Las jugadas que importan. Jonathan Rowson

Las jugadas que importan - Jonathan Rowson


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años en Argentina y estaba en todo lo alto del ajedrez, por lo que pidió un aplazamiento en la universidad. Durante ese año las cosas salieron bien en lo ajedrecístico, así que volvió a pedir un nuevo aplazamiento, y otro, y otro. A la tercera petición, la Universidad de Cambridge le dijo que, de estudiar, tendría que ser ahora o nunca, pero Stuart decidió continuar con el ajedrez en lugar de ir a la universidad.

      Veinte años más tarde solicitó nuevamente una plaza para estudiar en el Trinity College de Cambridge, en esta ocasión para cursar Estudios Anglosajones, Nórdicos y Celtas. Se dirigió mediante una misiva al decano, explicándole su caso, y recibió una réplica cuya primera frase resulta memorable: “Querido mister Conquest: usted es un caso único”.

      Stuart llegó a ser entrevistado en la universidad, pero finalmente no consiguió la plaza. No lo he corroborado con él, pero creo que en alguna ocasión tuvo que arrepentirse de la decisión que tomó al no aceptar la oferta de Cambridge. ¿Quién sabe si un camino mucho más convencional le habría proporcionado una vida mejor?

      Stuart contactó conmigo vía e-mail antes de que diera comienzo el campeonato británico del año 2008. En su correo electrónico expresaba su desacuerdo con el formato del torneo, se congratulaba de haber resuelto fácilmente un problema de ajedrez bastante complicado y me pedía mi número de móvil, por si necesitaba mi ayuda durante el evento. Mientras leía este e-mail le comenté a Siva, mi mujer: “Estoy convencido de que Stuart va a ganar el torneo este año”.

      Resulta difícil saber qué había en ese e-mail para que yo llegara a semejante conclusión, pero en el tono general del correo se percibía una mezcla de tensión, reflexión, confianza y anticipación, condiciones ideales para que surja la concentración y sea efectiva durante un torneo. Se trataba del tono de alguien consciente de sus fuerzas y limitaciones, y que estaba plenamente dispuesto para llevar a cabo aquello que más le importaba en la vida.

      La decisión vital tomada por Stuart parece haber consistido en seguir su propio camino, en lugar de armar una vida en base a las obligaciones prospectivas de una más convencional. Este tipo de decisiones suelen catalogarse como formas de “salirse” de la normalidad, pero se tratan más bien de una de adhesión a un tipo de vida determinado. Cuando tienes el control de tu propio tiempo eres libre para tener una relación más directa con la vida, eligiendo en todo momento en qué centrar tu atención y tus preferencias en lugar de conformarse con los patrones basados en las normas culturales prevalecientes, cuyas manifestaciones más típicas son el trabajo rutinario, el hogar y la familia. Stuart y yo tenemos personalidades distintas y él es una década mayor que yo, así que ninguno de los dos podría haber vivido la vida del otro. Aun así, Stuart ha representado para mi psique, en algunos momentos, una suerte de alter ego ajedrecístico, alguien que vivía el tipo de vida aparentemente libre que yo podría haber tenido de haber continuado en la senda del ajedrez.

      No obstante, sé de buena tinta (y creo que Stuart estaría de acuerdo conmigo) que nuestra implicación con el ajedrez tiene sus altibajos y, metidos de lleno en el quehacer de la libertad, se pueden llegar a sentir momentos de inquietud y dislocación. La mayoría de los ajedrecistas profesionales disponen de su tiempo, viajan y tienen numerosas amistades, pero su vida es nómada e instable en lo económico. En algunos países los jugadores de ajedrez serios reciben apoyo financiero de sponsors comerciales o de sus propios Gobiernos, pero la mayoría de los grandes maestros viven con lo justo, obteniendo sus ingresos impartiendo clases y escribiendo libros, con algún premio en metálico puntual o recibiendo una remuneración fija por jugar en ligas profesionales por equipos.

