Sello de Sangre. Nathan Burkhard

Sello de Sangre - Nathan Burkhard


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las circunstancias de la vida. De nuestra vida cariño mío —ambos vieron a su hijo a la distancia perdiéndose entre la colina y el sol de esa mañana.

      Joe tomó el volante con ambas manos, sus nudillos se volvieron blancos ante la presión que ejercía en él, con el corazón martillando y la boca apretada en un gesto hosco, la mirada al frente, sin dejar de parpadear, ya que las lágrimas brillaban rebosantes por salir —¡Oh Dios! ¡Oh dios! —gritó con amargura mientras conducía.

      El móvil que yacía en el asiento delantero comenzó a sonar, Joe sin mirarlo, lo tomó y silenció, dejando que la imagen de sus padres resonara una y otra vez, una y otra vez.

      —No contesta cariño —le dijo Tom a su esposa que con piernas y manos temblorosas, trataba de no retorcer sus manos que se encontraban en su regazo.

      —Quizás el móvil este guardado, está conduciendo.

      —Cariño... —dejó el teléfono sobre la mesa, acuclillándose tomó sus manos entre las suyas, besándolas y sintiéndolas frías —No nos engañemos. Joe no quiere hablar, se fue cariño, se fue. Por segunda vez —Anna tan solo rompió en llanto, abrazando a su esposo con todas sus fuerzas, sin decir más, sin mencionar o tratar de considerar las cosas.

      Las cosas no son siempre como se suele creer, vi que ese camino era muy largo, cosas que a simple vista estaban incompletas, Joe había elegido excavar en lo profundo para obtener una respuesta, una sola respuesta a la que concluyo como única. No intentó ver desde otra perspectiva, se cerró en una sola dirección, dejando a muchos con el corazón roto y a mí con las ganas de romperle la cara y patear su trasero hasta matarlo. Pero que más decir, muchos tomamos las decisiones correctas e incorrectas, acertadas o no, siempre supimos que tomarlas cambiaría nuestro destino de una u otra manera.

      Entre nuestro camino, cruzamos muchos mundos, entre ellos, vimos a la muerte y pudimos ver que era vivir nuevamente, no conocí a mi madre, pero sé que ella me dejó algo aún muy valioso, el poder amar sin recibir nada a cambio, sin embargo, Joe le dio a Natle mucho más que simple amor, le dio la oportunidad de vivir nuevamente, una nueva oportunidad de poder ver la luz del día. Ambos teníamos la misma misión, cuidarla sin importar el costo, sin saber que ambos nos enamoraríamos de ella, algo que nos obligó a tener una odisea sin fin.

      Piora tan solo precipitó las cosas, le mostró un pasado, presente y un dolorosos futuro, haciéndonos entender a todos que éramos vulnerables, éramos débiles, pero aun así teníamos las ganas de vivir, aunque el mundo que nos dejaron estaba lleno de decadencia y peligro, de odio y rencor, éramos parte de algo, éramos parte también de su mundo y debíamos defender lo que también nos pertenecía por derecho, debíamos proteger la tierra que nos cobijó cuando nuestro mundo fue cruelmente destruido y devastado por la guerra.

      No deseábamos ser simples títeres de Miaka, él solo seguía las reglas de alguien que ya había muerto, de alguien que no entendía muy bien el valor del sacrificio, del amor, la verdad, lealtad y de la libertad. Sin embargo, jamás se nos mencionaron cosas que podrían darnos señales, la manera adecuada de seguir, forzándonos a enterarnos y seguir caminos que creíamos incorrectos, direcciones que parecían lejanas, pero nada era así, todos, todos nosotros no habíamos elegido ser parte de ello, pero aun así decidimos lo mejor.

      Natle se había ido del hospital hacer ya mucho, podía sentir su distancia, y de la nada su presencia comenzó a desvanecerse con lentitud, ya no podía sentir sus emociones, sus alegrías, era solo yo y ese vacío me dolió más que las heridas que tenía, por un momento me sentí celoso de Joe, lo odié en su momento ya que yo ansiaba poder tener un pedazo de su corazón, pero luego me di cuenta que sí yo la amaba de verdad debía alegrarme de que ella fuese feliz.

