Los dos árboles del paraíso. Omraam Mikhaël Aïvanhov
que los hombres se la roban. De acuerdo, pero, en realidad, la naturaleza les incita también a preparar la miel para los hombres, lo mismo que impulsa a los árboles a preparar sus frutos para alimentar a otras criaturas.
El término “teocéntrico” no significa obligatoriamente “que tiene a Dios como centro” y puede aplicarse también a todo acto verdaderamente desinteresado. Existen personas que, sin ser religiosas, sin ni siquiera creer en la existencia de Dios, tienen una conducta más noble y más desinteresada que ciertos religiosos que sólo piensan en Dios. Le rezan, pero siguen sumergidos en su egoísmo y en sus cálculos mezquinos. Lo que cuenta son los móviles y los motivos profundamente escondidos en los seres; son estos móviles los que les clasifican en un sistema o en otro.
En el árbol, el sistema egocéntrico está representado por las raíces, que se hunden en el suelo de donde extraen los elementos nutritivos. El tronco, con las ramas, representa el sistema biocéntrico, porque es por el tronco por donde suben y bajan todas las fuerzas vitales; el tronco representa el puente, la conexión que une las raíces a las hojas, las flores y los frutos. Y el sistema teocéntrico corresponde a las hojas, a las flores y a los frutos. A partir de las hojas la vida impersonal del árbol empieza a manifestarse, y acaba en los frutos, que son la más alta expresión de la impersonalidad. Los árboles que no dan frutos todavía no están evolucionados y permanecen conectados con los sistemas biocéntrico y egocéntrico.
Según su grado de evolución, el hombre puede girar en torno a sí mismo, en torno a su familia y a la sociedad, o en torno a Dios. Girar alrededor de sí mismo es la peor condición, porque
el círculo que se describe de esta manera es extremadamente estrecho y se reduce cada día más. Girar en torno a su familia o a la sociedad todavía no representa las mejores condiciones de desarrollo, aunque el círculo que se describe así ya sea mucho más grande. Las mejores condiciones son realizadas cuando giramos en torno a Dios, porque, poco a poco, se desatan nuestras ataduras con la Tierra y nos sentimos dispuestos para lanzarnos a volar hacia el espacio, a viajar por el universo. Los grandes Iniciados pueden abandonar libremente su cuerpo porque viven en el sistema teocéntrico. Su movimiento interior es tan intenso que nada puede obstaculizar su impulso o impedirles actuar.
Existen, pues, varias clases de amor y cada una de ellas se caracteriza por la extensión de su campo de acción. Podemos así distinguir el amor a uno mismo, el amor a la familia, el amor al país, el amor a la raza, el amor a la humanidad y el amor al Creador. En cada una de estas formas de amor el círculo se agranda, el campo de acción no cesa de extenderse. En el sistema egocéntrico sólo hay un camino, una dirección: descendemos hasta el centro de la Tierra. El sistema biocéntrico presenta dos posibilidades: la izquierda o la derecha, abajo o arriba, adelante o atrás. Pero en el sistema teocéntrico encontramos numerosos caminos, unas posibilidades ilimitadas de elección: es la libertad total.
En los anales de la humanidad se conservan informaciones relativas a la caída de los primeros hombres. Con el primer pecado, toda la creación fue arrastrada en la caída: los animales, la vegetación, y hasta la Tierra. Entonces, el eje de la Tierra se inclinó formando un ángulo de 23º 27’ en relación a su posición de origen.
El pecado original, pues, tuvo como consecuencia la inclinación del eje de la Tierra, lo que provocó un cambio en la posición de las corrientes magnéticas y eléctricas terrestres. Y, al mismo tiempo, el corazón humano, que antes estaba situado exactamente en el centro del pecho, inclinó su punta hacia la izquierda.
Ahora, el eje de la Tierra está regresando a su posición primitiva, y este movimiento va a provocar grandes transformaciones telúricas. Las plantas producirán entonces unos frutos impregnados de fuerzas y de virtudes nuevas que extraerán del reino mineral. El reino animal sufrirá igualmente modificaciones debido a las que se habrán producido en las plantas, y lo mismo sucederá en los hombres. De momento, ninguna de estas transformaciones aparece todavía; permanecen ocultas, únicamente los seres sensibles las perciben. Pero antes de que el eje de la Tierra vuelva a su posición primitiva, la humanidad pasará a través de grandes pruebas para ser purificada. Más tarde, todo se volverá luminoso: las piedras, las aguas de los ríos serán luminosas, la materia se volverá transparente...
