Sello de Sangre. Nathan Burkhard

Sello de Sangre - Nathan Burkhard


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discusiones, y despedidas, esa vida que Natle deseó, se había esfumado como vapor, sueños que se convirtieron en pesadillas, en dolor y sobre todo en desesperación, llevándola a un abismo al cual Piora la había sometido mes tras mes, logrando verla derrumbada y sin nadie, había cumplido su cometido, que Natle se quedara sola, tan sola que no tuviese a quien acudir.

       Haciéndola vulnerable.

      Ella aun yacía en su cama, con las sábanas enredadas a su cuerpo desnudo, con sus besos aún cálidos en su piel. Entre cortas imágenes, saltaba entre ellas, aparecían y desaparecían de inmediato sin darle oportunidad a grabar alguna. La vi entonces, estaba como siempre bella, con un vestido de seda blanco y largo, sus cabellos sueltos y ondulados, mientras que ese jardín estaba repleto de flores, las estatuas parecían tener movimiento propio, ese vestido lograba captar su inocencia, y yo reconocí ese lugar, pero no le di importancia, la llamé en la distancia —¡Natle!¡Natle!

      Ella volvió el rostro y me sonrió, iba a acercarme a ella, pero un gran espejo se interpuso entre nosotros, el espejo de Tuyuned, su presencia manchó su esencia, cambiando su apariencia, traté de golpear el espejo, de sacarla, pero estaba atrapada dentro de él —Resiste... Resiste —grité.

      —¡Max! ¡Ayúdame!

      Su apariencia cambio a la más oscura, la más tétrica y opaca, un ser que consumía su interior, era aquella que soñé tantas veces, entonces giré y vi detrás de mí, todo en ruinas, destruido por el fuego, no estábamos solos, vi a demonios y ángeles luchando con todas sus fuerzas, pero de la nada, todos se detuvieron dejando caer sus armas al suelo al notar la presencia de Natle abrirse paso entre ellos.

      Quedando inmóviles, logré ver como Piora no trató de conservar su lugar, acercándose a Natle con tanta furia y desesperación con las mismas intenciones de quitarla de su camino —¡Natle cuidado! —grité, pero ante de que pudiera dañarle, Joe se interpuso recibiendo la puñalada que Piora le tenía reservada, viéndole caer al suelo lentamente, Natle reaccionó sosteniendo su cabeza antes de que el frío suelo pueda dañarle aún más su frágil y herido cuerpo.

      Él trató de hablarle, trató de decirle algo pero no podía, su voz y la sangre interferían, levanté la vista y logre ver a Piora, él estaba de pie ante ellos, no podía moverse, su rostro tenía tanta desesperación que optó por desaparecer de allí.

      Yo estaba tan cerca, pero no podía interferir, era yo el que estaba atrapado en medio del espejo —¡NO!

      Levanté la vista y vi una intensa luz bajar del cielo, acompañada de fuertes truenos, entonces lo vi, un ser extraño a nuestros ojos, su rostro no era definido, su mirada no se notaba más que un brillo dorado, su cuerpo vestido de blanco. Dando un paso hacia ellos, le mostró nuevamente con su mano que debía volver la vista a su adorado Joe, acatando sus señales, pudo verse ella misma entre sus brazos, era ella quien yacía herida y casi moribunda en el suelo.

      Grité, sin saber que me erguí tan deprisa por la sensación de dolor que cubría mi cuerpo —¡NATLE! —la llamé solo para verme prisionero en una habitación de hospital, con la respiración entrecortada y las manos temblorosas, me recosté de nuevo, tenía que verla, necesitaba verla.

      Natle se irguió enseguida, cubriendo su desnudes con las sábanas, mientras que un sudor fino cubrió su frente, ese nefasto sueño que había consumido su poca felicidad en esos instantes, sonrió ante el exquisito dolor de su cuerpo, había disfrutado de la noche, de su noche, observó por la ventana de su habitación, el sol radiante, el canto de las aves era el mismo, a diferencia que estaba sola en esa habitación.

