Las jugadas que importan. Jonathan Rowson

Las jugadas que importan - Jonathan Rowson


Скачать книгу
ti”.

      Todos somos O-nami. Cuando nos concentramos con éxito, una gran fuerza fluye a través de nosotros y en algunas ocasiones se manifiesta de manera gloriosa. No obstante, en la mayoría de los casos nos ve­­mos en pugna por lograr el estado de mente y cuerpo requerido. Las personas menos sabias que Hakuju nos recomiendan que nos concen­­tremos, como si fuera tan fácil. La concentración no es como una bombilla que podamos encender y apagar con un interruptor porque, sencillamente, no somos una bombilla; somos a la vez el interruptor y aquello que se interrumpe con él. Los seres humanos somos como termostatos que reciben y envían señales, siempre a la búsqueda de la “temperatura mental” óptima en función de los cambios en las condiciones ambientales que nos rodean.

      La concentración consiste en crear una alianza entre distintas partes de nosotros mismos para la realización del propósito que tengamos entre manos. Tenemos éxito en la tarea de concentrarnos cuando acertamos a reunir las disposiciones que resultan importantes; por ejemplo, la toma de conciencia, la atención, el discernimiento y la voluntad, así como las emociones varias asociadas a ellas, tales como el miedo, la rabia, la determinación, el disfrute y la esperanza. La concentración es una suerte de cóctel del alma. Solo cuando nuestras cualidades se conjugan adecuadamente y comienzan a funcionar es cuando somos capaces de enfocarnos efectivamente en aquello que tenemos entre manos. Concentrarse es, literalmente, fusionarse.

      No podemos pretender vivir con niveles altos de concentración todo el tiempo. Algo así sería extenuante, consumiría mucha energía e iría incluso contra el reflujo y el movimiento de la vida. No obstante, vivir bien depende de la capacidad para concentrarse cuando lo necesitamos. Sin esta capacidad para intensificar la experiencia, mucho de lo que resulta importante en la vida pasa desapercibido. No sin razón en Los Upanishads, ese conocido texto filosófico de la antigua India, se dice así: “Todos los que consiguen la grandeza en la tierra la logran mediante la concentración”.

      Aun así, en tiempos como los nuestros, donde la experiencia cotidiana está cada vez más influenciada por la sobrestimulación y continua exposición ante los demás, poner el acento en la concentración parece un acto de rebeldía. Por lo tanto, la concentración y todo lo que ella implica depende de una disposición de nuestra mente y voluntad tan solo en parte, porque depende también del contexto en que se desarrollan nuestras vidas. Durante algunas fases de la vida se puede desarrollar una atención singular y orientada a un objetivo. En estas situaciones, la concentración emerge de manera relativamente sencilla (como ocurre, por ejemplo, si eres un atleta en forma o un estudiante que estructura su horario para preparar los exámenes). Sin embargo, otros momentos de la vida –como el que estoy pasando ahora mismo– exigen adaptabilidad, flexibilidad y predisposición para realizar varias tareas simultáneamente. En estos casos, la concentración consiste principalmente en tener cierta presencia de ánimo, así como la amabilidad necesaria para someterse con aceptación a los vaivenes de un tiempo fracturado.

      Las notificaciones que llegan a mi smartphone tiran de la memoria muscular de mis brazos, y los e-mails del trabajo interrumpen mi atención antes de pasar a la lista de cosas por hacer. Mi madre me llama para recordarme que no he enviado aún las invitaciones para mi cumpleaños, y los viejos amigos hacen acto de presencia; tengo ganas de verlos y no me gusta perderme estas ocasiones, pero los libros están por escribirse y el tiempo apremia. También estoy ansioso por crear mi nueva planificación, pero mi hijo pequeño quiere que construya con él unas vías de tren de juguete. Han llegado nuevas facturas al correo ordinario y tengo que revisarlas, pero primero hay que preparar un almuerzo para cuatro personas, mientras los vecinos, a los que aún no conozco, construyen tranquilamente sus barbacoas ladrillo a ladrillo.

      Una de las cosas que más inciden en la calidad de nuestra vida es el tiempo de que disponemos para concentrarnos en las cosas que nos gustan; el ajedrez, en este sentido resultó una bendición para mí. Me brindaba momentos en los que tenía permitido pensar todo el tiempo en una misma cosa, aunque se tratara de algo con numerosas facetas. Muchos años de mi vida se estructuraron en torno a la experiencia de la concentración, imbuyéndome de una gran cantidad de silencio durante este proceso, algo que no tiene precio. Cuando Simon and Garfunkel, en un conocido tema, se refieren al sonido del silencio, sé perfectamente de lo que hablan y lo que quieren decir; ese sonido lo he escuchado muchas veces gracias al ajedrez. Cuando veo un juego de piezas de ajedrez en la posición inicial, me parece que estoy ante una puerta de escape a una forma particular libertad: la libertad de concentrarse. En el devenir del día a día estamos obligados a darle sentido a los estímulos que nos llegan sin que nadie los avise, así como elaborar narraciones y recuerdos para lidiar con aquello que somos. En el ajedrez, en cambio, cada posición nos invita a proseguir el camino de nuestras ideas; pensar se convierte en algo que hacemos con nosotros mismos y a través de nosotros mismos, una actividad con no­­sotros y para nosotros. Cuando nos concentramos nos convertimos en el encantador y el hechizado a la vez.

      Aun así, corremos el peligro de dar por sentado el encanto, cuando en realidad se trata de un logro. Nos concentramos cuando queremos y debemos, pero raras veces porque podemos. No obstante, cuando intentamos concentrarnos, podemos perder de vista el asunto principal; nuestra voluntad se convierte en otro elemento de la conciencia que necesita de control y dominio, y cabe la posibilidad perder nuestro propio hilo. La concentración, por tanto, resulta paradójica; simultáneamente, nos encontramos y nos perdemos a nosotros mismos. Se da cuando sabemos quiénes somos sin necesidad de preguntarlo y lo que hay que hacer sin necesidad de saber cuál es la forma de realizarlo. En esos momentos de coalescencia que denominamos concentración somos plenamente nosotros mismos sintiéndonos totalmente vivos y libres.

      la libertad en cautiverio

      Si fueses un rehén en la jungla colombiana y alguien te diese un machete, podrías intentar escaparte con él, pero teniendo tus manos atadas y bajo la atenta mirada de tus secuestradores armados, el intento de huida sería, físicamente, una insensatez.

      En el verano del 2008, Marc Gonsalves, un militar norteamericano secuestrado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) durante cinco años, optó por escaparse mentalmente, y usó su machete para tallar con paciencia y determinación un juego de piezas de ajedrez para jugar en un tablero dibujado en un cartón. Este trabajo minucioso le llevó tres meses, pero el resultado fue horas y horas de liberación compartidas con los quince rehenes restantes, entre los que se encontraba la excandidata a la presidencia de Colombia, Íngrid Betancourt.

      Ni que decir tiene que esta historia no es un cuento de hadas. Una vez liberados, los rehenes relataron lo espantoso que resultó su cautiverio, obligados durante meses al silencio en un campamento plagado de ratas.


Скачать книгу