Los dos árboles del paraíso. Omraam Mikhaël Aïvanhov
nariz y el sistema teocéntrico en los ojos. A través de la boca el hombre no cesa de introducir en él los alimentos que sirven para su propia conservación. La nariz... en los animales es el olfato que sirve para establecer el primer contacto; ¡y también en el hombre se dice que es el “olfato” el que regula sus relaciones con los demás! Asimismo, a través de la nariz la vida penetra en los seres, gracias al aire. Se dice en el Génesis que Dios insufló un alma viviente en el hombre a través de sus orificios nasales. Respiramos por la nariz, y la respiración es la vida. En cuanto a los ojos, son la representación del sistema teocéntrico, porque con los ojos contemplamos la luz, la verdad, la belleza.
Estas correspondencias, en realidad, no son absolutas, porque, según sus manifestaciones, cada órgano puede representar a más de uno de los tres sistemas: ego-, bio- o teocéntrico. Tomemos el caso de la boca: ésta representa el sistema egocéntrico cuando comemos pollos, jamones, morcillas, pero representa el sistema biocéntrico cuando se dirige a otros seres en las conversaciones, los intercambios; y representa el sistema teocéntrico cuando habla de todo lo que es elevado, sublime, y que da un sentido a la vida. Podemos decir lo mismo para los demás órganos en los que volvemos a encontrar también los tres niveles de actividad.
Estudiemos ahora estos tres niveles desde el punto de vista frenológico. Encontraremos el sistema egocéntrico en la región situada alrededor de las orejas (detrás y por encima de ellas) y en la región situada en la parte alta del cráneo. Mirad este esquema: el centro 1 trata de impulsar la manifestación de la personalidad y las tendencias egoístas. Los centros 2, 3 y 4 tratan de defender a la personalidad y de protegerla para que pueda realizar sus tendencias (fig. 1).
Centros egocentricos | Centros biocéntricos | Centros teocéntricos |
Fig. 1 | Fig. 2 | Fig. 3 |
Después, el sistema biocéntrico está representado por dos regiones situadas, una en la parte de detrás de la cabeza, y otra, en la parte de delante, en la frente (fig. 2). Las partes 5, 6 y 7, situadas en la parte de detrás del cráneo, dan al hombre el deseo de casarse, de fundar un hogar, de tener hijos. Las partes 8, 9 y 10, tratan de procurarle todos los medios intelectuales que le llevarán a la realización de lo que desea.
El sistema teocéntrico está representado por las regiones situadas en lo alto de la cabeza, en una y otra parte de la línea mediana del cráneo (fig. 3). Estos centros son tres; son los centros del amor, de la esperanza y de la fe en Dios, las tres virtudes teologales.
Según el desarrollo de cada una de estas partes del cráneo, podemos clasificar a los hombres, adivinar sus tendencias, sus inclinaciones.
El pabellón de la oreja representa igualmente los tres sistemas:
– el lóbulo, el sistema egocéntrico: cuanto más grueso y ancho es, tanto más predomina el egocentrismo;
– el antehélix, el sistema biocéntrico;
– el hélix, el sistema teocéntrico.
Estos tres sistemas los volvemos a encontrar también en el desarrollo de la vida del hombre. Cuando el niño es pequeñito no hace más que comer, beber; se lo lleva todo a la boca; todo lo que cae en sus manos le parece bueno para comer, y se imagina que el mundo entero debe contentar todos sus caprichos. No piensa ni en sus padres, ni en sus hermanos y hermanas; es el ejemplo perfecto del sistema egocéntrico. Pero soportan al pequeñito, le aman y le protegen porque saben que un día entrará en otro sistema...
Cuando el niño crece no sale completamente del sistema egocéntrico, pero empieza a desarrollarse en el sistema biocéntrico, entabla amistades, relaciones. Años después, se hace adulto, funda un hogar, participa en la vida social a través de su profesión y de sus convicciones políticas; está completamente sumergido en el sistema biocéntrico. Pero pasa el tiempo y el hombre envejece; se siente cansado de tanto pensar en sí mismo y en los demás, que a menudo le han decepcionado. Se prepara para irse al otro mundo, se despoja de sus riquezas y la idea de Dios y del más allá le preocupa; su pensamiento se acerca al sistema teocéntrico.
