Un sheriff de Alabama. Erina Alcalá
Rosa era una chica guapa de uno sesenta centímetros. Morena, con el pelo largo ondulado y ojos verdes claros como el agua de un lago transparente, que cuando te miraban siempre se veían risueños. Su nariz respingona estaba salpicada de pecas. Llevaba las uñas cortas y sin pintar, todo a causa de su profesión.
Tenía un buen cuerpo y los pechos generosos, sin llegar a ser demasiado exagerados. El gimnasio hacía su efecto.
Era una mujer feliz por naturaleza. Y no solo estaba por su alegría, sino también por sus andares seguros.
Atraía a los hombres, pero era quizás demasiado distante, independiente e irónica y cuando ligaban con ella, desconfiada. Se creía la mitad de la mitad de lo que los hombres le contaban. Y no se cortaba un pelo al hablar o decir lo que tuviese que decir.
No había tenido novios al uso. Nunca. Pero se había acostado por necesidad con algunos hombres. Cuando había salido sola algún fin de semana a tomar una copa a algún lugar de moda y le había gustado un hombre se acostaba con él, pero nada más.
No daba nunca su teléfono, quizás porque no le había interesado ninguno.
¿Que le gustaría encontrar a su media naranja?, claro, pero eso era dificilísimo. Y su reloj biológico iba a darle cualquier día un disgusto.
Pero ella sabía que era una chica familiar, que en un futuro no muy lejano querría hijos y un marido y ese último era el que tenía que encontrar. Un hombre con quien formar una familia.
Suspiró de nuevo.
Seguro que en la Gran Manzana no habría un hombre para ella.
A los dos días de llegar a Nueva York, se incorporó a su trabajo y pidió cita con el director del hospital. Este, no pudo recibirla en los tres días siguientes, ya que estaba muy ocupado, pero cuando por fin la recibió, Rosa ya sabía que su decisión era irrevocable.
El director la hizo pasar a su despacho.
—Deseo pedir el traslado. —Su jefe no supo muy bien que decir—. Quizás a un lugar pequeño y tranquilo.
—No puedo creer que quiera irse, doctora Vera. Es una de nuestras mejores cirujanas —dijo como si ella no lo supiera—. Me deja de piedra. No me lo esperaba de usted. Lleva casi cuatro años trabajando con nosotros y es una de las mejores.
Rosa le sonrió con amabilidad.
—No es algo que yo quiera, es que lo necesito. —Y ese era un hecho—. Necesito tranquilidad y paz. Irme a otro lugar más pequeño y tranquilo. No me importa ganar menos. Es una necesidad.
—¿Más pequeño? —preguntó extrañado.
—Así es. Un consultorio o un hospital mucho más pequeño donde vivir tranquila.
El director la miró como si se le hubiera ocurrido algo de repente.
—¿Qué le parece Alabama?
Ella lo miró algo sorprendida.
—¿Alabama?
El director asintió.
—Tengo un amigo en Alabama, estudiamos juntos. Hablé precisamente ayer con él y necesitan una doctora con conocimientos de cirugía menor. Aunque me explicó que, si es de cirugía mayor, mejor.
—Alabama… —Rosa se quedó pensativa—. Puede ser un buen cambio para mí.
—Si está interesada, la puedo recomendar.
—No estaría mal. —De pronto una sonrisa se dibujó en su rostro—. Me interesa.
—Pero le comunico que es una población de apenas mil habitantes. Es un pueblo pequeño, rodeado de ranchos, aunque llevan otras poblaciones de parte del Condado. Estaría desperdiciada con sus conocimientos y, sobre todo, ganaría menos de la mitad de lo que gana aquí.
—No me importa. Puede ser lo que busco.
Y realmente lo creía.
—Hablaré con él. Ayer me dijo que necesitaba un médico, pero claro, no sé si lo habrá encontrado. Espere un segundo.
Y así lo hizo. Esperó mientras el director hablaba con su amigo por teléfono. Y mientras lo hacía, su cabeza voló a Alabama. Quizás sería lo que estaba buscando.
—¿Y bien? —preguntó ansiosa.
—El puesto es suyo. No le van a pagar ni la mitad de lo que aquí cobra, pero si es lo que busca…
—No me importa. Es lo que deseo.
—Siendo así, tiene una semana para incorporarse. —Muy amablemente le anotó la dirección y el número de su amigo—. Le deseo mucha suerte con su nueva vida. Ya le mandaré por fax a mi compañero sus referencias y le indicaré que va para allá.
—Muchas gracias —dijo mirando el papel que le tendía—, de verdad.
HOSPITAL GENERAL GROVE HILL MEMORIAL
—El lugar es Grove Hill, Alabama. Aquí tiene todo anotado. Hoy es lunes, pase por caja para que pueda cobrar lo que se le adeude. Ya daré instrucciones de que se va y el lunes siguiente deberá estar incorporada en su nuevo destino. La esperan.
Ella asintió sin poder dejar de sonreír.
—Perfecto, muchas gracias. No sabe lo que se lo agradezco.
El hombre asintió.
—El director del hospital, se llama doctor Nick Landon. Va recomendada. Así que no me deje en mal lugar. Se puede ir a casa cuando termine hoy. Enhorabuena y suerte en su nuevo trabajo… Y en su nueva vida.
—Muchas gracias. Ha sido un placer haber trabajado aquí. Se lo agradeceré eternamente. Y no se preocupe, dejaré el listón alto.
—Ya sabe que puede volver cuando quiera. Si se arrepiente, regrese. Mientras yo sea director de este hospital, tendrá trabajo con nosotros. Ha trabajado muy bien estos años y la vamos a echar de menos.
Se despidió de sus compañeros que se quedaron de piedra cuando se enteraron de que se iba y pasó por caja y Recursos Humanos a rescindir su contrato.
Había concluido una etapa de su vida. Otra se abría.
Iba hacia otra aventura. Y experimentó una sensación agradable y extraña que la embargó al salir del hospital camino de su casa y supo que estaba haciendo lo correcto.
Era totalmente feliz y se dirigía a un lugar pequeño donde seguramente todo el mundo se conocía y era lo que en estos momentos de su vida estaba buscando.
Con veintinueve años, la vida le sonreía. Estaba sola en la vida, pero tenía el presentimiento de que iba a estar muy bien en un pequeño pueblo.
No tenía miedo a cambiar de vida, ya lo hizo una vez cuando vino a Manhattan y le pareció maravilloso vivir en la Universidad, sola, sin sus abuelos. Fue un cambio importante, como también ocurrió cuando sus padres murieron y tuvo que irse a vivir con ellos hasta que se marchó a la Universidad.
Su vida, había sido así, a golpes de momentos y cambios. Este iba a ser el tercero y esperaba no tener que encontrarse con ninguno más.
Vivir en Manhattan había sido maravilloso. Tenía libertad, un buen sueldo y un apartamento de dos dormitorios en una zona buena.
Había conseguido ser una buena cirujana y un buen sueldo que se veía aumentado por las guardias y extras. Por eso tenía una buena vida económicamente hablando. Podía comer en restaurantes y salir de noche y sobre todo la ropa, que era su debilidad. Sobre todo, la ropa interior.
Tenía una cantidad enorme de ropa interior en su vestidor, desde conjuntos, camisones y medias en invierno, de lo más sexy.
Sin embargo, tenía mucha ropa interior sexy y pocas oportunidades de enseñarlas.
La mayoría de las chicas que conocía del trabajo tenían pareja, así