Ficción-historia. Juan José Barrientos

Ficción-historia - Juan José Barrientos


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un relato mediante la adopción o no de un punto de vista restrictivo. Hay relatos donde no se dice sino lo que sabe un personaje. Y este personaje puede ser histórico o imaginario, principal o secundario.

      En algunas novelas publicadas durante los últimos años hay secciones donde todo se cuenta desde el punto de vista de un personaje histórico y así, en vez de que a ese personaje se le presente desde el punto de vista de otro personaje o de otros personajes, vemos todo desde su punto de vista. Y como antes he hablado de modelos, hay que agregar que el de estas novelas es el de Yo, Claudio (1934) de Robert Graves, una novela que parece revolucionaria en su género por diferentes razones, pero que por el momento me interesa por la perspectiva elegida. Su influencia es evidente en El arpa y la sombra (1979) de Alejo Carpentier, la Vigilia del Almirante (1992) de Roa Bastos, Noticias del Imperio (1987) de Fernando del Paso y El largo atardecer del caminante (1993) de Abel Posse, donde hay monólogos importantes y extensos de personajes históricos; lo mismo pasa en Cómo conquisté a los aztecas de Armando Ayala Anguiano, y en el Diario maldito de Nuño Guzmán de Herminio Martínez. Además, me parece que esa influencia ya se siente en El mundo alucinante (1969) de Reinaldo Arenas, donde hay secciones en que Fray Servando es el narrador o por lo menos se adopta su perspectiva, y aún en Lope de Aguirre, príncipe de la libertad (1979) de Miguel Otero Silva, donde encontramos una carta apócrifa del rebelde, que es una especie de autobiografía.

      Por eso me sentí tentado a definir la nueva novela histórica hispanoame­ricana por un cambio de enfoque. En vez de que los personajes históricos aparezcan ante las cámaras —ya sea en el fondo o en primer plano— ahora se hallan detrás. Sin embargo, así dejaría fuera a un grupo de novelas innovadoras, pero cuya perspectiva es conservadora y tradicional.

      Testigos

      Los pasos de López (1982) de Jorge Ibargüengoitia es una de esas novelas, porque el narrador es un personaje imaginario, Matías Chandón, que conoce a Domingo Periñón antes de que inicie la Guerra de Independencia. La perspectiva es la de muchas novelas históricas donde un personaje ficticio se echa a andar y en cierto momento se topa con la historia, ya sea un acontecimiento importante o un personaje a quien conoce de cerca. Se trata de un testigo privilegiado que sobrevivirá y se encargará en ocasiones de contarnos lo que pasó, lo cual no es indispensable pues de cualquier modo el relato se hace desde su perspectiva. En Gil Gómez, el insurgente (1859) de Juan Díaz Covarrubias, un muchacho deja su rancho en busca de su hermano adoptivo, y después de algunas peripecias, llega a Dolores la noche del 15 de septiembre de 1810, asiste a la insurrección y luego se une a los rebeldes llegando a ganarse la confianza de Hidalgo, a quien salva de un atentado contra su vida urdido por Allende. Otra novela parecida es Ismael (1888) de Eduardo Acevedo Díaz, donde un peón huye de sus pagos después de acuchillar a un capataz por una mujer y se va encontrando con los grupos que luchaban contra los españoles; al final presencia la ceremonia en que éstos se rinden ante Artigas. También en Las lanzas coloradas (1931) de Arturo Uslar Pietri la perspectiva es muy parecida, y en El reino de este mundo (1949) de Alejo Carpentier el testigo privilegiado es Ti Noel, que en una noche acude a una reunión de esclavos en Bois Caïman y conoce a Boukman el jamaiquino. Entre los Episodios nacionales de Victoriano Salado Álvarez se encuentran las “Confesiones de una afrancesada”, donde la narradora es una mujer que viaja de Trieste a México con los emperadores en 1862 y nos cuenta lo que pasó luego en ese país hasta que Maximiliano fue fusilado. Los pasos de López no es la única novela de este tipo publicada recientemente, pues en Maluco (1992) de Napoleón Baccino, el periplo de Magallanes no es narrado por el portugués ni por su sucesor, Juan Sebastián Elcano, sino por un personaje imaginario, el bufón que los acompañaba. ¿Cómo integrar estas novelas a las que recrean la historia desde la perspectiva de un personaje histórico?