      Durante varios años viajé de Londres a Birmingham para jugar en una de esas ligas. Recibía un importe fijo por fin de semana para hacer las veces de “sicario” y disputar once partidas repartidas en cinco fines de semanas, pero tenía que cubrir con ese importe mis gastos de transporte y manutención. Me consideraba afortunado porque mi compañero de equipo, el gran maestro Daniel King, solía participar en el mismo evento y se trasladaba desde un lugar cercano a donde yo vivía. Dan es una persona adulta en un mundo donde a muchos les cuesta abandonar la adolescencia. Es un jugador serio y formal, pero también divertido, carismático y un gran comunicador. Posiblemente sea el mejor comentarista de ajedrez del mundo. Está respaldado por una vida familiar plena y además toca el contrabajo en una banda local. Se trata de un modelo de madurez a seguir: su amor por el ajedrez es contagioso y encontraba en él una excelente compañía. Pero, a decir verdad, mi motivación principal para pasar dos horas viajando en coche con él era que, de este modo, no tenía que gastarme unas 40 libras en el tren. Semejante cantidad de dinero no resultaba decisiva en absoluto, pero sentía como un logro el hecho de no gastar cuando no había necesidad para ello –en aquel momento, ahorrar era una parte del juego de la vida–. Después de unos cuantos viajes, en respuesta a un e-mail en el que le preguntaba si manteníamos el mismo acuerdo de antes, Dan me respondió: “Si no es molestia, en esta ocasión prefiero ir solo. Quiero mantener mi cabeza despejada antes de la partida”. En su momento esta respuesta me dolió e incluso me dejó consternado, pero ahora, viéndolo desde la perspectiva de un adulto con hijos y con muy poco tiempo para estar a solas, admiro la decisión. Quizá di esos viajes por sentado, o tal vez hablaba demasiado en el coche. Es probable, también, que la decisión no fuera por un tema personal. En cualquier caso, aprendí a respetar a mis conocidos y a tener conciencia de sus límites. La concentración también consiste en decir no, y lo mismo ocurre con la libertad bien entendida.

      secretos a voces

      A finales del año 2008 todo el mundo hablaba de un secreto a voces en el mundo del ajedrez. Se sabía que durante casi un año entero el decimotercer campeón mundial, Garri Kaspárov, había entrenado a Hikaru Nakamura, el jugador número uno de Estados Unidos por aquel entonces, y uno de los mejores ajedrecistas del mundo. Kaspárov estaba retirado formalmente, pero, tras haber permanecido en la élite del ajedrez durante dos décadas, era una de las leyendas vivas del ajedrez y siguen siendo muy conocidas y temidas sus profundas preparaciones en la fase de la apertura, lo que le permitía lograr excelentes posiciones al comienzo de la partida. Jugar contra Kaspárov equivalía en muchas ocasiones a esperar el momento en que ibas a ser atacado con un arma oculta, o “atracado en plena calle”, como dijo un conocido gran maestro islandés.

      Kaspárov y Nakamura decidieron no “confirmar ni desmentir” los rumores, y por ello la colaboración entre ambos fue más potente: era una sospecha más que un hecho plenamente conocido. Como revelan las mejores películas de terror, lo que nos asusta por encima de todas las cosas es nuestra propia imaginación. Cuando sabes que te estás enfrentando a una de las preparaciones de Kaspárov, puedes prepararte para un desafío formidable, pero cuando sientes que podrías estar enfrentándote a semejante preparación, es difícil saber qué tipo de respuesta psicológica hay que implementar. El secreto a voces se confirmó pocos meses después y fue una suerte de alivio para los oponentes de Nakamura saber a ciencia cierta lo que previamente sospechaban. Kaspárov y Nakamura habían dejado de trabajar conjuntamente unos meses antes.

      Los secretos a voces son un fenómeno bastante profundo que revela un rasgo fundamental de la naturaleza social de la cognición humana, así como de nuestra capacidad de ocultar cosas, tanto a nosotros mismos como a otras personas. El científico cognitivo Marvin Minsky sostiene que “no podemos pensar el pensamiento sin la convicción de que el pensamiento siempre versa sobre algo”. Esta afirmación es útil para explicar por qué el ajedrez es usado frecuentemente para experimentos en psicología cognitiva, ya que se trata de un entorno intelectual relativamente controlado y contenido que ayuda a centrarse en el proceso de pensamiento como tal –no solo en pensar, sino en pensar acerca del pensamiento, donde el ajedrez juega el rol protagonista en cuanto que aquello sobre lo que pensamos–.

      No obstante, pienso que los secretos


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