Círculo de lectores. Raquel Jimeno

Círculo de lectores - Raquel Jimeno


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de la Lite­ra­tura y el Pensamiento Universales, la Biblioteca de la Literatura y el Pensamiento Hispánicos, la Biblioteca de Visionarios, Heterodoxos y Marginados o la Biblioteca del Mar.

      Las presiones de los editores, unas cuentas previsiblemente deficitarias y sus oscuros orígenes determinaron la liquidación de la Editora Nacional al poco de la llegada al poder del PSOE, en 1982. Quienes lamentamos aquella desdichada decisión mal podíamos esperar entonces que, aupado sobre los beneficios de una gestión modélica del club, Hans Meinke asumiría por iniciativa propia el desarrollo de un programa editorial no solo comparable, sino muy superior –en ambición y envergadura, pero también en solvencia material e intelectual– al de la recién cancelada Editora Nacional. La comparación no admite connotaciones negativas; antes al contrario, sirve para subrayar la altura de miras y –por qué no expresarlo en estos términos– la generosidad del “proyecto cultural de Círculo de Lectores” en los años de increíble bonanza que conoció bajo la dirección de Hans Meinke.

      Este libro esboza un oportuno inventario de las principales líneas de actuación de ese programa, en el que tuve el privilegio y la fortuna de participar. Lo hice al principio ocupándome –en estrecha connivencia con Norbert Denkel, de quien aprendí casi todo lo que sé del buen oficio de la tipografía, el diseño y el cuidado material de los libros– de la edición de según qué títulos particularmente exigentes del programa de Círculo, como algunos de Pedro Laín Entralgo (primer director de la Editora Nacional, por cierto) o Julio Caro Baroja (del que Círculo publicó, en ediciones preciosas, varios estudios inéditos de gran valía); o –ya en el campo de los libros ilustrados por artistas– como Poesía y otros textos de San Juan de la Cruz, un gran volumen ilustrado por Antonio Saura que fue distinguido por el Ministerio de Cultura español con el premio al libro mejor editado del año 1991. Al poco tiempo pasé a ocuparme de algunas colecciones asimismo exigentes, como las obras completas de Ramón del Valle-Inclán dirigidas por Alonso Zamora Vicente, en treinta volúmenes, o la Biblioteca de Plata de los Clásicos Españoles, dirigida por Francisco Rico. De todos estos proyectos se da cumplida cuenta en este trabajo, que se extiende, asimismo, en la descripción de otros dos proyectos estrella impulsados por Hans Meinke en sus últimos años al frente del club: la línea de obras completas Opera Mundi y la Biblioteca Universal de Círculo de Lectores. Dado que participé en la concepción y en la génesis de los dos, de cuyo desarrollo me hice parcialmente cargo, me voy a permitir dedicarles una atención especial.

      Bajo la etiqueta Opera Mundi se quiso amparar a las publicaciones más ambiciosas de Círculo de Lectores, destinadas –contrariamente a los usos corrientes en un club– a constituir un fondo perdurable, de incuestionable referencia. Fue el caso de los dos mencionados proyectos estrella, concebidos uno y otro con objetivos muy distintos.

      La Biblioteca Universal de Círculo de Lectores fue diseñada a comienzos de los años noventa con vistas al entonces inminente cambio de milenio. La idea inicial era ofrecer al socio del club una gran colección panorámica con los más valiosos textos que la humanidad venía atesorando desde el nacimiento de la letra escrita. Pero con este presupuesto era difícil armar una colección de menos de cien títulos, con el consiguiente riesgo de desalentar incluso al suscriptor más entusiasta, que se enfrentaría a un compromiso monográfico de muchos años. La forma de resolver este inconveniente consistió en diseñar una “colección de colecciones” que, convenientemente articuladas, sumaran todas juntas esa panorámica global. El patrón lo brindaron las “bibliotecas de plata” que Círculo llevaba publicadas hasta el momento: selecciones muy exigentes de un área determinada de la literatura (la narrativa del siglo XX, los clásicos españoles, etc.) encomendadas a una personalidad de indiscutible prestigio. La Biblioteca Universal de Círculo de Lectores se anunció, así, como un ambicioso programa de colecciones “temáticas”, por así llamarlas, dirigidas todas ellas por una señalada autoridad en la materia, que asumía personalmente no solo la selección de los títulos de su propia colección, sino también la presentación de estos, y tomaba todas las decisiones relativas a garantizar la más recta lectura el texto en cuestión: la elección de un prologuista específico para cada título, la selección de la traducción más idónea, etcétera.