      En un impulso buscó a Joe con su mano libre, notando su ausencia, su lado frío y las sábanas revueltas, con un nudo en la garganta no pudo articular palabra, pero su nombre salió en un hilo de voz que se perdió con los sonidos de la mañana —¿Joe? —levantándose de inmediato, caminó hacia su baño encontrándolo vacío —¿Joe? —volvió a llamar, pero él no estaba, volviendo el rostro hacia la cama, notó algo en su almohada. Dio unos pasos lentos, solo para darse cuenta que era el medallón de Joe, lo tomó entre sus manos y se dio cuenta que la había dejado, se dio cuenta que él se había ido pero para no volver jamás, una pequeña risa histérica escapó de sus labios temblorosos, no podía moverse, era incapaz de mover tan solo un musculo.

      Sus ojos se llenaron de ardientes lágrimas que amenazaron con rebosar, sintiéndose culpable, sintiéndose engañada —¡NO! ¡Joe, tú no! —sacudió la cabeza, negando con furia.

      Las intensas preguntas sobre su estancia tan corta abrumaban con desatar una intensa cadena de lágrimas y berrinche sin control, sabía que ese medallón en su cama no era una buena noticia, no era una buena señal, no había nada de bueno en su ausencia después de aquella noche que pasaron juntos, aquella noche en la que le entregó su amor puro, su deseo de estar con él sin importar que el mundo se viviera de cabeza a causa de ese amor que estaba destrozándole en esos momentos. Después de quedar unos minutos en blanco, reaccionó —Debe estar en casa... eso es... Debe estar en su casa —vaciló por un momento pero opto por vestirse con unos pantalones y una camiseta, haciéndose una coleta alta, optando ir a casa de Joe y tener información o encontrarlo en casa.

      Tele trasportándose a la habitación de su amado Joe, notó que sus cajones estaban abiertos y vacíos, la habitación estaba revuelta y esa era un clara señal que él se había ido de allí, dio un paso adelante pisando el cuadro enmarcado con su foto que ella le regalo, miró hacia el suelo tomando entre sus manos la foto rota —¿Acaso tan solo es un mal chiste? —llevándose una mano hacia la boca trató de no gritar, no tenía sentido calmar su agitado corazón.

      Caminó hacia la puerta, la abrió con brusquedad, solo para salir del pasillo y buscar a los padres de Joe, al verlos sentados en la cocina, no saludo, ni pidió dirección, simplemente preguntó atropelladamente —¿Dónde está Joe? No… No sé dónde está ¿Dónde está? —tartamudeaba, mientras que un nudo en su garganta se formaba haciéndole tambalear entre sus propias palabras y llanto.

      Tom cerró los ojos y negó con la cabeza, eso no era buena señal —Lo siento, Natle… En verdad lo siento —quiso acercarse pero Natle evadió sus brazos.

      —¡NO! ¿Dónde está? —gritó desesperada.

      —Lo lamentamos Natle —trató de clamarla, pero ella no deseaba compasión.

      —¡No! ¡Dios no! —su pequeño rostro estaba rojo ante las lágrimas, mientras que intentaba no gritar y salir de control, miró al suelo con tensión.

      —Él solo se fue, tan solo se fue sin explicación alguna. Solo nos pidió que cuidáramos de ti, no sé qué ha pasado, pero sé que cuando se calme, volverá.

      —¡No lo hará! Él no regresará —sacudió la cabeza negándolo, cerró los ojos, tratando de tomar más fuerza de la necesaria, estaba completamente sola, frustrada, con miedo, temía regresar a Ben Cork, tenía tanto miedo de vivir —Regresaré a casa —titubeó.

      —Sabes que si necesitas algo, no dudes en llamarnos —exclamó Anna.

      —Lo haré. Lo haré —respondió automáticamente, destrozada, giró sobre sus talones y desapareciendo de la casa que una vez fue de Joe.

      CAPÍTULO 4

      NADA MÁS QUE ESPERAR.

      Una vez en su habitación del internado, tomó el medallón de Joe en sus manos apretándolo con fuerza sobre su pecho, mientras que sus lágrimas surcaban sus mejillas. La soledad de su habitación la oprimió de tal manera que cayó de rodillas en medio de ella, deshecha en lágrimas, con el corazón marchito, sus labios trataban de formar alguna palabra, pero lo único que salía era nada.

      El dolor de su pecho era abrumador, que no le permitía respirar, quedando rendida, echa un ovillo sin ganas de seguir, sin motivo para caminar y ver más allá de lo que le esperaba, ante el dolor quedó profundamente dormida por el cansancio, por las lágrimas, por sentirse sola, engañada y sin nada por qué luchar. No tuvo tiempo, ni fuerzas para poder soñar,


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