Los dos árboles del paraíso. Omraam Mikhaël Aïvanhov

Los dos árboles del paraíso - Omraam Mikhaël Aïvanhov


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en la que están disueltos los elementos que se depositarán en el cátodo;

      3. el electrodo positivo, el ánodo, hecho del metal que recubrirá la imagen;

      4. el electrodo negativo, el cátodo, en donde se encuentra la imagen que debe ser recubierta de metal.

      En este experimento de galvanoplastia encontramos igualmente, en las funciones de cada uno de los elementos (la pila, la solución, el ánodo y el cátodo), las cuatro operaciones aritméticas que están también relacionadas con las funciones del corazón, el intelecto, el alma y el espíritu. Sí, el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu corresponden a las cuatro operaciones: el corazón suma, el intelecto sustrae, el alma multiplica y el espíritu divide. De la misma manera, el cátodo suma, capta los elementos disueltos en la solución. En el ánodo, lo que se hace es una sustracción, y la lámina de metal disminuye poco a poco. En la solución se produce una multiplicación: las moléculas se reducen a átomos y electrones. En cuanto a la pila, divide: reparte y envía las fuerzas que permiten funcionar a los demás.

      Así pues, cuando Jesús decía: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu pensamiento y con toda tu fuerza”, quería decir que todas las facultades del hombre deben ser puestas al servicio de la Divinidad. El Maestro Peter Deunov nos dio también esta fórmula: “Tened el corazón puro como el cristal, el intelecto luminoso como el Sol, el alma vasta como el universo y el espíritu poderoso como Dios y unido a Dios...” Es decir, que debemos amar al Señor con la pureza de nuestro corazón, con la luz de nuestro intelecto, con la inmensidad de nuestra alma y la fuerza de nuestro espíritu.

      El corazón debe ser puro. Pero pocas personas conocen los efectos químicos de la pureza y de la impureza. La mayoría se dejan llevar por sentimientos de angustia, de odio, de rebeldía, sin saber que si en este momento analizaran su sangre descubrirían en ella venenos, sustancias nocivas para todo el organismo. Sí, la Ciencia iniciática enseña desde siempre que la pureza de la sangre depende de la pureza de los sentimientos. Y si vuestra sangre es impura crea en vuestro organismo condiciones propicias para la aparición de todas las enfermedades. Donde se encuentra una ciénaga, agua estancada, se producen putrefacciones: pero donde el agua fluye sin cesar no puede haber ciénagas ni, por tanto, tampoco puede haber putrefacciones. Lo mismo sucede en nosotros. Por eso debemos velar para que nuestro corazón sea como un río de agua viva.

      El intelecto debe ser luminoso y proyectar su luz. Allí donde reina la oscuridad corremos grandes peligros, porque no podemos dirigirnos ni defendernos. Mientras que donde reina la luz avanzamos con seguridad, no corremos peligro de ser sorprendidos por los obstáculos o los enemigos.

      El alma debe ser vasta. Es el amor el que ensancha el alma, el que la dilata. Cuando estáis llenos de amor os sentís capaces de abrazar el mundo entero. Mirad los enamorados: caminan con la cabeza levantada, sienten todo el Cielo en ellos. Pero, cuando pierden su amor, están encogidos, ya no miran al Cielo.

      El espíritu debe ser poderoso. Se vuelve poderoso cuando recibe las fuerzas divinas; pero, para recibir estas fuerzas, debe conectarse con Dios. Sin esta conexión no puede ser poderoso. Porque, debemos saberlo, todas nuestras fuerzas vienen de la Fuente divina.

      De ahora en adelante, comprenderéis mejor las palabras de Jesús: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu pensamiento y con toda tu fuerza...”

      Ocupémonos ahora del segundo mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo...”

      ¿Creéis que este mandamiento es fácil de comprender y de aplicar? Pero yo os pregunto: ¿cómo se ama a sí mismo el borracho? Bebe sin medida y todas sus células sufren. Si les pedís su opinión sobre este amor, os contarán sus sufrimientos y su descontento. Y el glotón, que sobrecarga su estómago de alimentos indigestos e impuros, ¿sabe acaso amarse a sí mismo? Y el fumador, ¿de qué manera ama a sus pulmones? ¿Acaso no los oye sufrir y quejarse?... Y así sucesivamente para muchas otras formas de amar.

