Un sheriff de Alabama. Erina Alcalá
gusta la ironía?
—Sí, mucho, soy irónica por naturaleza.
—Verá, doctora, tengo una reputación que mantener en este pueblo.
—Lo entiendo. Es usted un chico decente. Virgen ya no.
—Muy graciosa.
—Se lo dije. En serio, su secreto está a salvo conmigo, no en vano me ha indicado comprar una casa a su lado. ¿No será para controlarme?
—No, es que son las mejores casas para solteros que hay.
—¿Somos los dos únicos solteros del pueblo? —le dijo, mostrándole su sonrisa.
—No, pero el resto tienen casa.
—Vale.
—¿Cuándo empieza a trabajar?
—Mañana. Y ya estoy muerta. En cuanto me tome este plato y un postre de chocolate me iré a dormir hasta mañana.
—¿Se quedará para siempre? —Quiso saber Luca.
—Si me gusta, sí. Prefiero los pueblos pequeños y los cotilleos a una ciudad donde nadie se conoce ni se saluda. Y usted, ¿cuánto lleva aquí de sheriff?
—Tres años. Nací aquí.
—Entonces es conocido.
—Sí, y por eso quiero que todo siga igual que antes.
—¿Antes de qué?
—De que tuviéramos sexo.
—No hemos tenido nada, sheriff, acabo de conocerlo. Es la primera vez que lo veo, de hecho.
—Muy bien. Veo que nos entendemos.
—A la perfección —le dijo con doble intención y él la miró profundamente a los ojos.
Al final pidieron tarta y un café y ella iba a pagar cuando él se adelantó.
—Lo habría invitado, sheriff Brown —le dijo, mientras salían por la puerta.
—Nunca dejo que una mujer me pague nada.
—Lo tendré en cuenta. Bueno, hasta que nos veamos, y gracias por la invitación.
—Hasta pronto, doctora Vera.
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