Sello de Sangre. Nathan Burkhard
calma y el poco autocontrol que le quedaba, con su celular y el de Ray en mano, no daba señal de vida, las llamadas que realizaba iban a casilla de voz —“Quizás le robaron el móvil” —pensó ante la desesperación, imaginó miles de cosas, miles de motivos, lo imaginó herido, tratando de escapar, tratando de regresar, pero ninguna era cierta, todas eran parte de su dolor ante la ausencia de esa persona a la que necesitaba desesperadamente.
Las horas fueron más las largas, fue el día más terrible de su vida, mientras ella yacía sentada en la cama con las rodillas debajo de su barbilla con lágrimas rebosantes surcando sus mejillas, Joe en esos instantes conducía por la carretera, llegando a su destino, la Universidad de New Haven.
Vio lo árboles asomarse encima de su auto, las hojas verdes y la brisa fresca ante la llegada del invierno hacia una lluvia de recuerdos, los alumnos paseando entre risas y libros, otros jugando fútbol, otros tan solo descansando o estudiando, era una nueva vida, era una nueva etapa y faltaba una semana para las fiestas navideñas. Él regresó nuevamente a su universidad, mucho más antes de lo previsto, los papeleos de su traslado habían sido cancelados, estaría nuevamente junto a sus antiguos compañeros de residencia.
Estacionó su auto, bajó de él y vio el pequeño condominio de departamentos, pasaría los siguientes dos años bajó la tutoría de otros maestros, debajo del radar y sobre todo alejado de Natle, se reprendió mentalmente por traer su nombre, negó con la cabeza, sacó las llaves y abrió su maletera sacando sus pertenencias.
Mientras sacaba sus cosas, cada imagen, cada caricia, beso y deseo, cada palabra de aliento, palabras de amor venía a su cabeza como flashes, cerró los ojos y elevó la vista al cielo, dejando que los rayos del sol cubrieran su rostro, que lo alentaran a olvidar y dejar de lado ese nombre, a esa chica que él tanto amaba.
Tomó sus cosas y subió, volvería con las personas que eran parte de su nueva vida, de sus sueños y sobre todo de su rutina —Tengo que olvidarte, es lo mejor para ambos —se dijo a sí mismo, reprendiéndose por tenerla siempre en la mente.
Vio a su alrededor, era su mundo, una nueva vida, un mundo de mortales, y él debía adaptarse a ello, dejar su pasado, olvidar parte de su presente y hacer un futuro libre de poderes, magia y de guerras entre el cielo y el infierno, entre Dios y el hombre, entre ángeles y demonios.
La noche llegó, Joe estaba cansado de guardar sus cosas y arreglar su habitación, dando un suspiro, miró a su alrededor, nada había cambiado en ese apartamento, sus dos amigos no habían regresado —“Típica vida de universitario” —sonrió, tomando una cerveza de la nevera, abrió la botella y se la llevó a los labios, bebiendo de manera apresurada, solo para dejar la botella en el basurero y seguido a ello, tomó una ducha relajante pero para nada tranquilizadora.
Se puso unos pantalones de mezclilla y se recostó en la cama, su antigua y solitaria cama, cerrando lentamente los ojos, se trasportó a un mundo, a su viejo y verdadero hogar, pero no era un simple sueño, era un recuerdo:
«“Todos miraban al nuevo bebé, Firop la sostenía por unos momentos, llamándole con una asentimiento de cabeza, típico de él, el pequeño Ïlarian se acercó a ella con cuidado, entonces la vio, tenía unos ojos pequeños y oscuros, era tan blanca como la nieve misma, pero sus ojos, esos ojos llamaron su atención en el momento en que la vio, sonrió y tomó su pequeña mano entre la suya y ella solo apretó con fuerza uno de sus dedos, sonrió como tonto al ver cómo le observaba con detenimiento, para ser una bebé tenía una mirada distinta a lo que casualmente eran otros niños —¿Podré enseñarle a pelear? —le dijo a su padre, quién solo respondió con una carcajada a su infantil comentario.
Triored al ver al hijo de Firop cerca de su hija, pidió que se la devolvieran de inmediato, no era una petición era una orden desesperada —Firop entrégame a mi hija. Dame a mi hija —él frunció el ceño al ver a la reina extender las manos pidiendo a su niña.
