Ficción-historia. Juan José Barrientos
ya no le interesa tanto “viajar” por el planeta, lo que en cierta forma se ha vuelto imposible, ya que todo el mundo es igual; ahora le interesan otro tipo de “viajes”. La nueva novela histórica es alucinante; parece un montón de mariguanadas. La novela histórica quería ser objetiva; la nueva novela histórica es decididamente subjetiva.
Irreverencia
Robert Graves revolucionó la novela histórica al llevar hasta sus últimas consecuencias el postulado de Marcel Schwob de que los novelistas deberían completar la tarea de los historiadores, pintando con imaginación los cuadros que aquellos sólo habían bosquejado.
Pues no escribió una biografía imaginaria, sino una autobiografía imaginaria, es decir, que fue mucho más audaz. Y al hacerlo así, actuó con una irreverencia que marcaría de ahí en adelante la labor de sus seguidores, quienes, eso sí, habrían de recordarle a menudo a sus lectores el carácter ficticio de sus textos. Como ha señalado Brian McHale, la novela histórica trata de hacer imperceptible la frontera que separa la realidad de la ficción: el mundo imaginario de esos relatos es igual al mundo en que vivimos; los autores de esas novelas eran muy cautelosos; no querían incurrir en anacronismos y cuando inventaban, lo hacían en las “áreas oscuras” del pasado que no estaban documentadas; en cambio, en las novelas históricas posmodernas la frontera entre realidad y ficción no se disimula, se marca, se pone de relieve, se hace lo más llamativa posible, contradiciendo la historia documentada y convirtiendo el anacronismo en otro recurso literario, así como integrando lo histórico y lo fantástico. Y eso es lo que también pasa, por ejemplo, en Los pasos de López de Jorge Ibargüengoitia; Miguel Hidalgo se llama Domingo Periñón, una alusión a su carácter festivo y a los ideales de la Revolución Francesa que inspiraron a los patriotas hispanoamericanos. Los lugares también tienen otros nombres, como en ¡Viva María! (1965) de Louis Malle, donde los hechos ocurren en la imaginaria república de San Miguel, que visiblemente es México. Además, Ibargüengoitia transgrede las restricciones propias de la novela cuando, después de una escena con diálogos, escribe “Telón”, como si hubiera cambiado de género, y Miguel Otero Silva nos recuerda de un modo parecido la naturaleza imaginaria de su obra, cuando un coro comenta la venganza de Aguirre, a la usanza de una tragedia griega; en El arpa y la sombra, Colón cita un poema de García Lorca para describir su primer encuentro amoroso con Beatriz, y ese anacronismo flagrante tiene también un efecto metaléptico, pues nos recuerda que después de todo sólo estamos leyendo una novela. El hecho de que un buen número de las novelas históricas más innovadoras publicadas recientemente aparezcan como nuevas versiones de otras novelas o relatos (memorias, biografías y crónicas coloniales) indudablemente subraya su carácter literario.
Depuración
En resumen, me parece que la novela histórica ha sido objeto de un largo proceso de depuración. No hay duda de que Cinq Mars marca un cambio que consiste en la eliminación de las tramas y personajes imaginarios para concentrarse en los personajes y en los acontecimientos históricos; además, en las Vies imaginaires se encuentra el germen de otro cambio importante, porque el prólogo de ese libro es una especie de manifiesto, un llamado a los escritores a romper con las restricciones derivadas del respeto a la historia. Robert Graves dio un paso decisivo en ese sentido, y en lo que se refiere a nuestros países me parece que Reinaldo Arenas rompió con el molde tradicional de las primeras novelas históricas de Carpentier, basadas en la documentación y la erudición.
Las novelas históricas han sido comparadas con frescos y murales, pero en las últimas décadas los escritores parecen haber querido pintar retratos, pero retratos estilizados que muchas veces lindan con la caricatura.
