Un sheriff de Alabama. Erina Alcalá

Un sheriff de Alabama - Erina Alcalá


Скачать книгу
ese hombre?

      Supuso que como era el sheriff no querría que nadie supiera que había tenido un affaire con ella que iba a vivir en el pueblo. Bueno,. aA ella tampoco le gustaría que nadie lo supiera. Era una doctora de prestigio. ¡Ay, señor!

      Le encantaba Alabama y el guapo moreno de ojos azules de uniforme. Lo iba a pasar muy bien en ese pequeño pueblo. Porque en los pequeños pueblos todo el mundo se conoce y se iba a enterar de quién era Luca.

      Por su parte, Luca no se lo podía creer.

      Se había acostado con la doctora del pueblo. ¡Dios! Iba a tener que verla a menudo y le iba a costar olvidar que la había poseído y que la deseaba de nuevo, que media noche no había sido suficiente para él. Estaba metido en un buen lío con la pequeña pija morena de Nueva York.

      Sin haberse recuperado de la impresión, Luca llamó al señor Smith, dueño de la inmobiliaria del pueblo.

      —Hola, señor Smith. Soy Luca.

      —Hola, sheriff, ¿qué puedo hacer por usted?

      —Le va a aparecer dentro de unos momentos la doctora Vera. La he mandado para allá. Quiere una casa para alquilar. Y… llamo para recordarle que hay una casa en alquiler junto a la mía. Es una de las más nuevas. Y queremos que tenga una buena imagen del pueblo.

      —Por supuesto —dijo el hombre—. Entendido, sheriff Brown.

      Cuando Rosa llegó a las indicaciones de Luca, paró su monovolumen en la puerta y ya el señor Smith la estaba esperando.

      Al salir se dio cuenta de que alguien había anunciado su llegada. El hombre ya sabía que era la doctora.

      —Hola, ¿es usted la doctora Vera?

      —Sí, y usted es...

      —El señor Smith, agente inmobiliario. La estaba esperando. Me ha llamado el sheriff...

      —¡Qué eficiente! Encantada, señor Smith.

      Ambos se saludaron.

      —Tengo una casa para usted preciosa y tranquila. Y está cerca del hospital. Bueno, aquí todo está cerca. —Se reía el señor Smith—. Sígame con el coche. Es nueva, se la enseñaré. Son las últimas que se han construido. El problema es que no está amueblada, ni tampoco tiene electrodomésticos, pero se pintó el mes pasado y está para entrar.

      —No se preocupe.

      —Bien, vamos allá…

      Siguió unas cuantas calles al coche del señor Smith, y llegó a un paraje tranquilo dentro del pueblo. Había dos casas más apartadas, pero entre ellas había unos diez metros.

      Eran iguales y no demasiado grandes. El señor Smith le indicó con la mano que parara y ella se detuvo detrás de su coche.

      Salieron y el hombre le dijo que esas casas eran muy tranquilas, nuevas y preciosas, el barrio también, así como el pueblo en el que todos se conocían.

      La casa era preciosa de verdad, parecía una casita mona, pintada en gris oscuro, con dos ventanales blancos a cada lado de la puerta, con contraventanas negras.

      Una chimenea y una ventana en la parte de arriba con contraventanas también. Toda rodeada de césped y con setos alrededor de los ventanales. Y terminada en dos triángulos en la parte alta de puerta negra, y la ventana de arriba. Una entrada parecida a un porche a pie de calle para sentarse por las tardes, pero sin escalones.

      Era una preciosidad por fuera. Eran dos casas iguales. Le daba igual cualquiera de ellas. Le encantó.

      Le dijo que una ya estaba ocupada. Estaban recién fabricadas. Y se alquilaba por mil dólares al mes. Aún no sabía cuánto iba a cobrar en el hospital. No sería como en Nueva York, claro. No le pareció mal el precio y le preguntó si estaba en venta y le dijo que sí, por trescientos veinte mil dólares.

