Un sheriff de Alabama. Erina Alcalá

Un sheriff de Alabama - Erina Alcalá


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después de la Universidad. A pesar de tenerlo todo, estaba sola. Y no es que la soledad cuando llegaba a su apartamento fuese algo malo. Le gustaba, pero también quería relacionarse con otras personas fuera del trabajo y eso no lo tenía, lo echaba en falta, como le faltaba un hombre que le gustase.

      Se había acostado con algunos. Una noche que salía conocía a algún hombre que le parecía interesante y se acostaba con él al final de la velada, pero eso no era una relación, sino una necesidad física como todo el mundo necesitaba.

      Y así fue como conoció a unos seis o siete hombres en ese tiempo. Y con un par de ellos ni consiguió un orgasmo siquiera.

      Casi un hombre al año, menuda lista tenía. Otras veces charlaba con algunos hombres, pero no se acostaba con ellos.

      Esa era su vida de soltera cirujana.

      Viajaba a Martos a ver a sus abuelos, pero habían muerto uno detrás de otro en años diferentes y ahí estaba. Más sola que en toda su vida. Por eso pensó que un pueblo pequeño era lo mejor que podía pasarle.

      Si el director del hospital no le hubiese mencionado Alabama, a ella jamás se le había ocurrido. Había sido una casualidad y ella iba a aprovecharla. Un pequeño pueblo de Alabama, donde todo el mundo se conoce. Y si quería hombres, siempre podría irse a algún pueblo lejano donde nadie la conociera.

      Dejaría su apartamento alquilado en Manhattan y se compraría una casita en el pueblo. Quizá pudiese comprar un par de mecedoras y ponerlas en un porche. Y sentarse a la luz de la luna y cerrar los ojos tranquilamente, sin tener miedo a la soledad.

      Era joven y rica y vería en qué podía invertir en ese pequeño pueblo.

      De momento ir a casa y prepararlo todo para irse. El lunes entraba en su nuevo trabajo y tenía que hacer un montón de cosas y dejar liquidados todos los pagos y seleccionar qué iba a llevarse. Le quedaba menos de una semana. Tenía que darse prisa.

      Afortunadamente su apartamento era amueblado y no iba a llevarse nada que no fuese imprescindible, algunos objetos personales y la ropa.

      Compraría todo nuevo para su nueva casa. Nada de apartamentos y pisos. Una casa con un porche y vallas blancas.

      Se dirigió a casa y compró por el camino: un juego de maletas, dos grandes y una mediana para los enseres de aseo y maquillaje. Ya tenía otra maleta en casa.

      Ingresó su cheque del hospital en el banco. Tomó su coche y lo vendió.

      Le dieron el dinero en metálico. Lo vendió bien, ya que era un buen vehículo, pero tenía unos años. Le dieron por él cuatro mil dólares. Con ese dinero tendría para el viaje. Desde que era rica se tornaba más ahorrativa y sonreía para sí con ello.

      Se compró un billete a Montgomery, la capital de Alabama. Y con cuatro maletas, y su bolso de mano, dos días después, dejó su apartamento vacío, y dejó la Gran Manzana tras permanecer allí durante once años.

      No tuvo sensación de pérdida. Al contrario. Iba contenta y entusiasmada. Iba a la aventura. A otro Estado, a un lugar nuevo, pequeño, y esperaba que mejor.

      Durante el vuelo, tuvo el presentimiento de que se dirigía a un lugar al que pertenecía y que no volvería más a vivir en la Gran Manzana. Era optimista. Y estaba contenta.

      Al llegar al aeropuerto de Montgomery, la capital del Estado de Alabama tomó un taxi hasta un hotel de cuatro estrellas que estuviese en el centro. Se lo pidió al taxista y este se lo recomendó.

      Cuando llegó al hotel eran las dos de la tarde. Dejó su equipaje y salió a comer por los alrededores y cuando terminó, tomó otro taxi hasta un concesionario y se compró un monovolumen de la marca Ford gris oscuro, nuevo y último modelo con todos los extras. Al contado.

      Lo llevó al parking del hotel. Se tomó un café y un trozo de tarta en la cafetería del hotel y se fue a su habitación.

