Frente al dolor. Roberto Badenas
«Conseguí todo lo que este sistema dice que debes lograr para ser feliz, pero cuando alcancé la cima me sentí vacío».17
Movido por un profundo anhelo de recuperarse a sí mismo y de emprender un proyecto de vida basado en valores y no en el lucro, Montes vendió su empresa hace unos años. Lo que él llama su “transformación interior” le ha llevado a convertirse en el fundador del Movimiento Social Wikihappiness. Este exempresario de éxito imparte ahora conferencias para directivos, en las que reflexiona sobre el triunfo y el fracaso.
«Cuando no sabes quién eres ni qué quieres, eres esclavo de tu baja autoestima e inseguridad. Esta falta de confianza te lleva a pensar y hacer lo que piensan y hacen los demás. Las personas auténticas son libres, coherentes y honestas consigo mismas. Desde pequeñitos nos llenan la cabeza de ideas preconcebidas acerca de cómo hemos de vivir la vida. Nos condicionan para triunfar a toda costa, y entrar así en el templo de la felicidad. Pero es una gran mentira. Yo he vivido en ese lugar y está vacío. La felicidad no está relacionada con lo que poseemos, sino con lo que somos y con nuestra capacidad para vivir en coherencia con nosotros mismos. A menudo la carrera por poseer se convierte en un obstáculo en el sendero del ser.
»He verificado –sigue diciendo Montes– que si tu principal objetivo es conseguir éxito, poder y dinero, necesitas ser egoísta y ambicioso, y terminas por destruir la humanidad innata que hay en ti… Te desconectas de tu esencia y te olvidas de los valores y proyectos que sí valen la pena. Nos han programado para ser infelices, y la mayoría lo son, solo que muy pocos tienen la humildad y el coraje de reconocerlo. Nuestro mayor enemigo es el autoengaño, no querer reconocer el malestar que sentimos interiormente. No hay mayor fracaso que fijar objetivos equivocados y conseguirlos. Por eso hay tantas personas de éxito que son tan infelices: porque han hecho lo que el sistema les ha impuesto y no lo que les dicta su corazón. El éxito es ser coherente contigo mismo, con los dictados de tu conciencia. Si no aprendes a ser feliz por ti mismo seguro que terminas sintiéndote un fracasado».18
El sentimiento de fracaso es una de las mayores fuentes de sufrimiento. Y de la frustración a la ira no hay más que un paso.
La ira y el sentimiento de culpa
La ira es una emoción casi inevitable suscitada por la contrariedad. Es positiva cuando nos rebelamos contra injusticias o abusos. Pero se vuelve negativa, e incluso peligrosa, cuando bloquea la capacidad de pensar, se ciega con el deseo de venganza o se obstina en destruir, dejándose arrastrar a la violencia contra los demás o contra uno mismo.19 El odio y la ira son las reacciones más naturales ante el dolor pero también las más perjudiciales. El odio es un veneno mortal, y la ira es autodestructiva.20 Marco Aurelio decía con gran acierto que «nuestra ira es más perjudicial para nosotros que las causas que la provocaron».21
Llevados por la ira, persuadidos de que sus problemas dependen de factores ajenos a ellos mismos, muchos pacientes desarrollan un sentimiento adicional de odio que puede envenenar su existencia si no se resuelve a tiempo.22 Otros, sin razón, dirigen su ira contra sí mismos, convencidos de que su situación es el castigo merecido por alguna falta.23 El antídoto de la ira es la serenidad, una de las virtudes más útiles en la vida, en especial para los que sufren. La curación psíquica y espiritual –que incluye el superar los sentimientos de odio, culpa y remordimiento– es tanto o más importante que la recuperación somática, si lo que se pretende es alcanzar una curación integral.24 Pero ambas requieren paciencia.
Actitudes positivas
El sabio Salomón ya decía que «el corazón alegre es una medicina, mientras que el espíritu triste seca los huesos».25 Para hacer frente a la existencia con realismo necesitamos ser conscientes, en primer lugar, de todo lo positivo de nuestra situación, y reconocer que cualquier vaso medio vacío está también medio lleno. Siempre hay algo de lo que estar agradecidos.
