Los dos árboles del paraíso. Omraam Mikhaël Aïvanhov

Los dos árboles del paraíso - Omraam Mikhaël Aïvanhov


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amor por uno mismo se encuentran representados cada uno de ellos por un centro en nuestra cabeza.

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      El centro del amor a Dios está situado en lo alto de la cabeza; es el centro del amor superior, de la devoción al Creador. El centro del amor a los demás está situado un poco por encima de la frente. El centro del amor por uno mismo se encuentra en la parte de alta de la cabeza, ligeramente hacia atrás. El centro del amor a Dios se encuentra entre los otros dos, y está en relación con el loto de mil pétalos llamado chakra Sahasrara. Este loto sólo se desarrolla con el amor hacia el Creador, un amor puro, perfecto. Al desarrollarse, este centro libera al hombre de la materia y le vuelve capaz de viajar por el espacio.

      Recientemente me contaron una pequeña historia. Durante la última guerra había una mendiga que, queriendo aprovecharse de los subsidios que se daban a los refugiados, iba cada día a reclamar al Ayuntamiento. No tenía derecho a estos subsidios y se negaban a dárselos, pero ella volvía sin cesar a importunar a los empleados con sus quejas y... su mal olor, ¡porque no debía haberse lavado desde hacía años! No sabían cómo desembarazarse de esta mujer, hasta que un día, uno de los empleados, más perspicaz que los demás, propuso esto: “Vamos a darle jabón y vestidos limpios diciéndole que tendrá sus subsidios cuando vuelva lavada y correctamente vestida...” Cuando la mendiga se presentó de nuevo al servicio de refugiados le anunciaron esta buena nueva. Primero creyó que se trataba de una broma; pero cuando comprendió que se trataba de una propuesta seria y que su limpieza le permitiría obtener estos subsidios que reclamaba desde hacía meses, frunció el ceño, lanzó algunos gruñidos y se fue. Nunca más la volvieron a ver. Pensaba que el día que estuviese limpia y bien vestida ya no podría mendigar.

      Y nosotros también somos, a menudo, como esta mujer; con respecto al mundo invisible tenemos exactamente la misma actitud. Murmuramos, reclamamos grandes cosas, y cuando el Cielo nos dice: “Te daremos lo que deseas, pero primero, lávate”, preferimos permanecer sucios y no tener nada. Cuando encuentran una Enseñanza que les aconseja dejar de comer carne, no beber alcohol, no fumar, vigilar sus pensamientos y sus sentimientos, muchos huyen, ¡porque esta Enseñanza les tiende un jabón!

      Alguien viene a veros y os dice: “Amigo, dame tu corazón, lo necesito...” Os negáis; murmura y suplica, un día, una semana, un mes, y, finalmente, le dais vuestro corazón. Y ahí lo tenéis con dos corazones... Pero vosotros ya no tenéis ninguno. Otro reclama vuestro intelecto diciendo que tiene necesidad de él para trabajar. Tras algunas semanas de reclamaciones lo obtiene, y vosotros os veis privados de intelecto. Otro viene y dice: “Amo mucho tu alma, dámela...” Se la dais, y os quedáis sin alma. Finalmente, alguien os pide vuestro espíritu, y también acabáis cediendo... ¡Así adquirís la reputación de ser caritativos!

      Me miráis con ojos asombrados: ¿acaso es posible dar el corazón, el intelecto, el alma o el espíritu a alguien? Es tan posible que estaréis horrorizados si os digo que el número de seres humanos que no han dado o vendido su corazón o su intelecto es sumamente reducido. Y esto no es todo: hay también entidades inferiores del mundo invisible que tienen interés en apoderarse del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu humanos para utilizarlos en sus trabajos tenebrosos. En realidad, estos seres nunca consiguen esclavizar otra cosa que el corazón y el intelecto; el alma y el espíritu se les escapan gracias a su esencia superior, divina. Aunque el alma y el espíritu pueden ser sometidos durante un cierto tiempo, debido a su conexión con el corazón y con el intelecto (que están más próximos a la materia, al cuerpo y a las corrientes inferiores, y que son, por tanto, más susceptibles de ser influenciados), al final, son libres e invulnerables. Salvo en el caso en que el hombre se ate, conscientemente y definitivamente, con un pacto con los demonios.

      Pero los espíritus superiores también quieren manifestarse en el hombre. Estos espíritus forman una jerarquía de ángeles, de arcángeles y de espíritus luminosos... hasta la Divinidad, y es sólo a ellos a los que podemos, y hasta debemos, dar nuestro corazón, nuestro intelecto, nuestra alma y nuestro espíritu, porque con ellos nunca seremos robados, ni perjudicados ni abandonados. Debemos rogarles que vengan y se sirvan de nosotros para la gloria de Dios y de Su Reino.