      Se echó una buena siesta. Cuando se despertó, cenó fuera, se duchó y acostó pronto. Al día siguiente saldría temprano para su destino. Sin prisas. Tenía todo el tiempo del mundo para ir viendo el paisaje.

      El viernes por la mañana, metió sus cuatro maletas y un bolso grande, en su nuevo coche y emprendió camino, hasta que llegó a Evergreen, una ciudad cerca de Grove Hill donde iba. Si no se había equivocado, le quedaba Monroeville y luego el que iba a ser su pueblo.

      Le gustó Evergreen y pensó quedarse allí ese día a descansar. No tenía prisa. Vio un motel de carretera a la salida del pueblo y allí paró. Pidió una habitación.

      Se echó una buena siesta y se despertó casi de noche. Frente al motel, cruzando la carretera, había un restaurante de comida rápida y al lado un bar de copas, que esperaba que fuese un local decente.

      Se veían coches buenos, digamos que si era un lugar de moteros se saldría de allí, si veía un buen lugar se quedaría a tomar una copa o dos y si encontraba un hombre… hacía unos cuantos meses que no había estado con ninguno y le apetecía.

      Allí iba a celebrar el giro que había dado su vida. Dinero y un trabajo que cualquiera podía llamarla loca por cambiar. De hecho, se lo llamaron cuando se despidió de sus compañeros en el hospital de Nueva York.

      Se puso un vestido negro estrecho y pegado al cuerpo, por encima de la rodilla. Era de tirantes y una chaqueta estrecha de piel elegante que le marcaba la cintura, de color piel, unas botas altas, también de color piel y el bolso igual, se puso medias a media pierna que solía llevar en la Gran Manzana cuando salía a ligar. Y un conjunto de ropa interior muy sexy. Como toda la que tenía.

      Y si podía, ligaría antes de empezar su trabajo. Se lo merecía, necesitaba un hombre esa noche, como siempre, sin condiciones ni compromisos, además estaba lejos relativamente del pueblo donde trabajaría. Bueno, no tan lejos…

      Se maquilló y se perfumó, y se dejó su mata de pelo suelto.

      Cuando entró en la cafetería, pidió una hamburguesa y una coca cola. Sabía que no era sano, pero por una noche… ya se pondría a dieta cuando llegara.

      En la cafetería había un grupo de hombres jóvenes que armaban algo de jaleo, parecían estar de celebración, unas cuantas parejas, chicos jóvenes. Estaba llena la cafetería. Y tardaron en servirle.

      En el grupo de chicos jóvenes, más o menos de su edad, sintió la mirada profunda y penetrante de uno de los chicos, ella lo miró también.

      Era alto, muy alto, como uno ochenta y seis, con vaqueros y camisa negra, un sombrero negro también y botas del mismo color.

      Su cabello era negro como el carbón, y los ojos azules como el mar y ese contraste entre su pelo y sus ojos la atraía como un imán. Luego estaba su cuerpo de escándalo con esa ropa negra. Esas anchas espaldas y estrechas caderas. Era muy atractivo y miraba como un psicólogo, analizándola.

      Sintió todo el rato su mirada sobre ella.

      Podía ser ese, si no fuera porque iba con amigos… Era el hombre más sexy que había conocido. Guapo para matar por él.

      Se sentaron en una mesa y pidieron también hamburguesas como ella, y cerveza, no como ella.

      Cuando terminó de cenar, pagó y salió a tomarse la copa al local de al lado. No tenía sentido quedarse allí en la cafetería mirando ese pedazo de hombre.

      Era un buen sitio, así que se sentó en la barra y pidió un San Francisco. No solía beber alcohol, incluso la cerveza la prefería sin alcohol. Por su profesión estaba acostumbrada.

      Echó un vistazo al local desde el espejo de la barra del bar. En ella, había unas parejas, algunos chicos jóvenes y otros más maduros, una pista de baile y mesas y sillones. Le gustó el local. La música que sonaba era country y no estaba muy alto el volumen.

      A través del cristal de la barra, vio al grupo de chicos que había en la cafetería, entre ellos, el moreno de ojos azules, que la miró de nuevo al pasar a su lado a través del espejo


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