Hablo en general, claro, porque en realidad no es necesario envejecer para entrar en el sistema teocéntrico; algunos jóvenes ya están en él desde muy temprano, mientras que hay ancianos que siguen hundidos en el sistema egocéntrico.
Tomemos ahora un ejemplo de la astronomía, con los Soles, los planetas y los cometas. Los cometas son unos cuerpos celestes que no giran en torno a ningún Sol; su trayectoria es imprevisible, son los vagabundos del espacio. La vida de los hombres conectados con el sistema egocéntrico es idéntica a la de los cometas errantes; sólo hacen caso a sus caprichos y no se puede contar con ellos. Es mejor evitar encontrarles, porque son peligrosos y, lo mismo que los cometas, su aparición en la vida es, según las antiguas tradiciones, un signo de desgracia.
A diferencia de los cometas, los planetas giran alrededor de un centro, de un Sol, y describen en el espacio una trayectoria regular. De la misma manera, los discípulos gravitan en torno a un Iniciado o a un Maestro. Cada día, la vida que llevan en contacto con el centro les enseña algo nuevo y útil. Sobre los planetas se desarrollan una flora, una fauna, una civilización. Lo mismo sucede con los hombres que se parecen a los planetas. El movimiento de los planetas no es perfectamente regular, a veces se alejan y otras se acercan al Sol. Esto es lo que se produce también para los discípulos: a veces se acercan y otras se alejan de su ideal, se encuentran alternativamente en la alegría y en la pena.
Los hombres que se parecen a los Soles son los Iniciados y los grandes Maestros de la humanidad; llevan en sí mismos la luz, el calor y la vida, y gravitan en torno a un centro casi desconocido aún por los humanos: Dios. No pasan, como los planetas, de la luz a la oscuridad, o de la alegría a la tristeza; ignoran los cambios interiores.
Echemos un rápido vistazo al movimiento de los cometas, de los planetas y de los Soles. Los cometas tienen una trayectoria ininterrumpida. La trayectoria que describen los planetas es una espiral. En cuanto a la trayectoria que describen los Soles, podemos decir que es un círculo cuyo centro se encuentra en el infinito.
Si miramos al hombre, encontramos en sus miembros (piernas y brazos) la línea quebrada. La espiral está en el torso: la caja torácica, con los movimientos de inspiración y de espiración y las dos circulaciones venosa y arterial; es la vida de los planetas con la alternancia de los días y las noches... Y el círculo es la cabeza, que representa simbólicamente el movimiento de los Soles alrededor del centro, Dios, situado en el infinito. Esto significa que los hombres que se encuentran en el sistema egocéntrico viven en los brazos y las piernas del Hombre cósmico, Adam Kadmon, como le llaman los cabalistas. Aquéllos que están conectados con el sistema biocéntrico viven en su corazón y sus pulmones. Y los que están conectados con el sistema teocéntrico viven en su cabeza.
Si buscamos estos tres sistemas entre los insectos, encontramos que la araña es el símbolo del sistema egocéntrico, la hormiga el del sistema biocéntrico, y la abeja el del sistema teocéntrico. Muchos otros insectos pueden representar estos tres sistemas, pero estos tres ejemplos bastarán.
La araña vive solitaria, atrae las moscas, y cuando una de ellas se deja coger en sus redes, corre a buscarla para llevársela al centro de su “sistema”, la telaraña, y comérsela. Las hormigas, aunque todavía pertenecen al sistema egocéntrico, ya han entrado en el sistema biocéntrico: viven agrupadas y organizadas en sociedades. Pero las abejas las superan, porque el objetivo de su trabajo es dar algo preciado a otros seres de una evolución superior a la suya. Las arañas y las hormigas trabajan solamente para sí mismas, mientras que las abejas fabrican un alimento para los hombres.
¿Veis?, la palabra “teocéntrico” no significa que todo converja únicamente hacia Dios, sino que cada manifestación del ser sobrepasa la personalidad. Y la actividad de las abejas sobrepasa la personalidad, puesto que preparan la miel para los hombres. No lo hacen “para Dios”,