      —Sí, me gusta, la compro —le dijo ella.

      —¿En serio?, aún no la ha visto —preguntó el hombre sorprendido y contento por la comisión.

      —Sí, en serio. Prefiero comprar a pagar un alquiler. Vamos a verla.

      La casa tenía los suelos de madera oscura, con escaleras igualmente y pintadas de blanco. Preciosa y cuca. En Nueva York no se podría comprar esa casa por aquel precio.

      La pena es que estaba vacía de muebles y electrodomésticos. La cocina era una monada, abierta a un salón con una chimenea. Un aseo en la parte de abajo y una sala no muy grande que ella usaría como despacho.

      Arriba había tres dormitorios con dos baños y sus vestidores completos. Uno, el principal, daba a la calle y los otros al jardín. Los dormitorios eran coquetos y pequeños, no demasiado grandes, excepto el principal que sí lo era con dos vestidores y su baño con lavabo doble.

      La entrada a la casa era preciosa, un caminito de unos cincuenta metros y un garaje para meter el coche al lado y pegado a la casa. Y rodeada de una valla blanca, como siempre soñó.

      El jardín delantero era de césped y el trasero tenía un cuarto de lavado grande y estantes para los útiles de limpieza. Un espacio para patio y otro para jardín, de césped también y un seto alrededor de una valla alta y blanca.

      —¡Me encanta!

      —Es preciosa y nueva. Aquí va a estar muy bien.

      —Me la quedo. Debo tener la dirección. La compro.

      —¿En serio no la quiere alquilar antes?

      —No, prefiero comprarla.

      —Bueno, iremos a la inmobiliaria.

      —¿Puedo dejar las maletas y llevarme solo el bolso?

      —Por supuesto. Haremos toda la documentación y cuando estén las escrituras la llamo y las firma. Y paga el resto del dinero. Tiene que abonar un 80 % por adelantado o si prefiere financiarla…

      —No, la compro al contado. Así que perfecto. Sin problemas. Vámonos a firmar, señor Smith. A propósito, ¿hay alguna tienda de muebles por aquí que me los lleven rápido?

      —Por supuesto. La señora Mabel está frente a mi agencia, allí puede comprar lo que necesite y se lo llevarán esta tarde. Son muy eficientes.

      —¡Qué bien! ¡Me encanta el pueblo!

      —Le encantará. Es tranquilo y todo el mundo se conoce y se ayuda. Somos como una gran familia.

      —Vamos, señor Smith. He comprado una casa —dijo toda contenta.

      En el despacho de la inmobiliaria ella realizó todas las gestiones de la venta de la casa y pagó con su tarjeta el 100 % de la cantidad y los impuestos. Quería dejarlo todo pagado.

      Les dieron sus llaves por duplicado y en menos de una semana la llamaría el señor Smith para darle la escritura.

      La trató encantado de la vida. Para el señor Smith, la doctora Vera era una diosa. Lo cierto es que la doctora Vera era encantadora, educada y muy graciosa.

      En su trabajo había casos bastantes complicados como para ser seria fuera del trabajo. Era alegre, divertida, irónica y muy graciosa. Siempre estaba riéndose. Su sonrisa era su seña de identidad.

      Y al salir, se dirigió a la tienda de muebles de la señora Mabel. Era enorme, la verdad, y ella no se había fijado al entrar porque buscaba la inmobiliaria.

      La recibió la señora en persona y ella se presentó como la nueva doctora que iba a trabajar en el hospital y que era cirujana.

      Le encantaban las cosas de los pueblos y ella no iba a guardarse nada, salvo lo que quisiera. Sería amiga de todo el mundo. Tenía esa facilidad sin pretenderlo.

      —¿Y qué desea de mi tienda, doctora Vera?

      —Pues verá señora Mabel, acabo de comprar la casa de esta dirección, al señor Smith.


Скачать книгу