Círculo de lectores. Raquel Jimeno
de las obras completas de autores como Franz Kafka, Elias Canetti, Ramón Gómez de la Serna, Juan Carlos Onetti, Nicanor Parra, Miguel Delibes, realizadas todas sin regateo alguno a la hora de dotarlas de todos los recursos para su óptimo desarrollo y de cuantos equipamientos (apéndices, notas, índices, etc.) estimábamos convenientes para su adecuada lectura y consulta. Una labor de ambiciosísima envergadura, desarrollada sin apoyos institucionales y a despecho de la muy deficiente atención que, a mi juicio, le prestaron la mayoría de los agentes culturales que deberían de haberse comprometido con su éxito. Retrospectivamente, pienso que la ambición con que fue planeada la serie de obras completas de Círculo de Lectores y Galaxia Gutenberg, los elevados estándares de calidad con que fue programada, la excelencia de su diseño y de su producción material, desbordaban con mucho la deficiente realidad del mercado español del libro.
De hecho, la iniciativa de impulsar una línea de obras completas como la que vengo describiendo admitía también ser calificada como una empresa “disparatada, romántica, quijotesca”. Y, sin embargo, la hicieron posible no solo el entusiasmo y la tenacidad, sino también el convencimiento y la determinación de quien, a pesar de todo, pensaba que había un hueco y un camino para emprenderla.
Retrospectivamente, desde la altura del año 2020 en que escribo este prólogo, casi todos los proyectos en los que participé bajo el liderazgo de Hans Meinke y con el control técnico de Norbert Denkel se me antojan no tanto quiméricos como irrepetibles. Pertenecen a una época de la edición de libros aún reciente, pero definitivamente clausurada, de la que una experiencia como la de Círculo de Lectores ofrece un testimonio ejemplar, a la vez que singularísimo.
A los numerosos méritos de presente trabajo de Raquel Jimeno hay que anteponer uno: el de haberlo realizado justo a tiempo, en unos momentos en que todavía era posible recabar muchas de las informaciones aquí volcadas, sobre las que se cernía la amenaza de quedar muy pronto borradas. Desgraciadamente, la desaparición de importantes archivos editoriales a consecuencia del cierre de algunos sellos o de su absorción por parte de otros, con los consiguientes extravíos y destrucciones que comportan los traslados de sede y las necesidades de “hacer espacio”, es un hecho calamitoso que sigue produciéndose a cada momento y que entraña no pocas veces la pérdida de materiales muy, muy valiosos.
Círculo de Lectores no ha sido, en este sentido, una excepción, antes al contrario, y la investigación de Raquel Jimeno está llamada a preservar, al menos en parte, una memoria que de otro modo resultaría muy difícil reconstruir dentro de apenas unos años. Hubiera sido muy lamentable que de una aventura tan insólita como la que reflejan estas páginas no quedaran sino testimonios parciales y escasamente articulados, como el que proporciona el por otra parte muy valioso catálogo de la exposición “La pasión por el libro”, celebrada en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en 2002. Para la historia de la edición española, para el estudio de los comportamientos del lector y de los hábitos de lectura en España durante la segunda mitad del siglo XX, el conocimiento de la experiencia excepcional de Círculo de Lectores constituye una fuente imprescindible, tanto más relevante cuanto comúnmente desatendida. De hecho, pienso que lo que se cuenta en este libro debería ser materia poco menos que obligatoria en cualquier curso o máster de edición que se precie, dado que ofrece una visión muy peculiar y en definitiva bastante aleccionadora de los comportamientos de los lectores y, sobre todo, de otras posibilidades que en su momento se le plantearon al sistema editorial para evolucionar y ordenarse de modo distinto al que conocemos. Ojalá este trabajo se complemente con otros que estiren sus alcances y exhumen tantos datos aún por ordenar y cuantificar.
Por otro lado, al dejar este trabajo fuera de su marco el tramo último de la singladura de Círculo de Lectores, el que desembocó en el desmantelamiento de su estructura comercial, queda pendiente examinar las razones de ese desmantelamiento y evaluar hasta qué punto fue, como pretendieron unos y otros, poco menos que inevitable.