      Olvidamos demasiado a menudo que nuestro cuerpo físico representa un pueblo de células con unas funciones bien definidas. En él se encuentran soldados, médicos, ministros, arquitectos, obispos, electricistas, farmacéuticos, exactamente como en la sociedad: unos protegen el organismo, otros hacen en él instalaciones, reparaciones... Nosotros somos los reyes de este pueblo al que no conocemos, y las células se quejan sin cesar de que este rey es malvado, injusto, ignorante, incapaz de gobernar. Algunos de nuestros súbditos carecen de luz y de calor, otros carecen de agua o de aire puro, y se lamentan diciendo: “¡Ay!, ¿qué debemos hacer? Nuestro rey no oye nada.”

      Debemos saber, en primer lugar, que somos reyes y debemos aprender a conocer nuestro pueblo. Constantemente hacemos lo contrario a las leyes que regulan la vida de las células: comemos, bebemos, respiramos sin escuchar nunca la opinión de los ministros interiores, de los consejeros, de los sabios. Actuamos como tiranos caprichosos y pensamos que nos amamos a nosotros mismos. Os lo digo: si amamos a los demás de esta manera, ¡verdaderamente no les vamos a hacer ningún bien!

      A veces, coméis un alimento indigesto que produce toda una revolución en vosotros. Entonces, debéis comprender lo que sucede y saber entrar en vosotros mismos para reconciliar las dos partes. Actualmente, por todas partes hay revoluciones, porque las revoluciones existen, en primer lugar, dentro de los hombres, en su estómago, en sus pulmones, en su cabeza. Las revoluciones exteriores nunca son otra cosa que el reflejo de las revoluciones interiores. Si no hubiese revoluciones en el hombre, tampoco las habría en el mundo.

      Los Iniciados son unos reyes sabios, dulces, atentos para con su pueblo, y muy poderosos, a pesar de las condiciones difíciles de su vida. Cada día visitan su reino, se interesan por las necesidades de sus súbditos, por todas partes por donde pasan miran si hay agua, aire, luz y alimento en cantidad suficiente. El Iniciado es el rey verdadero que sabe visitar cada día a sus células con el pensamiento. Cuando un rey pasa por una ciudad, todos sus súbditos son advertidos y empiezan a limpiar y a adornar las calles. Se dicen: “Llega el rey, debemos estar preparados y bien trajeados para recibirle...” Se apresuran a prepararlo todo y, cuando el rey llega, es acogido triunfalmente. Si os cuidáis de visitar cada día a vuestras células con la imaginación, se producirán en ellas muchos cambios.

      Haced esta experiencia: concentrad vuestro pensamiento en vuestros dedos durante unos minutos; constataréis un ligero aumento de temperatura. ¿Por qué?... Se produce aquí un encadenamiento de procesos muy complejos. Está, en primer lugar, el pensamiento, que podemos considerar como una especie de movimiento; este movimiento del pensamiento, de una gran sutileza, arrastra otro movimiento: el del sentimiento. Después, estos movimientos influyen en el sistema nervioso que, actuando sobre el sistema circulatorio, provoca la dilatación de los vasos capilares y el aumento de temperatura, aportando así más abundantemente la vida a los dedos. Los buenos pensamientos que enviáis a cada uno de vuestros órganos y de vuestros miembros producen en éstos cambios benéficos. Si cada día, durante unos minutos, tomáis el hábito de pensar en vuestras células, podréis mejorar vuestra salud.

      Actualmente los hombres viajan, visitan todos los continentes, pero se olvidan de visitar su propia tierra. Saben lo que sucede en el otro extremo del mundo e ignoran lo que sucede dentro de ellos mismos. No se dan cuenta de que algunas de sus células sufren y, cuando consultan a su médico, ¡se enteran de que su enfermedad había empezado ya hace años! Debemos adquirir el hábito de visitar nuestras células, porque ellas nos advertirán inmediatamente de lo que sucede en nosotros, de lo que nos falta y de lo que debemos buscar.

      Mientras los humanos no aprendan a amarse a sí mismos, cuando pretendan amar a los demás les harán morir en vez de ayudarles. ¿Qué hace el que “ama” las gallinas, las ovejas, los conejos, las ocas, los pavos? Los corta el cuello y se los come. Y cuando un hombre le dice a una mujer: “Querida, te amo, te necesito”, podemos traducir: “Estoy hambriento, déjame que te corte un pedazo, porque tienes una carne muy tierna y tengo ganas de comerte...” Sí, muchos aman a su prójimo de esta manera. Por eso los sabios


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