Sello de Sangre. Nathan Burkhard
—Y no me llames cariño.
—No me digas —una esquina de su boca se elevó —Solo acuéstate y apaga la luz.
—¿No quieres una manta? —dijo con sarcasmo.
—Pero no quiero de esas de colores.
—Eres un idiota. Estoy siendo sarcástica.
—Lo sé y gracias. Buenas noches.
Natle apagó la luz y se recostó, cubriéndose con las sábanas, abrazó su almohada y miró por la ventana solo para cerrar los ojos y tratar de descansar.
Los quejidos y murmullos obligaron a Ray abrir los ojos, levantándose del sillón se acercó a ella, notó su respiración acelerada, sus quejidos solo confirmaron que estaba dormida, entonces se fijó en el medallón de Joe que estaba en su mano y eso no era buena señal, tomándolo entre sus manos con cuidado supo que él se había ido para siempre.
—¡Maldición! —juró por lo bajo devolviéndole el medallón —No tienes pensado regresar —murmuró, volviendo al sillón, sin antes tomar una manta de flores y cubrirse con ella, la habitación estaba más fría de lo habitual ya que el vaho de su respiración pudo ser admirado en la poca luz que se filtraba en tanta oscuridad, era invierno, el internado tenía calefacción pero extrañamente esa habitación estaba fría.
Por un momento quise ser invencible, quise recuperarme, pero el dolor aun tiraba de mis heridas, estaba impaciente por salir de allí y más con la confesión de Ray, podía sentir una presión en el pecho, una sensación de desesperación que ni yo mismo podía entender o explicar, por un momento pensé que estaba despierto, pero cuando abrí los ojos, me di cuenta que estaba en medio de la noche, pero no era un sueño, era un recuerdo, un recuerdo que había surgido de lo más profundo de mi mente.
Me vi aun pequeño a la distancia, estaba solo, era una casona vieja, la recordé en ese instante, era donde pase un año de mi infancia, entre la pobreza y miseria, tenía hambre y no había nada que pudiese comer, tendría unos cuatro años máximo y había escapado de mi tercera casa de acogida, era lo bastante despierto como para darme cuenta de lo que pasaba a mi alrededor, entre mis juegos imaginarios, corría de un lado a otro esperando a que viniera la persona que me cuidaba con comida, hasta que tropecé y caí de cara haciéndome un raspón en el mentón y la rodilla.
Entonces sentí unas manos tibias y suaves levantarme con cuidado, levanté la mirada y vi a una mujer, una hermosa mujer de ojos azules, cabello casi rubio y labios rojos como las fresas, me sonrió y se acuclilló frente a mí —Hola Oriholp —me saludo con una sonrisa cálida tirando de sus labios, no tuve miedo, así que le sonreí.
—Hola —dijo mi versión pequeña, yo quise acercarme más tratar de ver muy bien a la mujer, pero estaba atrapado, era un recuerdo, no era un sueño.
—Te caíste ¿Duele? —preguntó, limpiando los raspones con sus dedos.
—No. Yo soy fuerte y valiente —sonreí mostrando mis dientes de leche —¿Quién eres?
—Una amiga. Una muy buena amiga —se inclinó solo para besar mi frente, sin saber que ella era Triored, bajaba dos veces al año para cerciorarse de que estuviera bien —¿Tienes hambre? —preguntó.
—Sí, pero debo aguatarme como un niño bueno.
—¡No! Esta vez, no —respondió dándome pan, leche y su compañía esa noche.
No pude soportar que mis lágrimas surcaron mis mejillas, aquel recuerdo reprimido estaba partiendo mi alma en más pedazos.
Ella esperó hasta que me vio ya adormecido, acunándome en sus brazos, cubriéndome del frío con sus inmensas alas hasta que me vio cerrar los ojos, con mi pequeña manita sujeté sus ropas para que no me dejara, no quería que ella me abandonara también.
—Siempre me gustaron esos ojos —sonrió.
—Eres mi mami —dije entre el sueño y mi adormecimiento.
—No pequeño. Me hubiese gustado serlo y tenerte a mi lado, pero no… Soy quien te dio libertad cuando estuviste prisionero y tú a cambio protegerás a mi pequeña de Ïlarian. Ese es tu destino, ser el guardián de mi pobre bebé, convertida en enemigo, convertida de un arma, convertida en lo que más odia nuestra raza. Amala, cuídala, que tu reinarás junto a ella —me susurró con un besó en la frente.
—¿Quién es tu hija? —pregunté yo a la distancia de verme a mí mismo con esa bella mujer que recordé —¿Quién es tu hija? —volví a preguntar.
Ella volvió el rostro y me sonrió solo para responderme —Alox… Es Alox.
Tomando en brazos a la versión pequeña de mí, la recostó en una cama de telas, cartones y lana, cubriéndome con una frazada, la frazada que mi madre me tejió. Se alejó de mí, solo para extender sus alas, elevar la vista al cielo y volar, volar alto y lejos mientras las lágrimas surcaban sus hermosas mejillas.
Entonces desperté, sonreí y recordé mucho más, no era la primera vez que la había visto, desde que tuve uso de razón, la vi pendiente de mí, a lo lejos pero aun así pendiente y esa noche fue la última vez que la vi, fue la primer y última vez que la vi tan cerca y dándome fuerzas cuando más lo necesitaba, ya que unos meses después, nuestro mundo, ese mundo que hubiese sido mío también fue destruido por la ambición de Piora y la testarudez de Linus, arrasó con todo lo vivo, dejando solo murallas y recuerdos, cenizas y polvo, sangre y vacío.
Volví el rostro hacia la ventana, notando lo negra que era esa noche, entonces supe que Natle era parte de mí, fui salvado por ella, fui parte de ella desde antes de conocerla, cerré los ojos y sonreí, tenía miles de motivos para quedarme con ella, luchar y vivir por ella.
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