Parece evidente que no pocos de los ingredientes de la fórmula con que se ideó Círculo de Lectores habían ido quedando obsoletos conforme avanzaba el siglo XXI. Otra cosa es que no hubiera modo de renovarlos. Un burofax enviado por el Grupo Planeta a los agentes comerciales en noviembre de 2019 les ponía en conocimiento del fin de su relación mercantil con el grupo en los siguientes términos: “Como usted bien conoce, desde hace ya bastantes años, Círculo de Lectores se ha visto muy afectado por el cambio de hábitos de consumo de los ciudadanos derivados de la fuerte implantación de las nuevas tecnologías. Pese a que hemos intentado reconducir esta delicada situación con distintas medidas, lamentablemente nos vemos en la triste obligación de tener que desactivar la red comercial”.
Algunas de esas medidas adoptadas –en particular las destinadas a adaptar la fórmula del club al nuevo paradigma digital– quedan apuntadas por Jimeno en este libro. Ninguna dio buen resultado, como no lo dio tampoco la de diversificar la oferta del Círculo, que ya antes había demostrado su peligrosidad. El caso es que, ya antes de que el Grupo Planeta se hiciera con el pleno control de Círculo, el Grupo Bertelsmann se había desentendido de las filiales del club en los Estados Unidos e Italia, entre otras, y el responsable de esa decisión, el español Fernando Carro, declaraba con este motivo que “a pesar de los intensos esfuerzos por desarrollar el modelo del club, es evidente que este modelo de negocio ya no tiene ninguna perspectiva económica viable. El descenso de la disposición de los clientes a establecer compromisos de compra se ha incrementado”.
No estoy suficientemente preparado para discutir a fondo en este diagnóstico, a la luz del cual cabría pensar que la portentosa hazaña de Hans Meinke al frente de Círculo de Lectores en los años ochenta y noventa, cuando en la industria editorial y en los hábitos de los lectores ya habían empezado a producirse muchas transformaciones que se podían considerar letales para los clubes del libro, vendría a ser poco menos que el canto de cisne de una fórmula de negocio que estaba dando ya lo último de sí.
Como testigo directo y partícipe de esa hazaña, y como observador atento de las derivas del mundo editorial, al que pertenezco desde hace más de tres décadas, me permito dudar de que así sea. Al hablar antes del progresivo socavamiento de la noción de público y su sustitución por la de mercado, he dicho que Círculo de Lectores ofreció una resistencia casi heroica a las transformaciones que implicaba el gradual sometimiento del mundo editorial a las dinámicas del neoliberalismo. Si algo me demostró la gestión de Meinke al frente del club es que esa resistencia, bien orientada, es capaz de dar lugar a resultados espectaculares: los que el mismo Meinke pudo poner sobre la mesa a la hora de abandonar la dirección del club, en 1997.
El instinto de pertenencia sigue siendo uno de los impulsos básicos del ser humano, como no dejan de demostrar las redes sociales. La orfandad de criterio sigue siendo causa del desamparo en que muchos consumidores se hallan frente a una oferta cultural tan masiva como indiscriminada. La fórmula del club brinda la posibilidad de satisfacer ambas carencias, y no está ni mucho menos demostrado que el nuevo paradigma digital no pudiera ser aprovechado en su favor. Mi impresión es que a los responsables del club les faltó confianza en su modelo, les faltó convicción, también, y, sobre todo, imaginación. Precisamente, lo que parecía sobrar en los años en que colaboré con Hans Meinke y lo vi impulsar –no pocas veces frente a las dudas, las reservas, las cautelas, los temores, las reticencias de quienes lo rodeaban– iniciativas que luego se saldaron favorablemente, gracias no solo a la clarividencia, sino también al entusiasmo con que Meinke las promovió.
Poco antes de que yo conociera personalmente a Hans Meinke, en 1989, este había operado un cambio muy importante en la maquinaria del club. A despecho de quienes, con todo tipo de alarmas, le pronosticaban una fuga masiva de socios, alteró la periodicidad de la revista y, consecuentemente, del compromiso de compra por parte del socio. Si hasta entonces era trimestral, en adelante sería bimestral. Es decir: en lugar de cuatro números al año, la revista iba a tener en adelante seis números, y seis iban a ser los pedidos anuales de los socios. La fuga anunciada no se cumplió, el club mantuvo su masa social y, de la noche a la mañana, la facturación se incrementó de manera sensible. El comportamiento de los socios respondió tan positivamente que, poco más adelante, el mismo Meinke subió la apuesta y decidió publicar cada año, con motivo de las Navidades, un número especial de la revista, con una oferta asimismo especial, lo