      El sonido del reloj podía sentirlo a la distancia, además de goteo del suero caer, los sonidos eran aún más fuertes de lo común, mis sentidos estaban demasiado alerta, demasiado sensibles, lo atribuí ante la ausencia de Natle en mí, fruncí el ceño ante la extraña sensación, pero aun así mis ojos no obedecían mis órdenes, quería despertar, pero no podía. El vacío que inundó mis sentidos, el hueco que sentía en mi cuerpo por su ausencia desapareció de un momento a otro, mientras que mi corazón se hinchó ante su presencia aún conmigo, me pareció raro, ya que sabía que Joe la sacaría de la ciudad para huir lejos, pero sentir su vibra en mi interior me dio la certeza de que Natle estaba aún conmigo.

      Un calor inundó mi cuerpo, había quedado por un momento profundamente dormido con el sabor de su beso sobre mis labios, hasta que la incesante temperatura había inundado mi cuerpo, el sudor no era frío, cubría mi frente como perlas saladas, pero quemaba, quemaba por dentro, la sensación se expandía hasta quemar aún muy dentro de mí.

      

Al comienzo pensé gritar, pero la idea no era buena sabiendo que muchas cosas podrían pasar, y de golpe vi algo, era idéntico a los sueños que compartíamos.

      Estaba frente a mí, sonriente mientras que la nieve caía sobre ella, tenía los brazos extendidos, dando vueltas y vueltas con los ojos cerrados, disfrutando del momento, de la sensación. Su risa, esa inconfundible risa, entonces sentí que mi piel quemaba, el dolor y el olor a carne sobre fuego, levanté mi brazo derecho y vi que a centímetros arriba de mi muñeca, una nueva marca que se grababa al rojo vivo sobre mi piel, un sol con rayos enredados, una media luna y sobre ella una estrella.

      El ardor era insoportable, pero aun así aguante, al levantar la vista vi a Natle, pero ella tenía algo diferente, algo que me hizo sonreír, jamás soñé de esa manera, pero al verla en ese estado supe que era el nacimiento de una nueva era, una era en donde nosotros los ángeles seríamos reconocidos y vistos en la tierra, recordados y admirados, ya no ocultos, sino unidos, sobrevivientes y juntos para luchar por la libertad de no solo un pueblo y una raza, sino por nuestros mundos, incluyendo a todos, sin importar, raza, edad, sexo, condición, todos éramos una misma creación. Seriamos vistos y ya no señalados o perseguidos, y ella era la que iniciaría esa nueva etapa de nuestra vida, ella era el motivo más grande por el cual luchar, era ella parte de mi vida y de mi mundo, era la redención hecha carne.

      El calor se hizo insoportable, y las máquinas que daban razón de mis latidos y pulsaciones comenzaron a sonar y pitar, estaba inquieto, pero aun así no deseé despertar, era un bello momento, pero la quemadura era lo que más molestaba, entonces abrí los ojos de golpe, solo para ver a la enfermera asustada de ver esa marca fresca y sangrante en mi muñeca.

      Con la respiración entrecortada, supe que todo había llegado a su fin, llevé mi mano libre al pecho y sentí su presencia calándome hasta lo más hondo del corazón, Natle me necesitaba y me necesitaría aún más. Las luces del sol comenzaron a cubrirme, abrí los ojos y sentí un dolor en el pecho, supe entonces que ella me necesitaba, irguiéndome de la cama con cuidado, traté de levantarme, pero la aguja conectada a mi brazo me impidió hacer algún tipo de movimiento brusco, me quité el sensor de latidos, la aguja de mi brazo y vi mis pies, desnudos, moví los dedos y sonreí —Me dieron una nueva oportunidad —miré por la ventana y sentí los rayos en mi rostro, la persiana no lograba ocultarlo, pero mis ojos se notaron aún más, uno verde, otro azul, parte de un pecado y parte de la redención, parte de una condena y de un milagro, parte de un mundo y de otro, era alguien extraño, era Oriolp, era su protector, su guía, era mi vida y era la chica, sería siempre mi chica.

      Pisé el suelo y traté de vestirme, pero el dolor de mis costillas y las heridas solo restringían mis movimientos, pero nada me impidió que siguiera excepto el doctor que entró a la habitación y trató de detenerme ante las advertencias de la enfermera —¡Max! Debes descansar, las heridas se abrirán.

      —Necesito salir. Necesito estar con Natle —me urgía salir —Ella me necesita.

      —¡Max! Por favor, solo lograrás dañarte más. La llamaremos para que venga, la llamaremos, pero recuéstate.

      —No puedo esperar más, necesito verla —le exigí con el rostro compungido ante el dolor.

      —Prometo que la traeremos aquí, pero tú debes descansar, descansa —me detuvo y


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