Aun en medio de nuestros achaques, podemos recordar que nuestro cuerpo contiene innumerables células que trabajan constantemente en nuestro favor:
Nuestro cerebro dispone de incontables neuronas activas que mantienen nuestro pensamiento alerta y nos hacen conscientes del mundo que nos rodea.
Nuestros ojos son portentosos receptores que nos permiten disfrutar la magia de los colores y las formas, el prodigio de la luz, las bellezas de la naturaleza, la inmensidad del universo y las relaciones con nuestros semejantes.
Nuestros oídos contienen sutiles filamentos que vibran con la risa de los niños, el canto de las aves, la música de las orquestas, el murmullo de la lluvia y la voz de las personas que amamos. Nos bastan unas palabras para calmar al violento, animar al abatido, o hacer saber a alguien que lo amamos.
La mayoría de los seres humanos nos podemos mover. Podemos andar, saltar, correr, bailar o hacer deporte. Tenemos cientos de músculos y huesos manejados por nervios prodigiosamente sincronizados, listos a obedecernos y llevarnos donde queramos.
Nuestros pulmones son pasmosos filtros. A través de millones de alvéolos purifican el aire que reciben, oxigenan nuestra sangre y libran nuestro cuerpo de desperdicios dañinos. No cabe duda de que hemos sido creados para la vida. Hemos sido diseñados para ser felices.
¿Cómo quejarnos del dolor de brazos o de piernas, a la vista de otros que ni siquiera tienen esos miembros y ríen?26 He conocido a ciegos que son felices, porque saben ver la luz más allá de sus sombras, y también me he encontrado con personas que ven perfectamente y viven sombrías, porque no saben mirar… ¿Por qué bloquearse pensando en las pocas cosas que nos hacen sufrir, y no recordar las muchas por las que deberíamos estar agradecidos?
Hay que añadir, sin embargo, que también es peligroso dejarse seducir por los cantos de sirena de los predicadores del pensamiento positivo que cultivan el mito de que podemos conseguir todo lo que nos propongamos. Está bien proponerse grandes cosas, y debemos intentarlo. Pero todos tenemos límites fijados por la naturaleza o por las circunstancias. En toda existencia hay momentos de sombras, enfermedad, frustración, fracaso, duelo. A menudo podemos superarlos por nosotros mismos, pero a veces resulta imposible hacerles frente solos. La fragilidad forma parte de la condición humana. En los momentos difíciles necesitamos ayuda.
Aparte de conseguir la asistencia apropiada, que es lo más importante y lo más urgente, hay tres medidas básicas que nos ayudarán ante el sufrimiento: hacer caso a las señales de alarma, practicar la serenidad espiritual, y aprender a convivir con el dolor inevitable.
Hacer caso a las señales de alarma
Por mucho que nos preparemos, el dolor siempre nos toma por sorpresa. Sobre todo en nuestras sociedades occidentales, donde hemos descargado la responsabilidad de la gestión del dolor sobre los expertos. Olvidamos que nosotros somos los principales interesados, y que nuestro propio organismo es quien pone en acción los más inmediatos recursos curativos. Los enfermos no somos meras máquinas averiadas que necesitan ser reparadas. En realidad, somos los primeros implicados en nuestro proceso de curación. Cada uno contamos con un “médico interior”, como lo llamaba Albert Schweitzer,27 con capacidades asombrosas para poner en marcha nuestros mecanismos de recuperación. Todo tratamiento es, en mayor o menor medida, un esfuerzo conjunto entre el equipo médico, el paciente y ese médico interior.
Nuestra primera reacción ante el dolor debería ser la de escuchar sus mensajes. En vez de limitarnos a tomar una aspirina y seguir adelante, nos convendría más detenernos a ver qué nos pasa y osar preguntarnos: ¿Cuándo sufro estos problemas: antes o después de comer?
¿De día o de noche? ¿Tiene esto que ver con mi trabajo o con mis relaciones? ¿Tiene alguna conexión con el temor al futuro o con algún acontecimiento del pasado? Etcétera. En vez de acallar el dolor a toda costa, conviene empezar por escuchar sus voces de alerta. Tal vez tengamos que agradecerle su aviso y actuar en consecuencia.
Practicar la serenidad espiritual
Desde que el doctor Hans Selye28 –el gran pionero– descubrió el innegable impacto que tienen las emociones sobre la salud, sabemos a ciencia cierta que la ansiedad no hace más que exacerbar el dolor. La amargura