Un sheriff de Alabama. Erina Alcalá
pues eso no puede ser. La doctora no puede dormir en el suelo. —Sonrió—. ¿Qué desea en concreto?
—Todos los muebles y electrodomésticos para la casa. Se los compraré a usted. Y complementos que tenga para ella.
—¿En serio?
—Y tan en serio. No voy a irme a otro lado si usted tiene lo que necesito, le dejaré la tienda sin muebles, aunque me lleve los que tiene en la exposición.
—No será necesario, tenemos la fábrica a cinco kilómetros. Algunos del catálogo que le voy a mostrar no los tenemos, pero hay mucha variedad.
—Vale, pues empecemos por los dormitorios de arriba, tengo dos el principal, cama supergrande. Me encantan las camas grandes. Colchones, almohadas. Cómodas altas y con muchos cajones y cajoncitos arriba y mesitas de noche, silloncitos…
La señora Mabel le enseñó los catálogos y ella fue eligiendo. Lo cierto es que los muebles eran modernos, bonitos y tenían un buen precio. Amuebló otro de los dormitorios y algunos accesorios para los baños, y el otro dormitorio, no necesito amueblarlo de momento como dormitorio. Le voy a poner un gran sofá cama, una mesa, una televisión un equipo de música y algunos pufs en el suelo, una mecedora y una lámpara de lectura.
—¿Quiere también las cortinas y los edredones y sábanas?
—¿Tiene? —Se sorprendió ella.
—Claro, tenemos de todo.
—Perfecto. Pues cinco juegos de sábanas para cada cama. Y las cortinas. —Le enseñó un catálogo y las eligió a conjunto con los sillones de los dormitorios. Y las barras para las mismas. Y toallas para todos los baños y muebles para meter las toallas de los dos baños y dos secadores de baño, básculas, lámparas y cuadros…
—Ahora vamos a la parte de abajo.
—Los electrodomésticos sabemos las medidas por la otra casa.
—¡Ah, perfecto!
—¿De acero inoxidable?
—Los tenemos.
—Pues todos, hasta los pequeños. —Eligieron vajillas y cocina completa. Con hasta trapos de cocina. Todo de lo más caro y lo mejor.
Esa señora era una eminencia. Tenía de todo y era de lo más eficiente y amable. Eligió una mesa comedor para cuatro, unos taburetes para la cocina, dos sofás preciosos y un sillón una mesita de centro y en la entrada mesitas auxiliares, lámparas, cojines, cortinas, muebles para el patio, mesa, balancines, una barbacoa y los sillones, mantitas para el sofá que a ella le encantaban en invierno. Y para la entrada de la casa dos balancines y una pequeña mesa auxiliar. Equipamiento para la cocina, para todo. Un despacho completo. Toda una casa. Y todo lo que se necesitaba en un hogar. Hasta las lámparas y apliques.
No le faltaba nada.
Cuando hubo elegido todo eran las tres de la tarde. Y pidió perdón a la señora Mabel.
—Me da un poco de vergüenza decirle el precio de todo —le dijo la pobre señora.
—Mujer, es lo que he comprado. Es una casa entera y tiene buenos precios. No se preocupe.
Y pagó con tarjeta. Aunque la señora Mabel, le dijo que podía pagarlo a plazos, ella no quiso.
—Y muchas gracias.
—No se preocupe. Aunque terminemos a las dos de la mañana, tendremos todo allí a partir de una hora. Irán llegando a colocarle los muebles y electrodomésticos. Se lo dejaremos todo listo. Tengo tres personas muy eficientes y hoy es sábado y tenemos poco trabajo y si tengo que ir yo, acudiré también.
—Muchas gracias. Hasta luego, me voy a comer y estaré en casa para cuando vengan.
Lo cierto es, que a las doce de la noche su casa estaba amueblada. Se habían dado una paliza tremenda. Pero tenía casa nueva y muebles a estrenar, una chimenea eléctrica, televisión y un equipo de música en la habitación de arriba y al despacho no le faltaba nada, hasta un pc nuevo. Y todo colocado. Y de lo mejor, no en vano le costó una pasta. Solo le faltaba material de oficina que ya compraría en la librería que le recomendaron.
El domingo, encontró un supermercado abierto, así que podría hacer la compra. Desayunó e hizo una buena compra y en un bazar compró algunos objetos de decoración, cuadros y jarrones, plantas, etc. Y en la librería alguna revista, libros y una buena cantidad de materiales de oficina. Todo se lo llevaron a casa y cuando lo colocó, empezó a sacar las maletas y apilarlo en su vestidor y su baño nuevo. Hizo un par de coladas y planchó algunos vestidos.
Sacó sus zapatos de trabajo para llevarse unos dos pares al día siguiente y dejarlos en la taquilla, si había taquilla personal para cada uno en el hospital, como en Nueva York.
Cuando acabó todo, sí que tenía su casa lista. No había visto a nadie y fue a comer fuera. No le apetecía hacerse de comer, aunque tenía su nevera y despensa llena.
Quería darse una vuelta y echarse después una buena siesta, después de haberle dado un toque de limpieza a la casa. Había trabajado toda la mañana. Tenía su casa preciosa e impecable y toda la tarde para descansar. Se había comprado una tarta pequeña y se tomaría luego el café y la cena en casa.
Encontró una cafetería en el centro del pueblo, que parecía que era la mejor, porque había bastante gente, y pidió un plato combinado.
Mientras estaba comiendo en su mesa, entró el sheriff y ella se puso un tanto nerviosa al verlo. Él miró el local y saludó a todo el mundo y al verla, se dirigió hacia su mesa y se sentó.
—Siéntese, sheriff Brown. Está en su casa. —Y fue la primera vez que lo vio reír. Si ya era guapo serio, con esa sonrisa podía derretir un iceberg.
—Parece que ha estado muy ocupada, doctora Vera.
—Las noticias vuelan y aún no conozco nada más que a tres personas en este pueblo.
—¿En serio ha comprado la casa?
—Sí, ya es mía, me encanta mi casita, me faltan las escrituras. He pagado también los impuestos.
—La ha pagado al contado.
—Sí, los cirujanos ganamos muy bien en Nueva York.
—¿Y por qué se vino de allí?
—Quería paz y tranquilidad. Estaba estresada. Me gustan los pueblos y mi director conocía al gerente de este hospital y vine recomendada.
—Y ha comprado todos los muebles…
—Al contado también. Espero que no le suponga un problema mi economía. Me gusta comprar al contado. No me gusta tener deudas. ¿Y a usted?
—Tampoco.
—¿Y usted tiene casa?
—Tengo una alquilada.
—Perfecto.
—La que es igual a la suya. Soy su vecino.
—¡No me lo puedo creer! Me ha recomendado una casa al lado de la suya. Creía que no le gustaba hablarme.
—Hablo poco, lo necesario.
—¿No quiere comer? Le invito.
—¿Que usted me invita? —Se acercó la camarera y él pidió lo mismo que ella.
—Bueno, no es una aberración que una mujer invite a un hombre a comer, a su habitación, ya sabe…
Vino la camarera con el plato y se quedó la frase en el aire.
—Lo siento, sheriff, nos hemos conocido de una manera un tanto especial.
—¿Cómo de especial? —La miró a los ojos profundamente.
—Haciendo el amor primero y luego…
—Yo no hago el amor —le dijo bajando la voz y