Ficción-historia. Juan José Barrientos

Ficción-historia - Juan José Barrientos


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de formación” la idea de que Colón se había enterado del viaje de Leif Ericson a Vinlandia, y mostró que se formulaba de un modo tendencioso porque, si aceptamos que el almirante estuvo en Islandia únicamente porque lo dice su hijo Fernando, que cita una carta que nadie más ha visto, entonces también deberíamos aceptar que no obtuvo allí ninguna información relacionada con su proyecto, pues en este caso Fernando la hubiera mencionado en el capítulo en que comenta todos los datos que manejaba su padre (Morison: 25-26). Como quiera que sea, Alejo Carpentier recordó al adoptar esta tesis la objeción que le había hecho Morison de que, aun si hubiera estado en Islandia, Colón no se hubiera enterado de la historia de Leif Ericson “a menos que hubiera aprendido islandés y asistido a las reuniones en que se contaban las sagas” (26), pues la elimina de la manera más simple, ya que en El arpa y la sombra Colón la escucha de un compañero de viaje que sí sabía islandés y conocía las sagas, el maestro Jacobo, que como él, era judío.

      Origen

      Todos los contemporáneos de Cristóbal Colón han afirmado en forma unánime que su nacimiento había ocurrido en Génova o en Liguria. Estos testimonios no pueden ser más claros y abundantes; pero los críticos empeñados en negar la patria geno­vesa de Colón han insistido en que ellos sólo repetían las declaraciones del propio descubridor, el cual tenía empeño en ocultar su verdadera patria (Gandía: 103).

      Con base en esto y revolviendo papeles le han atribuido los más diversos orígenes; “sólo falta”, según Morison, “que algún americano patriotero salga con que en realidad era un indio, originario de estas tierras, que había sido arrastrado al otro lado del océano por alguna tormenta (un medio de transporte muy usual en estas fábulas) y que por eso sabía el camino a casa” (15). De todo este repertorio de posibilidades, Alejo Carpentier y Blasco Ibáñez adoptan la más escandalosa, pues “Una de las mayores aberraciones que se han cometido con la historia de Colón”, en la opinión de Enrique de Gandía, “es la de pretender que era un judío converso” (103).

      Blasco Ibáñez sólo conoció en parte esta discusión, pero maneja algunos argumentos que se presentaron en ella. Así como algunos personajes sospechan que Colón había oído las revelaciones del piloto moribundo, uno de esos personajes sospecha que no era cristiano viejo y tampoco genovés, pues observa que “hablaba mal la lengua italiana, así como el dialecto especial de Génova” (47), luego recuerda que “Casi todos los mercaderes extranjeros de España eran genoveses o decían serlo” (46-47) y advierte que “Ser genovés significaba para este Cristóbal Colón una seguridad de verse oído en sus propuestas, de encontrar alguien que le facilitase el acceso allí donde deseaba entrar” (47). Ya se había señalado antes que “en España se llamaba genoveses a todos los extranjeros” y que también “se decía extranjeros a los catalanes” (Gandía: 88). Además, se había dicho que Colón se hizo pasar por genovés, primero porque “los italianos y portugueses eran considerados en España como excelentes marinos”, y, segundo, porque Génova era una ciudad fuerte y rica que “podía hacer respetar sus derechos si eran atacados o desconocidos por los reyes de España” (82). En la novela de Blasco Ibáñez, el mismo personaje recuerda que “Los escribanos de los reyes, al nombrarle por primera vez en sus documentos, lo llamaban Colomo, luego Colom y finalmente Colón”, y observa que “Colomo y Colom eran apellidos españoles, abundantes en Aragón y Castilla”, así como que “No menos frecuente era el apellido Colón, llevándolo algunas veces judíos conversos” (63). Por todo eso piensa que “este ‘genovés’ poco dispuesto a hablar de su origen, y que sabiendo tantas lenguas no tenía ninguna propia, bien podría ser un converso, que ocul­taba prudentemente su verdadero nacimiento en un país donde la Inquisición había empezado, años antes de su venida, a dar caza a todos los del mismo origen” (48); en otra parte, ya no es un personaje sino el autor quien observa que “los judíos ‘conversos’ de la corte de Aragón, Luis de Santángel, Rafael Sánchez y otros consejeros íntimos de don Fernando… no habían abandonado nunca al señor don Cristóbal, como si lo consideraran uno de los suyos” (102). En resumidas cuentas, sólo se trata de suposiciones que ya se habían formulado antes y que nunca se han demostrado. Nunca se ha probado, por ejemplo, que Luis de Santángel fuera judío; lo que pasa es que el padre Las Casas, que lo llamó converso por primera vez, creyó que era aragonés y lo relacionó con una familia de ese origen, pero Santángel era de Valencia, donde había otra familia del mismo apellido. De acuerdo con Blasco Ibáñez, “Una rama de los Santángel, después de su conversión al cristianismo, había pasado de Zaragoza a Calatayud, acabando por establecerse en Valencia” (104), pero en ninguna parte prueba esto, y el debate no está resuelto (Gandía: 274).

      Alejo Carpentier no duda de que Colón nació en Génova y adopta más resueltamente la tesis de que era un judío, la cual no sólo le permite, como a Blasco Ibáñez, explicar algunos aspectos de su vida, sino también algunos rasgos de su carácter, ya que, para empezar, Colón se sentía predestinado y se había inventado “el nombre de Christophoros”, asignándose “una misión sagrada” (107); además, siempre se mostró codicioso y con razón se le ha reprochado “el hecho de mencionar sólo catorce veces el nombre del Todopoderoso en una relación general donde las menciones de ORO pasan de doscientas” (126), pues no sólo recorrió las islas del Caribe en busca de pedazos del precioso metal que los indios le daban a cambio de objetos “que no valían un maravedí” (114), sino que no vaciló en recomendar la trata de esclavos para


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