Círculo de lectores. Raquel Jimeno

Círculo de lectores - Raquel Jimeno


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del club, en el interés y en la calidad de su proyecto y de su oferta, y en los niveles de adhesión y de compromiso de sus socios. Supone, también, un cierto espíritu visionario y una capacidad de riesgo que, desdichadamente, iban a desaparecer por completo del Grupo Bertelsmann en relación con sus clubes del libro: apenas unos pocos años después, iba a empezar a deshacerse de ellos. La gran aventura editorial de Hans Meinke quedaría, en consecuencia, como una sorprendente excepción en la historia de los clubes del libro. Pero, por mi parte, tengo el convencimiento de que, antes que una excepción, fue una pauta a seguir, y que lo que abocó a Círculo de Lectores a su –de momento– parcial desmantelamiento fue la ausencia de un relevo a la altura de Meinke, el impulso decisivo de un directivo más joven capaz de, sin renunciar a la condición esencial del club como proveedor de criterio e incentivador de la “pasión por los libros”, adaptarlo a los nuevos tiempos.

      Barcelona, julio de 2020

      1. Disponible en <www.vimeo.com/50991973>.

      2. “Necesitamos hacer que los libros sean cool de nuevo. Si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te acuestes con él”. [N. de la E.]

      El surgimiento de los clubes del libro con vocación comercial a comienzos del siglo XX supuso un acontecimiento de importancia significativa para la evolución del mundo editorial, puesto que dichos clubes no solo rompían con el esquema tradicional en el proceso de producción, transmisión y recepción de un texto, sino que vinieron a cubrir un vacío cultural, al dirigirse inicialmente a un potencial público lector que, por diversos motivos, no podía acceder a los puntos de distribución habituales, como son librerías y bibliotecas. La creación de Círculo de Lectores en España durante 1962 no fue una excepción a esta premisa, ya que el club se orientó particularmente hacia la clase media que comenzaba a surgir en aquel momento, a raíz del incipiente desarrollo económico que experimentaba el país. Esta clase media veía en la cultura una oportunidad de mejora social y personal, por lo que Círculo de Lectores, a través de la comodidad de su sistema puerta a puerta y la selección previa de un catálogo, supuso el vínculo fundamental con la lectura para un gran número de familias.

      A lo largo de su historia, Círculo de Lectores empleó una serie de estrategias con el fin de crear una imagen sólida y un espíritu de club, del que se sintieran partícipes los socios y resultara atractivo para conseguir nuevas suscripciones, y lograr así una permanencia mayor del cliente. Estas estrategias de captación y fidelización, compartidas por gran parte de los clubes del libro de todo el mundo, pronto dejaron de perseguir en Círculo fines meramente comerciales, para aspirar, a partir de la llegada de Hans Meinke a la dirección del club desde 1981, a lo que es la característica definitoria del club y su mayor aporte editorial y social: la vocación cultural. En su propósito de dotar al club de una imagen y unos objetivos que buscasen una excelencia cultural no necesariamente reñida con la rentabilidad económica, Hans Meinke aglutinó en torno a sí a una red de artistas y escritores cuya vinculación con Círculo de Lectores no se limitaría a la realización de proyectos conjuntos, sino que sus opiniones y sugerencias fueron muy valoradas por el propio Meinke a la hora de tomar decisiones relativas a Círculo. Las ediciones resultantes de dichas colaboraciones son, por su calidad, un referente ineludible dentro del panorama de la edición española, a la vez que impulsaron notablemente, sobre todo desde la última parte de los años ochenta del siglo pasado, la producción del libro ilustrado en España.

