Los chicos perdidos. Raquel Mocholi Roca
a Felisa.
El funeral me pareció eterno. Cuando por fin terminó, me alejé del grupo. Necesitaba un tiempo a solas para pensar. Había sido todo tan rápido que parecía un sueño.
Me senté sobre una lápida, todavía pudiendo escuchar los lamentos de los demás en la lejanía. Entonces fue cuando escuché una voz muy conocida junto a mí.
—Pensaba que la siguiente vez que nos viéramos todos iba a ser por algo feliz... y no porque uno de nosotros la palmase.
Giré rápido el cuerpo y me encontré con Hans. Llevaba la misma ropa que el día del accidente y estaba tan pálido como Paolo en su día. Incluso noté el frío que desprendía.
—Hans... —pude decir con un hilo de voz. La vista se me nubló por las lágrimas.
—Por favor, no llores —me pidió—. Esto es demasiado jodido de ver como para que ahora tú también empieces a llorar como una Magdalena...
No pude cumplir su petición porque se me escaparon varias lágrimas. Me froté los ojos con las manos. Cuando los abrí, Hans se había sentado a mi lado.
—Esto es muy injusto —dije.
—Lo sé —contestó él—. Pero no podéis hacer nada.
—¿Qué va a ser de nosotros? —pregunté, observando de lejos cómo Elena dejaba un ramo de flores sobre la lápida de Hans.
—Cuidaré de mi madre y de Elena —respondió—. Y por supuesto de todos vosotros. Pero debéis continuar, Enzo. Olvidadme y seguid adelante.
—No voy a olvidarte —negué—. Ninguno lo haremos.
Hans se encogió de hombros.
—Entonces por lo menos tendrás que seguir adelante.
Ambos nos quedamos en silencio sin saber qué más decir. No temía la presencia de Hans, sino que desapareciera de repente, que nunca más volviera a verle. Solo quería cerrar los ojos y que todo regresase a la normalidad.
—¿Cuándo lo vas a hacer? —preguntó mi difunto amor de repente.
—¿Hacer qué? —respondí algo confuso.
—Marcharte —añadió—. Siempre has querido ver mundo, ¿no? Yo diría que este es el mejor momento para hacerlo.
—Es posible. —Suspiré por la nariz.
En esos momentos no sabía lo que quería, pero imaginé que lo más sensato sería marcharme sin más. Lo sentía por Elena, pero no podía quedarme allí. Yo lo sabía. Hans lo sabía. Todos lo sabían.
—¿Y bien? —interrumpió Hans mis pensamientos.
—Lo haré esta misma noche. Échale un ojo al resto por mí, ¿vale?
—Dos ojos —respondió. Comencé a ponerme de pie. Era el momento de marcharme de aquel lúgubre cementerio, pero Hans me detuvo—. Y... ¿Enzo?
Me detuve antes de dar ningún paso, me giré hacia él y...
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