Una distinción anglosajona
La depuración de la novela histórica me recuerda, por eso, una distinción, propia de la literatura inglesa, entre dos formas de ficción narrativa que se han llamado romance y novel. En 1785, Clara Reeve las distinguía señalando que la novela “es una pintura de la vida y las costumbres reales de la época en que se escribe” y el romance describe en estilo elevado “lo que nunca ha ocurrido ni es probable que ocurra”; la novela sería, en fin, más realista; el romance, más poético. De acuerdo con René Wellek, estos tipos extremos de ficción narrativa revelan el doble origen del relato en prosa: la novela procede genealógicamente de formas narrativas no ficticias, como la epístola, el diario, las memorias o biografías, la crónica o historia; se desarrolla, por decirlo así, a partir de documentos; en el aspecto estilístico subraya el detalle representativo, la mimesis en el sentido estricto; en cambio, el romance, procede de la épica y del romance medieval, desatiende la verosimilitud del detalle (por ejemplo, la reproducción de una manera de hablar propia), ya que le preocupa una psicología más profunda. “Cuando un escritor llama a su obra romance”, dice Hawthorne, “huelga observar que pretende una cierta libertad, tanto en la forma como en el fondo” y si ese romance se sitúa en el pasado “no es con el fin de retratar con minuciosa exactitud dicha época, sino de crear, como señala Hawthorne, un recinto poético en que no se insiste demasiado en el dato real” (Wellek: 259). Tal parece que la llamada novela histórica tiende cada vez más hacia lo que en inglés se llama romance.
Pronósticos
En mi opinión, la crítica literaria no debería ser exclusivamente retrospectiva, sino también prospectiva y, después de analizar la evolución de la novela histórica, no me parece muy arriesgado hacer algunos pronósticos y considero oportuno expresar algunos deseos.
Para empezar, yo creo que el hecho de que en estos últimos años se hayan publicado tres novelas históricas importantes sobre mujeres (Noticias del Imperio, Tiníssima y Santa Evita) nos permite esperar que otras heroínas atraigan en el futuro a los novelistas. En 1985 Vargas Llosa le dijo a un periodista que estaba escribiendo una novela sobre Flora Tristán y recuerdo que en mayo de ese año aproveché un viaje a Francia con motivo de un coloquio sobre Cortázar para entrevistar a Del Paso en Londres y comprar en París algunos libros sobre Flora. Durante un almuerzo, Julio Ramón Ribeyro mencionó, como quien revela un secreto, que Alfredo Bryce Echenique también estaba escribiendo otra novela sobre Flora Tristán; era una de sus bromas, pero me gustaría que alguna vez algún novelista reescribiera las Pérégrinations d’une paria. Además, como en los últimos años se han publicado varias biografías de Frida Kahlo y algún libro sobre Carmen Mondragón, cabe esperar que pronto se les dedique alguna novela. La verdad es que los intelectuales y artistas latinoamericanos no han sido muy atendidos por nuestros hombres de letras, aunque no sería muy difícil reciclar las memorias de José Vasconcelos o Gentes profanas en el convento, de Gerardo Murillo, el Dr. Atl.
Diferencias
A diferencia de mi colega Seymour Menton, que sólo considera como novelas históricas aquellas en las que se narran hechos que no fueron vividos por el autor, a mí me parece que lo histórico se relaciona menos con el pasado que con la memoria y que por eso hay hechos en el presente que nos parecen históricos, es decir, dignos de recordarse. Así, Menton no define al género por sus características intrínsecas, sino por la relación entre los hechos narrados y el autor, lo cual no me parece pertinente. En todo caso, esa definición de novela histórica, que toma de Anderson Imbert, lo restringe demasiado. Para él no son novelas históricas ni Calvario y Tabor, de Vicente Riva Palacio, ni El sol de mayo y El cerro de las campanas de Juan A. Mateos; tampoco Santa Evita de Tomás Martínez Eloy ni La pasión según Eva de Abel Posse. Y en cuanto a la nueva novela histórica, Seymour Menton me reprocha que no haya distinguido la nueva novela histórica de la tradicional, aunque sí lo hice en un artículo publicado en 1985 que no registra en su bibliografía y donde comparo El mundo alucinante de Arenas con El siglo de las luces y El reino de este mundo de Alejo Carpentier. La verdad es que (como puede apreciar cualquier lector atento) en mis artículos ya había señalado algunas de las “características” que Seymour Menton le atribuye a la nueva novela histórica, pero luego me pareció mejor hablar de tendencias, porque el género presenta cierta continuidad y no está dividido en compartimentos estancos.
Hay otras diferencias derivadas porque Seymour Menton no incluye en el conjunto de la nueva novela histórica ni Los pasos de López ni El general en su laberinto, aunque a ésta le dedica uno de los ensayos de su libro. Además, para él la renovación comenzó con El reino de