      En todas ellas se trata de presentar la historia por dentro; no importa que un personaje histórico nos entregue sus memorias o nos haga confidencias o que sea un personaje imaginario el que nos revele su intimidad. Obviamente, nada puede ser más opuesto a las ideas de Lukács sobre la novela histórica, pues la vida pri­vada de los personajes históricos no se debía exponer en una novela ni tampoco su origen: había que preparar su entrada en escena con el mayor cuidado. Antes que nada había que exponer por medio de otros personajes y sus problemas los conflictos sociales de la época y luego, en el momento preciso, el personaje histórico emergía como una respuesta a las necesidades populares. Los amores de los grandes hombres nada tenían que ver con su misión histórica, y no creo por eso que le hubiera gustado El arpa y la sombra (1979), donde el genovés se gana en el lecho el apoyo de la reina Isabel. Ni mucho menos le hubieran gustado novelas como La tragedia del Generalísimo (1983), que Del Paso ha calificado de “sexcesiva”, y La esposa del Dr. Thorne (1988), ambas escritas por el venezolano Denil Romero. Tal vez Lukács no haya leído nunca Yo, Claudio, que no sólo me parece revolucionaria por la perspectiva desde la cual se recrea la historia sino por el sentido del humor, la irreverencia y el desenfado con que esto se hace. A partir de la publicación de esa novela, el género pierde mucha solemnidad. Lukács escribió su libro en el invierno de 1936 y 1937 y lo publicó por entregas en una revista rusa: lo más seguro es que no hubiera leído entonces la novela de Robert Graves, publicada en 1934, pero luego me parece que la ignoró, pues en 1965 escribió un prefacio para la traducción de su libro al español, en el que lamenta no haber analizado algunas obras que se publicaron después de 1937, como El Gatopardo de Giuseppe di Lampedusa. Sin embargo, la omisión de Yo, Claudio me parece mucho más grave. Tampoco menciona las Memorias de Adriano (1951) de Marguerite Yourcenar. Se trata de novelas que rompen con todo lo que él pensaba sobre el género y que han tenido mucha influencia en los novelistas hispanoamericanos.

      Intimidades

      La renovación de la novela histórica responde al deseo de los lectores de co­nocer la historia entre telones y a los personajes históricos en la intimidad. Se trata de llenar los huecos de los libros de historia. Por eso me parece que las Vies imaginaires de Marcel Schwob son uno de los antecedentes más importantes de esta renovación, y que además nuestros novelistas han aprovechado las enseñanzas de Borges, que en los relatos de su Historia universal de la infamia se dedicó a “falsear y tergiversar” algunas historias, aunque a menor escala. La nueva novela histórica hispanoamericana obedece así a una tendencia que de ningún modo es exclusiva de América Latina ni se restringe tampoco a la literatura, pues también se manifiesta en películas como Jefferson in Paris de James Ivory donde el hombre que redactó la Declaración de Independencia de las trece colonias inglesas de América del Norte y que luego fuera el tercer presidente de la nueva nación, mantiene una larga relación amorosa con una esclava negra y corteja en Francia a una cortesana, y Yo, la peor de todas, de María Bamberg, donde Sor Juana goza de algo más que la protección de la virreina. Por cierto, en estos casos hay que tener además en cuenta que estas películas se basan, respectivamente, en Thomas Jefferson: una historia íntima, una biografía escrita por Fawn Brodie publicada en 1974, y en Sor Juana o las trampas de la fe, el voluminoso estudio de Octavio Paz. En otras palabras, la nueva novela histórica aprovecha esos rumores que la historia oficial había descartado.

      Posmodernidad

      La oposición entre nueva novela histórica y novela histórica tradicional se superpone y coincide, por lo menos en parte, con la oposición entre posmodernidad y modernidad. La modernidad se caracteriza por la idea de progreso y el optimismo inspirado por el desarrollo científico y tecnológico, mientras que la posmodernidad podría definirse como la crisis de la modernidad originada en la creciente conciencia del deterioro ecológico y la sobrepoblación del planeta; la modernidad se puede ver como una explosión; la posmodernidad, como una implosión. La expansión que caracteriza a la modernidad llega a sus límites y se revierte. La colonización del planeta por parte de los pueblos occidentales termina y comienza la inmigración hacia Europa y los Estados Unidos de una mano de obra barata procedente de las antiguas colonias y otros países atrasados.

      La novela histórica aparece en un momento en que el desarrollo científico y tecnológico se encuentra en su apogeo —a principios del siglo xix, es decir, después del Siglo de las Luces— y por eso es el resultado de la confianza que se sentía en el futuro; responde a la curiosidad que habían despertado las colonias, a un deseo de “viajar”, no sólo en el espacio sino también a través del tiempo. La novela histórica pretendía ser objetiva


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