Al entregarla, el pequeño quiso acercarse nuevamente a ella, ya que le llamó la atención verla tan pequeña, pero Triored simplemente ordenó que se fuera —Llévatelo Firop... Llévate a tu hijo —dijo a gritos.
Su padre tomó su pequeña mano y le sacó de la habitación de la reina, solo para acuclillarse delante de él pequeño y susurrarle al oído —Hijo mío, esa niña, la pequeña que acabas de ver estará bajo tu protección, la amaras como a una hermana, como a una amiga, como a una amante, como a un amor, pero tu destino no estar junto a ella —hizo una pausa solo para decirle las palabras más duras a su corta edad —Tú vivirás en una larga cadena de descendencia, mientras que ella solo nació para regresar a un lugar que el hombre jamás ha conocido, ella solo vive para morir.
—¿Por qué papá? No es justo —lo interrumpió, pero él solo hizo caso omiso y continuo.
—Mi querido hijo, Alox estará bajo tu cuidado y protección, pero cuidado... No debes enamorarte de ella, ya que será tu perdición, tú tomaras su vida, su alma y con ello el poder con el que nació, solo para traer de nuevo a la vida al linaje real, nuestra sangre extinta, nuestras almas marchitas podrán encontrar con su sacrificio y tu misión la redención y la libertad que por siglos nos ha sido arrebatada.
—¿Por qué padre? ¿Por qué no puedo enamorarme de ella? ¿Por qué no puedo tenerla?
—Porque ella no vivirá como tú lo harás. Ella morirá por tu mano y lo que tú debes hacer es cuidar su legado, cuidar que ella no muera a manos del enemigo y tomé lo que por derecho nos corresponde. Cuando seas grande comprenderás. Comprenderás mucho mejor.”»
Ante el recuerdo de su vida pasada, Joe se irguió precipitadamente, recordando parte de un pasado olvidado, sudoroso y más afectado que antes, confuso, recordó que Piora le había dicho algo de olvidar, más no de recordar —Solo es un sueño. Un muy mal sueño. Nada es real, nada que provenga de ese mundo es real —se llevó las manos al rostro tratando de poder borrar cada palabra que recordó de un padre, de su verdadero padre.
Suspiró y deseó volver a dormir, pero le fue imposible conciliar el sueño y menos si también ella estaba presente en sus sueños, fue la noche más larga que Joe tuvo que pasar, una cama extraña, una habitación simple, y sobre todo solo, se encontraba muy solo.
Se giró y miró al techo, llevando ambos brazos debajo de su cabeza —¡Dios! ¿Acaso estoy condenado a verla cada noche al cerrar los ojos? Por qué recordar un pasado olvidado, ver que aún está presente en mi vida, y saber que hasta en mi niñez la amé desde el primer día en que la vi. —rogó, reprochó y pidió clemencia al cielo, ya que su vida se volvería un infierno, despertó solo para adormecer su mente con cervezas y quedar profundamente dormido.
Sin embargo Natle quedó dormida ante sus lágrimas, hecha un ovillo, temblorosa, débil y vulnerable, con el medallón de Joe aún en sus manos, pedía su regreso en susurros leves que desaparecían con el viento —¡Joe! ¡Joe! ¿Dónde estás? —se movía inquieta de un lado a otro, sin tiempo de soñar, más que verlo en cortas imágenes, verlo de igual manera en sueños, en recuerdos que desaparecían al abrir de manera lenta los ojos, solo para cerrarlos nuevamente.
«“Lo vio a la distancia, en medio de ese campo de girasoles que resultaba ya tan familiar, lo llamó a la distancia —¡Joe! ¿Dónde estabas, Joe? —extendió la mano para poder tocarlo, pero su distancia se alargaba a medida que trataba de alcanzarle —¿Por qué haces esto? —le preguntó.
—Por la razón que deje de amarte —respondió alejándose de ella, sin mirar atrás.
—No... —negó rotundamente con la cabeza —¡JOE! ¡No! —lo vio caminar hacia el campo, desapareciendo, dejándola sola, triste y con miedo a no encontrar nuevamente el camino de regreso a casa.
Volvió el rostro y vio que estaba sola, sin más, cayó de rodillas, sin parpadear con los ojos brillantes por las lágrimas y los labios secos, mientras que el viento elevaba sus cabellos, el frío sonrosaba sus mejillas, pero helaba más su alma.”»
Quizás fueron las horas más largas de nuestras vidas, para Joe intentando olvidar, para Natle tratando de imaginar que él