Frente al dolor. Roberto Badenas
sufrimiento, dándole una función catalizadora en su creación artística. Algunas de las más sublimes obras de arte se inspiran en él. La sensibilidad –cualidad fundamental del artista– o le hace sufrir más que a otros o lo capacita para expresar su dolor con mayor emoción.
Aunque parezca exagerado, la verdad es que si tomamos la lista de los mayores artistas de la historia, y la recorremos casi al azar, empezando por los músicos, esta tesis parece confirmarse. Juan Sebastián Bach quedó huérfano a los 10 años. Mozart murió de enfermedad y miseria a los 35 años. Beethoven, nieto de una demente, hijo de un alcohólico y de una criada, escribió sin embargo la sublime Pastoral. Debussy, de gusto tan refinado, se crió en un barrio de los más bajos, a golpes de látigo, con una madre que tenía, entre otras taras, una mano muy suelta.
Edgar Poe, que perdió a su madre a los 3 años, escribió: «Nunca he amado sin que la muerte mezcle su aliento con el de la belleza».
R. M. Rilke, en sus Cartas a un joven poeta (escritas cuando él solo tenía 27 años y su destinatario, 20), escribe que «el artista creador es en sí mismo un mundo en el que debe encontrarlo todo. Yo lo aprendo todos los días, lo aprendo a costa de sufrimientos hacia los que no puedo más que sentir gratitud [...]. Cuanto más tristes, silenciosos y pacientes nos sentimos, más profundamente penetra en nosotros todo lo nuevo [...]. ¿Por qué quieres excluir de tu vida toda turbación, todo dolor o melancolía, si no sabes nada de todo lo que esos estados de ánimo aportan a tu trabajo?» Más tarde añadiría que «cada uno tiene derecho a su muerte», afirmación que resulta casi profética para alguien que murió prematuramente como resultado de la herida causada por una espina de rosa...9
Vincent Van Gogh, el pintor maldito, de sensibilidad enfermiza, acabó perdiendo la razón, luchando desesperadamente contra la demencia. Después de pintar sin ningún éxito ni reconocimiento, día y noche, hasta un cuadro diario, conoció la automutilación, el internamiento definitivo y finalmente el suicidio, a los 37 años, no habiendo vendido un solo lienzo en toda su vida. En 1888, dos años antes de su muerte, escribía desde Arlés a su hermano Theo, que lo mantenía para que siguiera pintando: «Me siento demasiado débil para luchar contra las circunstancias. Necesitaría ser más sabio, más rico y más joven para triunfar. Afortunadamente para mí, ya no me importa el triunfo y en la pintura solo busco la fuerza de sobrevivir...»10
Edvard Munch, el gran pintor noruego de la angustia, escribió lo siguiente: «Enfermedad, Locura y Muerte son los ángeles que han velado sobre mi cuna y me han acompañado a lo largo de toda mi vida. Yo supe muy pronto que mi vida no sería más que sufrimiento y tormentos [...]. Mi padre nos castigaba a menudo con una violencia demente [...]. Desde niño viví como las más torturantes injusticias la ausencia de mi madre, mi mala salud y la amenaza constante de los castigos del infierno».11
Nijinski, el gran genio de la danza, para poder estudiar y salir adelante se vio forzado a sucumbir a los 16 años a las exigencias sexuales del gran Diaghilev, director de los famosos ballets rusos. Toda su corta vida, que acabó en la demencia, se vio abrumada por el miedo a la miseria. Escribió hacia el final, en su Diario: «Vivo, luego sufro. Pero en mi rostro rara vez se han visto lágrimas: todas se las ha tenido que tragar mi alma».