      En el momento de su lanzamiento, en 1995, había programadas dieciocho colecciones. El elenco de colaboradores con los que se contó resulta en la actualidad deslumbrante. Durante los años en que el proyecto se fue fraguando y comenzó su andadura, hubo que coordinar la activa –y simultánea– participación en el mismo de grandes sabios como Martín de Riquer (a cargo de una colección de clásicos franceses) o Juan Vernet (director de una colección de literaturas orientales); compartir las dudas y los escrúpulos que las decisiones que debían tomar suscitaban en figuras como Fernando Savater (a cargo de una colección de ensayo contemporáneo) o Eduardo Mendoza (maestros modernos hispánicos); o ejercer las labores de cancillería que entrañaba dar cumplimiento a las osadas sugerencias de Carlos Fuentes, quien para su colección de maestros modernos anglosajones no dudaba, por ejemplo, en solicitar a alguien como Richard Ford que armara y prologara una antología del relato breve norteamericano. Si a los nombres de los directores de colección (además de los ya nombrados, José María Valverde, Emilio Lledó, Carlos García Gual, Mario Vargas Llosa, Luis Alberto de Cuenca, José Manuel Sánchez Ron, etc.) se suman los de los prologuistas, si a ello se añaden el cuidado puesto tanto en las traducciones empleadas como en la revisión de los textos y en su composición, las sobrecubiertas ilustradas por artistas como Eduardo Arroyo o Antonio Saura y la excelencia material de todos los volúmenes (encuadernados en tela, con pliegos cosidos y cinta de lectura), se comprenderá por qué Francisco Rico, director de una de las colecciones (clásicos españoles), se refería a la Biblioteca Universal como “una empresa disparatada, romántica, quijotesca, quiero decir, por consiguiente, admirable”.

      En los doscientos cuarenta volúmenes que suman las trece colecciones que llegaron a culminarse –de las dieciocho que de partida se proyectaron–, dormitan algunas ediciones singulares de gran valor, y un puñado de prólogos y de textos de presentación magistrales. El plan de la Biblioteca Universal era constituir un fondo permanente de colecciones de referencia que cualquier lector pudiera ir adquiriendo y completando en función de sus prioridades e intereses, con el horizonte de conformar, a lo largo del tiempo, una biblioteca esencial de amplio espectro. Era una estrategia de prolongado y muy ambicioso recorrido que apuntaba tanto a fidelizar a largo plazo al socio del club como a atraer a él a nuevos lectores. De hecho, la Biblioteca Universal era una biblioteca potencialmente infinita, interminable, dado que, una vez cumplido el primer programa de colecciones, admitía el agregado de otras nuevas. Su desarrollo suponía tensar las estructuras y las rutinas del club, cuya fórmula se basaba en el rápido agotamiento de las novedades presentadas cada dos meses. Por esta razón, el proyecto se topó con numerosas resistencias internas, con el escepticismo de una parte de la red comercial, más inclinada a habérselas con novedades de éxito, y languideció cuando ya no estuvo Hans Meinke para sostenerlo y promoverlo. Quedaron algunas colecciones sin realizar (entre ellas, una colección de poesía dirigida por Octavio Paz, fallecido en 1998), y al proyecto le faltó tiempo para consolidarse como lo que se proponía ser: una colección de referencia destinada a reactivarse e implementarse continuamente, para constituirse en una instancia canónica en el ámbito de la edición en lengua española.

      Casi al mismo tiempo en que se urdió la Biblioteca Universal se impulsó la línea de obras completas Opera Mundi, que aspiraba a competir en rigor y excelencia con las más afamadas líneas de obras completas de la edición europea, con vistas a constituirse a mediano plazo en un referente tan emblemático como lo es en Francia la Bibliothèque de La Pléiade, y a mejorar los muy estimables alcances que en su momento tuvo en todo el ámbito hispánico la serie de obras completas de la editorial Aguilar. A diferencia de la Biblioteca Universal, la línea de obras completas de Círculo de lectores se ideó, desde el primer momento, con vistas a que circulara también fuera del club, por el canal normal de librerías. Fue, por lo tanto, el mascarón de proa del sello Galaxia Gutenberg, creado por Hans Meinke en los años noventa para dar salida a las cada vez más numerosas ediciones singulares del club. Bajo la tutela de Hans Meinke, y luego de Joan Tarrida, se impulsaron en los años noventa y primeros años dos mil, con muy elevados parámetros de calidad, las obras completas de autores como Pío Baroja, Federico


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