Un sheriff de Alabama. Erina Alcalá

Un sheriff de Alabama - Erina Alcalá


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sexuales, pero cuando ella le cerró las piernas estrangulando su miembro, dejó de controlar y se volvió loco de deseo y excitación y quería que durara, que esa señorita del norte supiera lo que era un vaquero de Alabama. Como si quisiera enseñarle algo. Como si le tuviese rabia. Pero ella estaba disfrutando de su cuerpo y él dejó de pensar.

      Era la primera vez que le ocurría y a ella también. Perdieron el control que tanto controlaban en sus relaciones y mientras él agonizaba de deseo en su cuerpo, ella llegaba a un pozo sin fondo y estallaron en mil emociones. La tenía sujeta por las caderas y ella por el trasero para tenerlo apretado a su sexo.

      Cuando recobraron la respiración, él entró al baño y ella se quedó boca arriba, sin poder moverse. Preguntándose qué le había ocurrido.

      Había sido un sexo perfecto. El mejor de su vida. A los veintinueve años. Nunca había sentido nada igual. Con nadie. ¡Qué pena que aquello acabara aquella noche!

      Su orgasmo había sido perfecto y se había descontrolado como nunca. Se había vuelto loca con ese cuerpo del vaquero vestido de negro.

      Luca pensaba que era la primera vez que se descontrolaba con una mujer. Esa mujer había sido un peligro para él y para su estado emocional. Nunca había sentido nada con ninguna mujer comparado con lo que había ocurrido con ella, y tenía que sentirlo con ella, una mujer que se acostaba con cualquiera en un motel de carretera.

      Sabía que era un pensamiento machista y que él mismo lo había hecho, pero si alguna vez elegía una mujer para formar una familia, no iba a elegir a una como ella, sería una buena chica. De momento iba a disfrutar de su cumpleaños y de su cuerpo esa noche. Hasta bien entrada la noche.

      Salió del baño y se tumbó en la cama.

      —¿Cómo te llamas? —le preguntó ella.

      —Nada de nombres. Cuanto menos hablemos, mejor.

      —Muy bien, señor mudo. Sin palabras. —Así estaban las cosas. Perfecto. Sexo del bueno y punto.

      Bajó a su sexo y movió su miembro con su boca y Luca se quedó mudo de verdad. Movía los pliegues y se los estiraba y su boca era miel en su sexo de junco amurallado; él gemía y tiritaba como un niño y su cuerpo fue de ella el tiempo que esta quiso. Explotó sin remedio y sin poder controlarlo.

      Ya era la segunda vez que no controlaba, pero era perfecto.

      Le tocó el turno a él y chupó su sexo, que a él le supo a gloria, su olor lo embargaba y ella se aferraba a las sábanas, mientras Luca cogía sus caderas y las alzaba a su boca y chupaba y lamía su sexo desnudo…

      Fue una noche de sexo descontrolada, inolvidable, caliente y sexy, pero ambos sabían que había sido más que sexo, que ninguno había sentido algo así antes, pero claro, eso lo sabía cada uno individualmente y por separado.

      No hablaron. Solo tuvieron sexo. Hicieron el amor hasta las tres de la mañana, y no se cansaban ninguno de los dos, cuando ella lo tocaba, él se excitaba y cuando él la tocaba, ella era arena en sus manos.

      Él, a cambio, se llevó una noche de sexo, la mejor de su vida y un cierto malestar por no haber controlado lo suficiente. Nunca le había pasado y estaba molesto consigo mismo. Afortunadamente, se había ido y no la volvería a ver jamás. Por fortuna o por desgracia, sabía que había sido distinta a las demás.

      Lo escuchó vestirse sobre las tres y media y salir en silencio. Tan silencioso como entró, salió de su habitación, pero dejó en su cuerpo la huella de sus besos, de su sexo, de su boca y de su olor. Se quedó dormida y antes de hacerlo sintió su cuerpo más relajado que en toda su vida.

      A la mañana siguiente, Rosa se levantó a las nueve de la mañana. Fue a desayunar a la cafetería donde estuvieron la noche anterior.

      Tras tomar su desayuno, se lavó los dientes y terminó de recoger sus maletas y las volvió a meter en el maletero de su monovolumen; salió en busca de su destino.

      Ya le quedaba un pueblo más y llegaría en poco tiempo a Grove Hill. Allí, buscaría un motel o si había alguna inmobiliaria y si había suerte, una casa donde quedarse.

      Le quedaban tres kilómetros para llegar a Grove Hill cuando empezó a seguirla un coche patrulla.

      —¿Qué demonios…?

      La hizo parar en el arcén y se detuvo.

      No había hecho nada, no se había pasado de velocidad.

      Por el retrovisor, vio bajarse a un hombre alto, vestido con un pantalón verde y una camisa caqui de manga larga, unas botas y todas sus parafernalias; en la camisa, pistola en la cartuchera y un sombrero vaquero y unas gafas verde oscuras. Al acercarse vio una placa de sheriff y se asustó un poco.

      Cuando el hombre se acercó a su coche ella abrió la ventanilla. Él se quitó las gafas y se reconocieron.

      ¿Era posible tanta casualidad? Era el vaquero de la noche anterior.

      ¿Con quién había hecho el amor? Dios mío, ¡con un sheriff de Alabama! Uno joven y guapo. Esperaba que eso no fuese nada malo.

      —¡Buenos días, señorita!

      Hizo como que no la conocía. ¡Eso era la monda! Bien, ella haría lo mismo. Si él tenía demencia senil, ella tendría Alzhéimer también.

      —¡Buenos días, sheriff! Espero que haya pasado una buena noche —ironizó.

      Se mordió el labio para no reír, y pensó que se había pasado. Él la miró detenidamente y siguió serio y callado. Vale, seguimos así. El sheriff manda.

      —Documentación.

      Ella sacó su documentación y él le ordenó que no se moviera. Fue a su coche de patrulla, como si ella fuera una delincuente.

      «¡Será imbécil!».

      Cuando le contestaron, volvió de regresó con su documentación.

      —Ni una multa de tráfico —volvió a ironizar ella.

      —¿Dónde va?

      —A Grove Hill.

      —¿Piensa vivir allí?

      —Pienso vivir allí y espero que por muchos años. Si me canso, me iré.

      —¿Y qué va a hacer allí?, digo, ¿en qué va a trabajar?

      —En el Hospital General. Soy médica cirujana.

      Él pareció sorprendido.

      —¿En serio?

      —Espero que no le suponga ningún inconveniente.

      —Ninguno.

      —Oiga, sheriff, ya que estamos, ¿hay alguna inmobiliaria en el pueblo donde pueda encontrar una casa o algún motel donde quedarme? —A la palabra motel le hizo hincapié.

      —Hay casas que se alquilan.

      —Que se alquilen o se vendan, me da igual. Necesito un lugar tranquilo donde vivir.

      —Cuando entre al pueblo siga como a medio kilómetro. Hay una inmobiliaria a la derecha. Yo avisaré al dueño y le buscará algo.

      —Gracias. Es usted muy amable.

      —Puede seguir, doctora Vera.

      —Encantada de conocerlo, sheriff

      —Luca.

      —¡Encantada!, sheriff Luca.

      —Sheriff Brown para usted.

      —¡Ah, perfecto! Sheriff Brown. Ya nos veremos. Y gracias. —Cuando miró por el retrovisor, aún estaba observando su coche con las manos en las caderas y las piernas ligeramente abiertas.

      Era sexy a morir.

      Y la situación… muy irónica.


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