      Para abordar un estudio como el que nos proponemos, compuesto por una amplia diversidad de aspectos que abarcan varias disciplinas (historia, filología, sociología, etc.), partiremos de los presupuestos teóricos propios de la llamada Historia Cultural. Sur­­gida en los años cincuenta del pasado siglo y revitalizada tres décadas después, ella trajo como consecuencia la conciencia de interdisciplinariedad dentro de los estudios históricos, al abarcar el interés de los investigadores toda la gama de la actividad humana (Burke, 2000: 19). Dicha interdisciplinariedad será, por tanto, un punto de partida indispensable si queremos realizar un trabajo no sesgado, que tenga en cuenta la interacción de la totalidad de elementos que conforman el mundo del libro a través de la producción de textos e imágenes, sus condiciones de distribución y la recepción de un público lector. Así, según Roger Chartier, “el historiador debe poder asociar en un mismo proyecto el estudio de la producción, de la transmisión y de la apropiación de los textos. Lo que significa vincular en una misma aproximación la crítica textual, la historia del libro y, más allá de lo impreso o de lo escrito, la historia de los públicos y de las recepciones” (2000: 19).

      Por su parte, resultan imprescindibles para la metodología de este trabajo los aportes del sociólogo francés Pierre Bourdieu, quien acuñó el concepto de campo de producción cultural (ya sea literario, artístico, intelectual, etcétera) para referirse a “un ámbito autónomo, que adquiere independencia en un momento concreto en una determinada cultura y genera sus propias convenciones culturales” (cit. en Burke, 2005: 77). Así, estos campos de producción cultural se organizarían “según un principio de diferenciación que no es más que la distancia objetiva y subjetiva de las empresas de producción cultural respecto al mercado y a la demanda expresada o tácita, ya que las estrategias de los productores se reparten entre los límites que, de hecho, no se alcanzan nunca, la subordinación total y cínica a la demanda y la independencia absoluta respecto al mercado y sus exigencias” (Bourdieu, 2002: 213-214). Por otro lado, Bourdieu considera capital no solo a aquellos elementos materiales, de infraestructura o intercambiables que implican riqueza, sino que concibe la idea de capital simbólico (prestigio artístico inmaterial) como aquel que se opone y complementa al capital económico; ambos se hallan en la naturaleza de los productos culturales, mediante los que contribuyen a crear un poder social. De esta manera, el campo artístico, el literario y cualquier otro de los campos culturales es el resultado de un equilibrio continuo entre tensiones resultantes de la competencia de los diversos agentes e intereses.

      Por último, en relación también con unos planteamientos teóricos que parten del estructuralismo, pero que han sido progresivamente ampliados y enriquecidos, cabe destacar la labor del historiador israelí Itamar Even-Zohar. Con la teoría de los polisistemas, Even-Zohar se propuso argumentar que la literatura –y, por extensión, el arte– no debe estudiarse como una actividad aislada, sino integrada en un conjunto en el que también se incluya cualquier fenómeno que la condicione. Esta integración de elementos particulares en otros más amplios es válida tanto para el proceso de producción, distribución y recepción que sigue el libro como para englobar el polisistema literario dentro del polisistema cultural:

      La concepción de la literatura como una red de elementos interdependientes en la cual el papel específico de cada elemento viene determinado por su relación frente a los demás. Bajo esta perspectiva, que podemos denominar “funcional”, se intenta dar cuenta de todos los factores que conforman el sistema literario, así como de las distintas actividades y procesos sociales que en él tienen lugar. (cit. en Iglesias, 1999: 9)

      El estudio de elementos culturales entendidos como sistema contribuye, así, a visualizarlos de manera que se trascienda su concepción como un mero repertorio de datos, poniendo el énfasis en las relaciones que se establecen entre dichos elementos. En el caso de Círculo de Lectores, trataremos de ver, a lo largo de los siguientes capítulos, de qué manera los factores externos, tanto económicos –propios de toda empresa sometida a las leyes del mercado– como sociales y culturales, interactúan con el proceso de legitimación política y cultural inicial del club y, más adelante, a partir de la llegada de Hans Meinke, con la conformación de una red de intelectuales, escritores y artistas que consolidan la identidad colectiva de socios y colaboradores, así como la repercusión cultural de los proyectos emprendidos.

      Esta innovación en el panorama editorial que implica el nacimiento de los clubes del libro comerciales no surge, como es obvio, de la


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