Los dos árboles del paraíso. Omraam Mikhaël Aïvanhov
con aquéllos que están más avanzados que él para aprender de ellos. Debe frecuentar a aquéllos que son iguales a él para adquirir, gracias a la emulación que se establezca entre ellos, más celo por el estudio. Y debe descender junto a aquéllos que se encuentran más abajo para ayudarles. Si ayuda a los que están más abajo que él, será ayudado por los que están más arriba.
El alma puede manifestar su fuerza cuando no está apegada a la materia. Es fuerte cuando penetra la materia sin apegarse a ella. El discípulo debe solamente mirar a través de la materia, pero no vivir en ella.
Si el discípulo siente el vacío y el sinsentido de su vida, que contemple una noche el Cielo estrellado y la grandeza del espectáculo le llenará de ánimo.
¡Perdona siempre a causa de Dios! El perdón no proviene del hombre. Viene de Dios. Puedes estar en lucha contigo mismo, preguntándote si debes perdonar, pero debes salir vencedor de esta lucha. El primer paso gracias al cual el discípulo entra en la vida espiritual es el perdón. Sí, perdona a causa de Dios.
El discípulo debe pasar por el fuego y por el agua. Por el agua para purificarse, y por el fuego para resplandecer.
Se distinguen tres estados en la vida del hombre. El estado físico, en el que todo es inquietud. El estado espiritual, en el que se aspira a un ideal. Y, finalmente, el estado divino, en el que reina una paz absoluta. El discípulo debe haber superado el primer estado.
La iglesia del discípulo debe estar en sí mismo. “Sois el templo de Dios y el Espíritu de Dios mora en vosotros...”
Hay en el hombre una soledad mística en la que se opera su fusión con Dios. Pero eso sucede únicamente en aquél que comprende. Hay en el alma una región sagrada que es inviolable. Nadie puede franquear su umbral. Es un lugar sagrado destinado solamente a Dios.
La abeja que liba la flor sabrá hacer miel con ella; el hombre cogerá la flor, respirará su perfume y, después, la echará. El buey, en cambio, la aplastará con sus pesadas pezuñas. El discípulo debe adoptar el ejemplo de la abeja.
No le preguntarán al discípulo por cuántos sufrimientos ha debido pasar, sino lo que ha aprendido de ellos.
El discípulo debe purificar su amor sin cesar para llegar a fundirse con el amor de su Maestro. Lo pequeño sólo puede elevarse hacia lo grande gracias al amor. Únicamente el amor hace la grandeza de las cosas infinitas. Únicamente el amor puede hacer descender lo grande junto a lo pequeño, y poner lo pequeño al servicio de lo Sublime.
El discípulo debe tender siempre hacia el bien. El bien es el fruto del amor. El amor es el fruto del espíritu. Y el espíritu es la manifestación de Dios.
La oración aporta inmediatamente una purificación. El discípulo debe rezar continuamente. Debe ponerse a resguardo de las influencias transitorias levantando a su alrededor el sólido escudo de la oración, de los pensamientos puros y de un incesante amor por Dios.
Sólo os he leído algunos pasajes del libro del Maestro. Esperemos que en otra ocasión nos sean dadas buenas condiciones para proseguir esta lectura.
Sólo el amor de Dios aporta la plenitud de la vida.
Paris, 2 de abril de 1938
II
Los dos primeros mandamientos
Conferencia improvisada (notas taquigráficas):
Un escriba que les había oído discutir, viendo que Jesús había respondido bien, se adelantó y le dijo: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús respondió: “El primero es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu pensamiento y con toda tu fuerza. Y éste es el segundo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamientos más grandes que éstos...” El escriba dijo: “Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro más que Él; amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo como a sí mismo, es mejor que todos los holocaustos y que todos los sacrificios...” Jesús, viendo que había hecho una observación llena de sentido, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios...” Y nadie se arriesgaba a hacerle preguntas.
Marcos 12: 28-35
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu pensamiento y con toda tu fuerza; y amarás a tu prójimo como a ti mismo...” Estas palabras han sido repetidas tan a menudo que ya no las oímos. Si escucháis caer la lluvia durante mucho tiempo, acabáis durmiéndoos, estáis hipnotizados; y a fuerza de haber oído en las iglesias: “Amarás al Señor, tu Dios... amarás a tu prójimo como a ti mismo...” ya no lo escucháis. Por otra parte, los hombres piensan que es fácil amar a su prójimo como a sí mismos, ¡pero no se preguntan cómo se aman a sí mismos! Si amamos a los demás tal como nos amamos actualmente nosotros mismos, ¡qué lástima para ellos! ¿Qué pueden hacer en la vida sostenidos por un amor como éste?
Cuando Jesús dice: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu pensamiento y con toda tu fuerza”, hay que comprender que hace alusión a los cuatro principios que actúan en el hombre: el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu. A menudo se confunden el intelecto y el espíritu, que, sin embargo, no son lo mismo. Podéis observar que Jesús dice “con toda tu fuerza”; y quien en nosotros posee la fuerza es el espíritu.*
* Leer la conferencia “La fuerza del espíritu” (Los poderes de la vida, tomo 5 de las Obras completas).
Ya os hablé de los cuatro principios que son el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu, y de las relaciones que existen entre ellos, pero lo volveré a recordar aquí en unas pocas palabras. El grupo corazón-intelecto es un reflejo, en el plano inferior, del grupo alma-espíritu. El intelecto y el espíritu son principios masculinos; y el corazón y el alma son principios femeninos. De la unión de estos dos grupos corazón-intelecto y alma-espíritu nacen hijos; la unión del intelecto y del corazón produce los actos del plano físico, y la unión del alma y del espíritu da nacimiento a la voluntad superior, que es todopoderosa. Éstos son los seis principios, tres de los cuales representan los lados del triángulo inferior, y los otros tres los lados del triángulo superior.*
* Ver El segundo nacimiento, tomo 1 de las Obras completas.
Estos dos triángulos juntos forman el sello de Salomón, o hexagrama, sobre cuyo significado tendremos a menudo la ocasión de volver.*
* Leer la conferencia “El lenguaje simbólico” (Lenguaje simbólico, lenguaje de la naturaleza, tomo 8 de las Obras completas).
Para comprender los papeles respectivos del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu, basta con una imagen muy sencilla. Mirad: en una casa viven cuatro personas: el dueño y la dueña de la casa, el criado y la sirvienta. El criado está destinado al servicio del dueño y la sirvienta al servicio de la dueña. A veces, el dueño se va de viaje, y su mujer se queda sola con los servidores; a veces también, se va con ella, y los servidores, al quedarse solos, empiezan a hacer tonterías: invitan a los domésticos de las casas vecinas a beber y a comer con ellos lo que han descubierto en los armarios y, cuando han bebido y comido bien, se pelean y lo rompen todo. Interpretemos ahora esta pequeña historia. El servidor es el intelecto, relacionado con el dueño, el espíritu; el corazón es la sirvienta, relacionada con la dueña, el alma. La casa es nuestro cuerpo. Cuando el alma y el espíritu nos dejan, el corazón y el intelecto se ponen a desear y a pensar estupideces; dan banquetes, se divierten y rompen todo en la casa.
Encontramos otra imagen de estos cuatro principios en el proceso de la galvanoplastia.* Sin repetiros todo lo que ya os dije, os recordaré solamente ciertos detalles que os serán necesarios para comprender mi pequeña charla de hoy.
Para hacer este experimento conocido en física con el nombre de galvanoplastia, se necesitan cuatro elementos: