, a mí no me vengas a versear que me las contaste todas, y hay algo que no me estás diciendo y siempre te guardaste.

      —Voy a buscar los cobayos y después hablamos.

      —No te escapes, que no vas a zafar, y dejá los cobayos que faltan tres horas para que se cumplan las 24, sentate ahí que cambio la yerba. Me cacho en diez, nos criamos juntos, te pasa algo con tu ex y no me contás, empezá a hablar.

      Mientras Iván ceba el primer mate de la tanda, Enrique respira hondo y confiesa:

      —Mirá, yo la quería a Carla, eso es innegable, pero tenía síndrome de vaca atada.

      Iván lo mira sorprendido justo cuando iba a chupar la bombilla.

      —Eso no existe, lo acabás de inventar.

      Enrique continúa:

      —Es hermosa, y era mucho para mí, y supongo que ella lo sabía, no digo que no me quería, ojo. —Estira el brazo para agarrar el mate toma un poco y sigue—: Con cualquier discusión boluda, yo tenía que ceder, sentía como que ella pensaba “vas a tener que ceder porque otra como yo no conseguís ni a palos”. —Da otro sorbo.

      —¿Entonces te trataba mal?

      —No, nada que ver, era redulce, pero en cada intercambio de opinión tenía que ceder y me quedaba recaliente y frustrado.

      —Pará, ella no te decía “dame la razón porque si no te largo”, porque eso me lo hubieses contado.

      Enrique quiere volver a tomar del mate, pero se detiene para contestar:

      —No, no, no, pero me lo hacía sentir.

      —El mate —señala Iván.

      —Entonces, después del accidente, cuando volvimos del sur, estábamos menos tiempo juntos porque yo tenía mucho “trabajo”. —Hace comillas en el aire con las manos, una de ellas todavía con el mate—. Por trabajo entiéndase que me iba a practicar volar y tirarles a las latas.

      —El mate —vuelve a señalar Iván.

      —Entre que estaba flaco, con más autoestima…

      —¡Largá el mate, que no es micrófono, carajo!

      —Bueeenooo. —Chupa, hace ruido, lo devuelve y sigue—: Como te decía, tenía más autoestima, tengo poderes, nadie me toca el culo, qué sé yo, pensé, hago la vida loca y la cantidad me la va a sacar de la cabeza, y si me enamoro de alguien, mejor, un clavo saca a otro clavo.

      —¿Entonces el clavo sigue ahí después de un año y medio?

      Enrique asiente en silencio, Iván intenta consolarlo:

      —Mirá, ya sé que es muy linda, pero no te sentías bien a su lado, ¿sentías que no te quería tanto como vos a ella? Listo, a otra cosa mariposa, querido, ¿qué es lo que extrañás? —Le vuelve a dar el mate, pero Enrique tiene la mirada perdida, no lo ve, entonces Iván sigue—: ¡Ah!, y si querés mi opinión, eso de la vaca atada es cosa tuya, vos te sentías así, ella no hizo nada, y preguntale a Adriana, la que sufrió es ella, vos hiciste la vida loca.

      —La hice sufrir, ¿no?

      Iván mira a Enrique con ojos entre paternales y psicoanalíticos:

      —Quique, siempre me decís cagón a mí por ser acrofóbico, que de última tiene lógica... ¿Vos te das cuenta de la decisión que tomaste con Carli?

      —Que vos sos cagón entendí, lo otro no.

      —Tenías tanto miedo de que te deje que la dejaste vos para liberarte de la presión, no se puede ser más boludo.

      Enrique agarra el mate y sin tomarlo piensa un momento y le dice:

      —Tenés razón, era un problema de carácter mío... Lo primero que hice estas dos semanas que empecé a patrullar es ir a verla, por eso me compré los largavistas.

      —¿La espiás con el novio?, nada bien te puede hacer eso.

      —No, nunca vi nada de eso, por suerte, pero cuando el flaco se va, se pone a llorar, saca algo de un cajón y lo abraza, ahora pude ver qué era. —Toma el mate y sonríe con una muesca entre tristeza y alivio.

      —¿Qué abraza?

      —Un portarretratos con una foto nuestra en la Garganta del Diablo.

      —Nosotros no fuimos juntos a Cataratas.

      —¡Una foto de ella y mía, nabo!

      —¡Ya sé, te estoy cargando! —le dice Iván riendo—. A ver si cambiás esa cara, ¡mirá yo que sonriente que estoy ahora!

      —¿Y por qué sonreís?, ¿disfrutás de mi desgracia?

      —Sí, pero aparte de eso, porque tengo razón, sos un tarado.

      —A ver, vos que sos tan inteligente y tuviste una sola novia, ¿qué hago?

      —Prepará las placas de fluorescencia, calibrá el equipo y después andá al bioterio a buscar los bichos, yo leí el diario local nada más porque te pusiste a llorisquear, me falta el de Buenos Aires todavía, y si te portás bien voy a la panadería, ¡chop, chop! —dice con dos palmazos al unísono.

      —Dale, en serio, ¿la llamo?

      —Mirá, ahora tiene novio, si se lo vas a soplar, asegurate de querer una relación seria con ella, si no, no le arruines lo que tiene.

      —¿Y si me saca carpiendo?

      —Es lo más probable después de lo idiota que fuiste, ¿pero te querés quedar con la duda?, llora abrazada con un cuadrito tuyo, Quique, y si te


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