El legajo de la casa vieja. Jesús Albarrán

El legajo de la casa vieja - Jesús Albarrán


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distinta a las del nombre a quien se destinaba, una fecha diferente. La última era del 15 de febrero de 1939.

      Deduje que la madre de Mariano habría escrito esas cartas y que, por desconocer el paradero de su hijo, no pudo poner en ellas dirección alguna. Pero ¿qué hacían allí esas cartas, que nunca fueron enviadas?

      Formé mi propia explicación de lo que pudo haber sucedido: las cartas se las entregaba la madre de Mariano a Pilar, entonces su novia, para que ella las echase al correo y, al no poder hacerlo por ignorar la dirección, después de anotar en su reverso la fecha en la que se las entregaba las guardó junto a las recibidas. Y ahí estaban, en el legajo secretamente guardado y casualmente encontrado ahora por mí.

      También había un diploma que, con fecha 15 de septiembre de 1938, decía:

      Ministerio de Defensa Nacional de la República Española.

      Se resuelve otorgar el título provisional de

      piloto militar de aeroplano

      con el empleo de sargento de aviación a

      Mariano Gracián García

      Habiendo superado con éxito el curso de formación en la

      Escuela Aérea de Kirovabad. Azerbaiyán. URSS.

      Otro hallazgo que complementaba el diploma y el legajo de cartas fue lo que encontré en el cajón inferior del aparador: unas gafas de aviador, a las que les faltaba un cristal, unos gruesos guantes y un casco de cuero, elementos característicos y necesarios de un piloto de avión de aquellos años.

      Sabía que mi padre, porque él me lo contó sin darme detalles, había sido instruido para pilotar un avión: el famoso «mosca», llamado así por los republicanos, o «rata», como lo llamaban los nacionales. Era el Polikarpof I-16 de la Unión Soviética, que fue utilizado en la guerra civil española. Pero nada más, o poco más, supe de esa aventura. Siempre fue un enigma para mí.

      Su azarosa vida, empujada por las circunstancias, le llevaron de aquí para allá. El silencio de lo acaecido en ese difícil periodo siempre fue su norma.

      Tal vez su silencio fue para protegernos a mi hermano y a mí; sus únicos hijos. Seguramente callaba por miedo a los peligrosos momentos políticos y sociales que se vivían en aquella represiva posguerra. Y así, sus secretos quedaron en mi ignorancia.

      Esas cartas del legajo, tal vez ahora pudiesen desvelarme algo más de su enigmática vida; de las vivencias que silenció y que, si había algo en esos escritos, mi madre celosamente ocultó durante toda su vida en ese viejo aparador.

      Sin dudarlo, tomé aquella vieja carta que nunca llegó a su destino. Era la primera del legajo y saqué del rasgado sobre su contenido: un viejo papel amarillento cuidadosamente doblado. Me senté en el sofá y, con delicadeza, deshice sus pliegues. Lo extendí sobre mis piernas: era un folio manuscrito por las dos caras con una grafía casi infantil y algún tachón. Ansioso por leerla, la tomé entre mis manos:

      Sotalejo, 19 de julio de 1936

      Querido hijo:

      Deseo que, al recibo de esta, te encuentres bien. Aquí estamos bien G a D.

      Hace tiempo que no tengo noticias tuyas, aunque por el Ángel se de ti. Me dijo que te vio hace poco y que le dijiste que estabas a punto de licenciarte de la mili. Espero que sea pronto y te vengas pal pueblo. Estamos en to la faena de la trilla y no nos vendría mal una mano.

      El Ángel se marchó ayer pa Toledo. Me contó que le había llamao no sé quién no se pa qué, y ahora, to la faena, entre tu padre y el pequeño. Y no puén con ella

      Las cosas que se icen en estos últimos días me preocupan por ti. Estoy asustá. Escuchamos la arradio en ca la Sole y me ice que han entrao los moros por Andalucía; los de la guerra de África, y que van haciendo de las suyas. También que hay unos militares y algunos jefes de los gordos, que están con ellos y que van matando a la gente. Ya sabes que yo de estas cosas no entiendo na, pero me da mucho miedo. Espero que to esto se calme.