De momento, la vegetación, las frutas y las verduras que comemos están impregnadas de fuerzas negativas. La Tierra es un gran cementerio regado con la sangre de los hombres e impregnado con sus crímenes. Los que trabajan los campos y los jardines lo hacen la mayoría de las veces sin amor, en un estado de rebelión interior: sus pensamientos y sus sentimientos entran en las simientes y envenenan la tierra y sus frutos. Un día, los humanos serán instruidos en el arte de cultivar la tierra de acuerdo con las reglas iniciáticas; las semillas absorberán entonces las fuerzas cósmicas de otra forma muy distinta, y los frutos comunicarán sus virtudes a aquéllos que los coman. Si los hombres están enfermos es porque, con su ignorancia, están creándose sin cesar unas condiciones de vida malsanas. Sin saberlo, comen cadáveres, caminan sobre cadáveres y duermen sobre cadáveres.
Gracias al sistema teocéntrico todo podrá ser restablecido en el mundo. Este sistema debe ser comprendido en el sentido más amplio del término, es decir, como una vida llena de amor, de justicia y de bondad. Para llevar una vida equilibrada, el discípulo debe girar en torno a Dios, servirle, cumplir su voluntad. Sólo podemos trabajar para el Señor instruyendo a los demás, conduciéndoles hacia la Fuente, dándoles ejemplo de amor, de bondad, de sacrificio, lo que corresponde al sistema biocéntrico. Pero, para poder hacer este trabajo, debemos ser fuertes, sanos, sólidos, resistentes, es decir, debemos desarrollarnos bien nosotros mismos, lo que corresponde al sistema egocéntrico. Ésta es, pues, la razón de ser de los dos sistemas, egocéntrico y biocéntrico: cuando se ponen al servicio del sistema teocéntrico, encuentran su justificación. El hombre se convierte entonces en un ser completo. Pero, si el hombre no está conectado en primer lugar con el sistema teocéntrico, la vida que lleva en contacto con los demás y su vida personal pierden completamente su sentido. Esto es lo que debéis comprender bien.
Estoy muy contento de haberos dado algunas aclaraciones sobre esta frase de la carta del Maestro. Espero que éstas os permitan dirigiros mejor en la vida. Son explicaciones sencillas, elementales, pero extremadamente importantes.
Y ahora, para terminar, quisiera leeros algunos pasajes del libro Las palabras sagradas del Maestro:
Cuando algo turbe tu mirada, capta, detrás del velo de las formas transitorias, el infatigable trabajo del Espíritu que tiende a elevar las almas hacia el Eterno. Detrás de cada forma ve la imagen del Eterno.
Las formas no son más que la envoltura; en nada turban al discípulo porque éste busca siempre la idea eterna que trabaja en las formas y les da valor. De esta manera se une al mundo del Espíritu, a la vida del universo.
Que nadie sea puesto al corriente de tus experiencias espirituales hasta que no hayas identificado en ti un punto de apoyo muy seguro.
Debes estar siempre en contacto con el Dios del Amor. El pecado nace fuera de Dios.
Es necesario que el discípulo pase algún tiempo en la soledad para hacerse fuerte. Así se consolida el pensamiento.
Bajo los rayos del Sol, las flores se abren y los frutos maduran. El alma del discípulo sólo crece en el amor divino.
El discípulo es feliz por la elevación de cada alma y contribuye a ella. Hay una ley del mundo espiritual que dice: “ ¡Cuando uno se eleva, todos se elevan!”
Cuando el discípulo comprende exactamente a su Maestro, está preparado para recibir y siempre le será dado.
¡Intensa es la vida del discípulo! El discípulo pasa por alegrías y profundas penas que el mundo no conoce. Es la pena de todas las simientes enterradas en la tierra oscura y la alegría de todas las flores que han crecido y se han abierto a la luz.
La Verdad excluye todo placer. La Sabiduría excluye toda ligereza. El Amor excluye toda violencia.
El discípulo