Las crónicas de Ediron. Alejandro Bermejo Jiménez
del estado de las arcas de la ciudad. Para asegurar el bienestar de mi ciudad, tuve que revisarlo yo mismo. Ese trabajo lo hacía el escribano. Hoy, me encuentro aquí tomando nota de este juicio, trabajo que también llevaba a cabo nuestro escribano. Era de los pocos que saben de letras y números en esta ciudad, un gran erudito. Somos una ciudad mercantil, y este trabajo no corresponde a un Regente Local. Con tu arrebato de ira has destripado a la pieza que hacía navegar a esta ciudad en aguas tranquilas. No pienso tolerar tus mentiras ante el pueblo de la Corona de Arân y los Observadores.
La gente de la sala soltó varios comentarios de aprobación. Remir veía que muchos le miraban con el ceño fruncido, con una mirada de odio.
—No son mentiras; yo no maté a vuestro escribano. Tu guardia me puede pegar cuanto quieras, pero no cambiará los hechos —se defendió.
Como esperaba, se llevó otro golpe, pero el Regente alzó la mano.
—Tenemos testigos que te señalan como el asesino. Entonces me pregunto: ¿me mienten ellos? ¿O me miente el hombre que estaba junto al cadáver? La respuesta es fácil. Nuestra ciudad goza de paz y nuestros calabozos están vacíos, pero tú has roto esta paz.
—La paz suena algo distinta en las celdas; me pareció oír gritos y azotes mientras disfrutaba de ella.
Un murmullo recorrió toda la sala.
—Ciertas personas necesitan un recordatorio de vez en cuando, y esta ciudad la regento yo —el hombre movió la mano, quitando importancia al asunto—. Si tú no has matado a nuestro escribano, ¿quién ha sido?
—No lo sé. Cuando llegué a su casa lo encontré en el suelo con la espada en el pecho.
—¿Y el motivo de tu visita?
—Soy cazarrecompensas; venía a cobrar la retribución de un trabajo. Traía como prueba la cabeza del líder de la banda de bandidos que operaban en el desierto.
El murmullo se incrementó en la sala, algunos parecían de asombro, otros de rechazo. Remir notaba todos sus ojos puestos en él.
—¿Te enfrentaste a esa banda tú solo? —preguntó incrédulo. El mostacho se movió mientras resoplaba—. Otra mentira. ¿Disponemos de la prueba que menciona el asesino?
El guardia situado junto a Remir dio un paso hacia el Regente Local.
—Entre sus pertenencias había una bolsa machada de sangre. La destruimos, pues claramente era comida para el lobo diabólico.
—Ahí lo tienes. Tus jugarretas no nos engañarán —sentenció el Regente. Remir se mordía el labio fuertemente.
Acto seguido, el Regente se puso de pie para mirar directamente al acusado. El hombre portaba una larga túnica que mostraba las pronunciadas curvas de su cuerpo. Sin dejar de apartar sus pequeños ojos de Remir, gritó:
—¡Traed a los testigos!
El guardia que estaba junto a Remir se fue enseguida. La sala explotó con conversaciones, comentando la situación actual. El murmullo cada vez se acentuaba más. Remir intentó girarse y observar la situación, pero las cadenas le impidieron cualquier movimiento. Fijó su mirada en el Regente, quien leía los papeles que tenía en frente y anotaba algunas cosas.
Remir podía oír cómo los guardias traían a varias personas que se congregaban detrás de él, impidiendo que pudiera verlos. La sala se sumió otra vez en el silencio cuando se escuchó el carraspeo del Regente.
—Odward de la Corona de Arân —anunció el Regente. Un hombre salió por la derecha de Remir y se sentó en el podio más bajo—. Cuéntanos tu experiencia con Remir.
—Mi señor Regente, me topé con el asesino cuanto pretendía entrar furtivamente a nuestra pacífica ciudad —Remir tardó en reconocer al hombre que hablaba, pero al final cayó en la cuenta de que era el guardia de la ciudad.
—¿Qué hiciste al respecto? —preguntó el Regente sin mirar al guardia Odward.
—Intenté evitar que entrara, pero utilizó a su perro para hechizar a los animales de carga. ¡Se volvieron locos! ¡Chillaban y bramaban fuera de control! —Odward hizo una pausa—. Cuando conseguimos calmarlos, el hombre y su chucho habían desaparecido.
—¿Afirmarías que entró en la ciudad con sed de sangre?
—Sin duda, mi señor Regente. Los ojos de un asesino no mienten, y el perro tenía el hocico lleno de sangre seca.
—Sangre… Utilizó hechizos prohibidos… —recitaba el Regente mientras escribía—. ¿Cuál fue la actitud de este hombre cuando le prohibiste el paso, guardia?
—Me intimidó con una bolsa putrefacta que llevaba, y con su animal.
—¿Cuál sería tu veredicto tras conocer al individuo?
—Culpable, mi señor Regente.
Remir había perdido la sensibilidad en sus manos de tanto apretar a las cadenas. Estaba utilizando todas sus fuerzas para no ganarse otro puñetazo.
—¡Guardias, el próximo testigo!
Odward dirigió una sonrisa maliciosa a Remir antes de dejar el asiento a otro hombre.
—Jan de la Corona de Arân, dueño de El Piojo Ebrio —invitó el Regente. El hombre se sentó en silencio sin apartar sus ojos del acusado—. Háblanos de cómo conociste a Remir de ningún lado.
—Vino a la taberna preguntando por el escribano.
—¿Ofreció algo a cambio de la información?
—No.
—¿Pidió algo de la taberna?
—No.
Las palabras «mala educación» volaron hasta los oídos de Remir.
—¿Le revelaste el paradero del escribano?
—Sí.
—¿Por qué?
—Quería sacarlo de mi taberna, a él, a su perro y a la bola de carne olorosa que llevaba consigo.
—¿Dirías que es culpable?
—Sí.
El tabernero se levantó sin decir una palabra más y desapareció por detrás de Remir, hacia la multitud de gente. Después de escribir varias cosas, el Regente se volvió hacia el acusado.
—Aún quedan varios testigos que te señalan como culpable, pero hemos visto que queda verificado tu intención de visitar a nuestro escribano, y matarlo. Pasaremos a elegir el castigo.
—¡Espera! —gritó Remir. Había tenido una idea.
—¿Sigues negando tus actos?
—Ninguno de tus testigos me vio hacer nada, se basan en conjeturas. ¿Cómo puedes probar que atravesé el pecho de ese hombre? Me habéis confiscado mis pertenencias, entre las cuales está mi espada. Sin embargo, el cadáver ya tenía una. ¿Cómo explicáis eso? —hizo una pequeña pausa para coger aire, debía escoger bien sus palabras—. Los Observadores son testigos de este juicio, ¿crees que no actuarán ante una injusticia?
Toda la sala se quedó en silencio. Remir veía como el gran mostacho del Regente se balanceaba; sabía que había abierto una brecha que podía utilizar. Pero el Regente habló antes de que pudiera continuar.
—Muy bien, dejaremos que los Observadores te juzguen —el Regente se levantó y se dirigió a toda la sala—. Querida Corona de Arân, dejaremos en nuestros verdaderos dioses, los Observadores, que erradicaron la magia de los gigantes de esta tierra, juzguen a Remir de ningún lado. Traed al Límpido y el agua.
Una sensación de júbilo y expectación recorrió a todos presentes. Remir observó la cara del Regente: una sonrisa burlona había aparecido en su rostro. El cazarrecompensas tenía que actuar rápido, antes de que el Regente lo hiciera.
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