Un sheriff de Alabama. Erina Alcalá

Un sheriff de Alabama - Erina Alcalá


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alto. De cerca era más guapo si cabía. Olía bien, era muy sexy y le encantó su voz, cuando este le dijo arrastrando las palabras:

      —Hola, ¿estás sola?

      —Sí. —Y se sentó a su lado.

      —Te invito a una copa.

      —Gracias. Acepto.

      —¿Qué tomas?

      —Un San Francisco

      —¿Nada sin alcohol?

      —Prohibido el alcohol. No bebo. No me gusta. Quizá una copa de champagne en Navidades o alguna ocasión importante.

      —Eso es muy fino para este Estado. ¿Eres de por aquí?

      —No, voy a un pueblo cerca por trabajo, pero voy a pasar la noche en el motel de enfrente.

      —¿Novio, amigos?

      —Nada, ni marido, ¿y tú? —le preguntó ella. Aquello parecía un interrogatorio o un chat. Y le hizo gracia. El chico no sonreía. Era serio.

      —Tampoco, nada de compromisos. ¿Qué edad tienes?

      —Veintinueve cumplí el mes pasado, ¿y tú?

      —Cumplo treinta esta noche.

      —Vaya, feliz cumpleaños, así que tus amigos y tú estáis de fiesta. ¿Y nosotros estamos chateando o me estás haciendo un interrogatorio en toda regla? —Fue la primera vez que lo vio sonreír.

      —Se puede llamar así. Perdona, era por conocerte. No pareces de aquí. Eres una señorita fina y no estamos acostumbrados.

      —¿Eres de aquí?

      —Vivo cerca de aquí, pero a veces, venimos a este local. Es tranquilo y se está bien. ¿Bailamos?

      —Bueno, no sé si sabré bailar eso —le dijo con una gran sonrisa—. En Nueva York no lo hago.

      —¿Vienes de allí? —dijo él tomándole la mano. Ella bajó del taburete de la barra y se dirigieron a la pista de baile.

      —Sí, de allí vengo. —La agarró por la cintura, pegándola a su cuerpo al ritmo de la música.

      —Se nota.

      —¿Cómo que se nota?

      —Tu acento y tu forma de vestir, tu olor. Hueles muy bien.

      —Vaya, qué observador. Gracias. —Ella perdió un poco el paso y casi estuvo a punto de pisarlo.

      —Venga, te enseño —le dijo el moreno, que también olía muy bien y notaba su piel cálida sobre la suya, sus brazos y su pecho fuerte, pegado al suyo, y sintió el sexo duro contra su vientre y ella se excitó. Sin embargo, él estaba como si nada pasara.

      —Bueno, si aceptas un pisotón…

      —Acepto. Es mi cumple.

      —Vale —le dijo Rosa sonriendo.

      CAPÍTULO 3

      «Al menos no era el típico tonto ligón», pensó Rosa. Cuando hacía preguntas, las hacía en serio, como si de verdad le interesase.

      Y no babeaba. Era un tipo seguro. La química entre ellos resultaba química sexual desde el momento en que intercambiaron en la cafetería la primera mirada.

      Cuando ese hombre la miraba, le hacía el amor con los ojos. Sabía qué pensaba. Era una conexión que no había sentido con ningún hombre. Y era una pena, porque quizá ya no le viese nunca más.

      La cogió por la cintura más fuerte y la pegó a su cuerpo y ella sintió su dureza en el vientre, y se excitó.

      Sus brazos eran cálidos y la abrazaban con fuerza; sentía su calor traspasarle la piel. Era pura fibra y se sintió encajar en su cuerpo.

      Ese hombre era distinto a los que había conocido, pijos y creídos, vestidos con traje de chaqueta impecable.

      Sin embargo, este era silencioso y hablaba cuando debía, no gastaba palabras en balde, y ella no necesitaba palabras vacías.

      Él le acariciaba la espalda y en un momento en que ella lo miró, acercó su boca a la suya y besó sus labios y ella lo dejó, y el beso en los labios pasó a ser un beso en la boca, donde su lengua trepaba por la suya en una danza primitiva.

      Ese hombre besaba como un Dios y si no paraba, ella iba a perder la noción del tiempo, algo que no le había pasado nunca.

      Siempre había controlado su sexualidad. En realidad, había estado con seis o siete hombres. Contactos sexuales y nada más.

      Se dio cuenta de que prácticamente no sabía nada de amor y sexo o química, sino de necesidad rápida. Incluso en un par de ocasiones no había conseguido tener un orgasmo con esos hombres.

      Cuando terminó el tercer beso que le dio y tocó su pelo y acarició su espalda…

      —¿Me invitas a tu habitación?, o tomamos una distinta.

      Ella lo miró sorprendida.

      No hacía falta hacerse la remilgada. Ella quería también sexo con él, y este lo sabía, y también quería. Salieron de la mano, cruzaron la carretera en silencio y entraron en su habitación.

      No hacían falta palabras, pero ella jamás había estado con un tipo como ese, tan alto y guapo… y un vaquero. No tuvo miedo en ningún momento.

      El sueño de una neoyorquina como ella, aunque era española, era también de Nueva York. Un vaquero en su cama.

      Al entrar en la habitación, ella se quitó la chaquetilla de piel y se quedó con el vestido de tirantes.

      Él llevaba una cazadora de piel en la mano. La dejó en una silla al lado de una pequeña ventana de la habitación y ella dejó la suya allí también. Se le acercó en toda su imponente altura y la cogió de la cintura y sin hablar, la besó despacio.

      Sabía que era una mujer distinta a todas cuantas había conocido y se había acostado. Era una mujer fina. Tampoco, él iba a ser distinto, pero debía actuar con delicadeza. Y eso hizo, la besó y le bajó los tirantes del vestido y vio su sujetador caro y sexy.

      Le bajó la cremallera y le echó el vestido a los pies y se quedó en sujetador y tanga a conjunto. Y esas medias de seda… a media pierna, lo dejaron duro como una piedra. Le molestaban los vaqueros.

      Él supuso que aquella ropa interior costaba lo que él ganaba en diez días como sheriff. Y pensó de dónde habría salido aquella mujer y qué hacía por allí, pero estaba demasiado excitado y duro como una piedra como para hacerse esas preguntas ahora.

      Su cuerpo era pequeño y perfecto y esas medias a media pierna lo iban a matar. Era como una chica de revista. Su olor era caro y fresco y se metía en su cuerpo.

      Mientras besaba sus pechos por encima del sujetador, se quitó la camisa y ella vio su espalda ancha y los músculos perfectos, su cintura y cadera estrechas. Se quitó los pantalones y los slips y se quedó libre y en toda su grandeza. Y se pegó a su cuerpo.

      Era el hombre más sexy y guapo que había conocido y también el mejor dotado. Su miembro era grande y largo y deseaba tenerlo dentro de ella. Lo deseaba como nunca había deseado a ningún hombre.

      Le quitó el sujetador y sus pechos quedaron llenos y los pezones grandes y duros se pegaron a su pecho. Luca sintió morirse.

      Tenía una piel delicada y preciosa, chupó sus pezones y los mordisqueó. Metió su mano en el sexo de ella y lo encontró húmedo y caliente, y era por él. Y era para él.

      No había palabras, solo se oían los gemidos de ella cuando Luca la tocaba y sabía cómo hacerlo. Eso lo supo ella bien porque explotó en un orgasmo loco y rápido, agarrándose a su cuello.

      Él le quitó ese minúsculo tirante llamado tanga y la tumbó en la cama con las medias


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