      Yo no salgo de casa pa na y me entero por lo que cuenta la Sole y la Remedios, que están to el día pegas a la arradio y hablan más con la gente del pueblo. Dicen que aquí están pasando cosas mu malas. Que las cuadrillas de segadores que habían venio de Asturias de jornaleros pa ocuparse de las labores del campo y también algunos del pueblo que van con ellos, están por las calles gritando no sé qué y que llevan hachas y escopetas y que cuando encuentran una puerta cerrá y llaman y si no abren, la rompen a hachazos. Entran y se llevan a los hombres de adentro y dicen que los afusilan por las eras de arriba, en la cuneta de la carretera.

      Se ice que ayer cogieron al cura, a Don Robustiano, que estaba con D. Pedro, el otro cura que a veces venía a vele y ayudarle y que no les han dejao entrar en la iglesia pa decir la misa. Dicen que la iglesia ya no es de los curas y que ellos no tenían que entrar allí pa ná, que ahora es de los obreros y la gente del campo y que allí ellos ahora puen hacer lo que quieran.

      A Don Robustiano y al otro cura, los han encerrao en su casa sin dejales salir pa ná. Icen que los van a matar. Con lo bueno que es Don Robustiano, ¡fijaté!

      Sacaron de la casa a la Lucía, la hermana del cura que vivía con el pa cuidarle y la cortaron el pelo a rape y no quio pensar lo pior.

      Entraron en la iglesia y rompieron to. El retablo del altar tan bonito. A los santos les pegaban tiros y se llevaron los copones y todas las cosas que valían mucho.

      Y aquí nadie dice na y hacen menos que na. Luego, sacaron unos bancos de madera a la plaza y trozos del retablo, ya estrozao, que también era de madera y esos libros grandotes que había en el coro. Pues pusieron el Cristo encima de eso y en mitá la plaza le prendieron fuego a to.

      Yo estoy mu asustá

      Tu no te metas en ná, ¿me oyes? y si sales del cuartel, te vas pa Toledo y te quedas en ca tía Angelita y o no te muevas de allí hasta que las cosas se tranquilicen.

      Si me escribes una carta pa icirme como estás, dásela a tu hermano Angel si le ves, porque en el correo pué que no llegue.

      Ten mucho cuidao.

      Un beso mu grande de tu madre que te quiere mucho

      Petra

      Mi padre, en aquellos días del verano de 1936, se encontraba haciendo la mili en Madrid. Esa carta nunca la recibió.

      No sabía qué podría encontrar en esas misivas: ¿encerrarían sus sentimientos?, ¿contaría sus vivencias?, ¿hablarían de sus ideologías y de sus pensamientos en aquel oscuro y nefasto lapso de tiempo? Y ¿por qué fueron guardadas celosamente por mi madre hasta el mismo momento de su muerte? Ansiaba leerlo todo. Ensamblar las piezas de ese rompecabezas incompleto que siempre, para mí, había sido la vida de Mariano, mi padre, al que ya de niño atribuía, sin conocerlas, aventuras increíbles.

      Me invadió un extraño sentimiento de respeto y me pareció que en esa noche y en ese momento no debía profanar sus secretos. No deseaba absorver esa información precipitadamente y a la ligera; quería disponer de unos momentos serenos y relajados para entender sus circunstancias y analizar ese valioso tesoro que nunca esperaba haber encontrado. Ya lo haría.

      Tomé todas las cartas y postales, volví a formar el legajo, atándolas con la vieja cinta de seda, y las guardé en una caja de zapatos vacía que por allí encontré. También metí en ella los enseres de piloto, el diploma y todo lo que me pareció de interés o curioso, con intención de llevármelo. Ya lo repasaría y leería en mejor momento.

      El hallazgo despertó mi interés; ya no solo por saber de la vida de mi padre, sino también por introducirme más en el conocimiento de lo que sucedió en aquella época; de saber de aquel momento histórico que se vivió.

      Regresé a Madrid.

      Al día siguiente, el hayazgo del legajo no se me iba de la cabeza. La obsesión por conocer más sobre aquella época que le tocó vivir a Mariano hizo que me descentrase en mi trabajo.


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