      Observad a los hombres y os daréis cuenta de cómo son asaltados por unos ladrones visibles o invisibles que hacen presión sobre ellos hasta volverles esclavos. Y, de esta manera, para obtener dinero, placeres, poder o gloria, los hombres venden su corazón, su intelecto, su alma y su espíritu. El discípulo de la Fraternidad Blanca Universal será tentado de todas las maneras por las fuerzas inferiores que querrán esclavizarle, pero no debe aceptar; debe ser semejante al profeta Daniel, que fue echado al foso con los leones por haberse negado a adorar la estatua del rey Nabucodonosor y a quien Dios envió a Su ángel para protegerle.

      Vivimos en una época que no es tan diferente de aquélla en la que vivía Daniel. Sólo han cambiado las circunstancias exteriores, pero no las mentalidades. Nabucodonosor existe todavía bajo todas las formas: trabaja con los poderes del dinero, de la prensa y de la sexualidad. Puede tomar también la forma de una mujer que os manifieste exteriormente la mayor ternura, pero con la intención oculta de quitároslo todo, de someteros a sus deseos y a sus caprichos. Si os negáis a satisfacerla, os meterán en la cárcel, como José, que fue encarcelado por haberse resistido a la mujer de Putifar. La mujer de Putifar es otra forma de la estatua de Nabucodonosor. Pero ¿en que se convirtió José después de este encarcelamiento? Fue el benefactor de miles de hombres a los que salvó de la hambruna y de la miseria.

      Diréis: “Pero ¿qué debemos hacer cuando vienen a reclamarnos nuestro corazón, nuestro intelecto? No está bien negárselo...” Os daré unas imágenes. Tenéis un violín que os gusta tocar y que está maravillosamente sintonizado con vuestro ritmo, con vuestras vibraciones. Un día alguien os lo reclama en nombre de la caridad, de la amistad. Debéis decirle: “Amigo mío, te daré la música que sale de mi violín, pero el violín es mío, me lo quedo, no está hecho para ti...” Suponed también que tengáis un capital depositado en un banco. Si alguien viene a reclamároslo, le diréis: “Amigo mío, te daré los intereses de este dinero, pero yo conservaré el capital, para que me siga rentando...” O aún, tenéis un árbol frutal en vuestro jardín y alguien querría que lo arrancaseis para plantarlo en el suyo. Le diréis: “Querido amigo, conservaré este árbol en mi jardín, que le conviene, pero, si te apetece, ven a comer de los frutos de mi árbol todo lo que quieras; te daré incluso un injerto para que puedas ponerlo en tu jardín, pero no más...” Supongamos aún que tenéis un libro extremadamente raro y precioso y que la misma historia se repite, alguien os pide que se lo deis. Le diréis: “Ven a mi casa todos los días, si quieres, para leerlo o para copiarlo, pero el libro debe seguir en mi biblioteca, porque lo quiero ahí...” De esta manera dais un trabajo a todos, les sacáis de su pereza. Todo el mundo está contento y evoluciona mejor.

      A vosotros os toca ahora establecer una correspondencia entre estos ejemplos y las diferentes funciones del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu. No deis vuestro corazón, dad solamente vuestros sentimientos. No deis vuestro intelecto, dad vuestros pensamientos. No deis vuestra alma, sino el amor que emana de ella. No deis vuestro espíritu, sino las fuerzas benéficas que brotan de él.

      Todos nosotros estamos como prisioneros en el mundo físico; para liberarnos debemos cumplir estos dos mandamientos que Jesús nos dio: amar al Señor y amar al prójimo. Aunque estemos en las peores condiciones exteriores, podemos vivir interiormente en la libertad, la pureza y la paz, porque este amor que tenemos por Dios y por los hombres nos lo da todo. Y, al contrario, podemos encontrarnos en las mejores condiciones exteriores y ser interiormente los más atormentados, los más limitados, los más miserables, porque no tenemos ningún amor.

      Tomad al Sol como símbolo de la Divinidad y acercaos a él. Es el amor el que nos acerca a los seres y a las cosas, porque el amor es una fuerza que nos une; cuando amáis a alguien tenéis ganas de acercaros lo más posible a él...

      Conocéis la ley de la atracción universal: “Los planetas se mueven como si fuesen atraídos por el Sol en razón directa de su masa y en razón inversa del cuadrado de su distancia


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