La angustia y la inquietud pueden, en efecto, favorecer la creación porque los artistas, siendo más sensibles que el común de los mortales, subliman su dolor en sus obras. Su arte les ayuda como una terapia a superar circunstancias particularmente adversas. Una personalidad creativa encuentra nuevos medios de expresión hasta para el dolor. Por otra parte, los artistas sufren el desfase entre la realidad imperfecta en la que viven y la creación maravillosa que desearían producir. Creando construyen puentes entre esos dos mundos. Ante los horrores del dolor, y en su admirable empeño en no dejarse destruir por él, no es de extrañar que los artistas sientan la imperiosa necesidad de crear belleza. Pero no cabe duda de que sus obras maestras surgen más del talento del genio que de sus desventuras.
1 . «Dad palabras al dolor. La desgracia que no habla, murmura que no puede más en el fondo del corazón, hasta que lo quiebra» (Shakespeare, Macbeth).
2 . Dorothee Sölle, Suffering, Filadelfia: Fortress Press, 1975, p. 76.
3 . En J. J. Mateo, “Te sangran los dedos y disfrutas del sufrimiento”, en El País, 30.1.12, p. 43.
4 . Borja Vilaseca, “¿Qué necesito de los demás para ser feliz?”, El País Semanal, p. 68.
5 . Ibíd.
6 . Stefan Zweig fue un escritor austriaco que vivió entre 1881 y 1942.
7 . Pascal, Pensamientos, § XV.
8 . W. Brueggerman, The Message of the Psalms, Mineápolis: Augsburg Fortress, 1984, p. 51-52.
9 . Citado por Reine Caulet, « Je crée donc je souffre », dossier Douleur, p. 35-36.
10 . Antonio Rabinad, Cartas a Theo, Barcelona: Paidós Estética, 2004, p. 395.
11 . Ibíd., p. 35.
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Atentos a las
señales de alarma
«El arte de la vida es el arte de evitar el dolor».
Thomas Jefferson
Según William James, el mayor descubrimiento de nuestra época es que los humanos podemos influir sobre numerosos aspectos de nuestra vida con solo cambiar nuestras actitudes mentales.1 Shakespeare ya decía poéticamente que, «estamos hechos de la misma materia que nuestros sueños».2 O como afirmaba de modo más directo Ramón y Cajal, «todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro».3 Hasta ahora lo decían los artistas y los sabios: ahora también lo sostiene la ciencia.
«Hoy sabemos que la confianza en uno mismo, el entusiasmo y la ilusión tienen la capacidad de favorecer las funciones superiores del cerebro [...]. Cuando nuestro cerebro da un significado a algo, nosotros lo vivimos como la absoluta realidad».4 Esto implica, según los expertos, que «los procesos de curación dependen en gran medida de lo que ocurre en la mente del paciente. El desafío de la medicina es encontrar la manera de poner en acción los asombrosos poderes de recuperación que tiene el organismo».5
El dolor tiene aliados
Lo que ocurre en la mente de la persona es el aspecto del sufrimiento más difícil de comprender y controlar.6 Haciendo una carrera con sus amigos, un niño se cae y se rasguña la rodilla. Pero en la excitación de llegar el primero prosigue corriendo sin hacer caso. Terminada la carrera el dolor de la rodilla recupera su atención. Al ver sangre, toma conciencia de lo ocurrido, se asusta y se echa a llorar corriendo hacia su madre. Esta lo abraza, lo tranquiliza, le limpia el rasguño y le pone una tirita. Pronto el niño se vuelve a sus juegos y se olvida de su herida. Hay hombres que trabajan en oficios duros (matarifes, carniceros, etc.) o que practican deportes violentos (rugby, boxeo, etc.) que requieren mucha fuerza y resistencia ante golpes, pero que son incapaces de presenciar hasta el final el parto de sus propios hijos, o que se desmayan en el hospital al ver acercarse la aguja de una jeringuilla hipodérmica.7
Hay factores que potencian la percepción del dolor y otros que la atenúan. Pero en gran medida los ignoramos. El psicoanalista Carl Jung decía que todos tenemos una parte oculta de nuestra realidad