Corrientes de psicología contemporánea. Martín Echavarría
psicoanalistas, es decir, se sometan ellos mismos al psicoanálisis123:
Si los representantes de las diversas ciencias del espíritu han de aprender psicoanálisis a fin de aplicar sus métodos y puntos de vista a su material, no les bastará atenerse a los resultados que consigan en la bibliografía analítica. Se verán precisados a comprender el análisis por el único camino practicable: sometiéndose ellos mismos a un análisis124.
Desde el punto de vista teórico, Freud presenta al psicoanálisis como la base de toda la psicología:
No escapará a mis lectores que en lo anterior he presupuesto como evidente algo que todavía se cuestiona mucho en las discusiones, a saber: que el psicoanálisis no es una rama especial de la medicina. No veo cómo alguien podría negarse a reconocerlo. El psicoanálisis es una pieza de la psicología, no de la psicología médica en el sentido antiguo ni de la psicología de los procesos patológicos, sino de la psicología lisa y llana; por cierto, no es el todo de ella sino su base [Unterbau], acaso su fundamento [Fundament] mismo. Y no debe llamar al engaño la posibilidad de aplicarlo con fines médicos; también la electricidad y los rayos X hallaron aplicación en medicina, pero la ciencia de ambos es la física125.
El psicoanálisis no es sólo clínica, sino también y sobre todo metapsicología126. En cuanto metapsicología, el psicoanálisis es el sustituto (superador en el sentido de la transvaloración de Nietzsche) de la metafísica y de la teología, es decir, de la superstición y del estadio mítico de la historia de la humanidad:
Ahora bien, yo adopto el supuesto de que esta falta de noticia consciente y esta noticia inconsciente de la motivación de las causalidades psíquicas es una de las raíces psíquicas de la superstición. Porque el supersticioso nada sabe de la motivación de sus propias acciones casuales, y porque esta motivación esfuerza por obtener un sitio en su reconocimiento, él está constreñido a colocarla en el mundo exterior por desplazamiento. Si semejante nexo existe, difícilmente se limite a este caso singular. Creo, de hecho, que buena parte de la concepción mitológica del mundo, que penetra hasta en las religiones más modernas, no es otra cosa que psicología profunda proyectada al mundo exterior. El oscuro discernimiento (una percepción endopsíquica, por así decir) de factores psíquicos y constelaciones de lo inconsciente se espeja –es difícil decirlo de otro modo, hay que ayudarse aquí con la analogía que la paranoia ofrece– en la construcción de una realidad suprasensible que la ciencia debe volver a mudar en psicología de lo inconsciente. Podría osarse resolver de esta manera los mitos del paraíso y del pecado original, de Dios, del bien y el mal, de la inmortalidad, y otros similares: trasponer la metafísica a metapsicología”127.
El psicoanalista y filósofo P. L. Assoun explica muy bien el sentido de estas palabras:
La metapsicología desmarcándose de su “doble”, la metafísica, se trata de fijar sus diferencias de objeto y de campo para captar su especificidad.
La metapsicología, teniendo en cuenta su función intrapsicoanalítica y su posición “contrametafísica”, eleva al psicoanálisis al estatuto de ‘psicología de lo profundo”128.
Observemos, para empezar, que Freud hace un uso peyorativo del término ‘metafísica’, calificado a veces de “perjuicio” a veces de “supervivencia” de un modo de pensar arcaico. La metapsicología no debería pues alentar la esperanza de una vuelta a la metafísica –rompiendo justamente con las metafísicas del inconsciente. Pero precisamente la metapsicología se presenta como “retraducción” de la metafísica129.
Es decir, desde el punto de vista teórico, el psicoanálisis es la superación definitiva de la explicación mitológica y supersticiosa, es decir sintomática, del universo. Ocupa el lugar de la prima philosophia, de la metafísica, y de la teología, haciendo que el hombre se reapropie de las cualidades proyectadas en el Cielo, en Dios, a la manera de Feuerbach, su filósofo preferido en su adolescencia. Esta reapropiación es una reconducción de lo metafísico a lo inconsciente.
Desde el punto de vista práctico, el psicoanálisis es una forma, no médica, pero tampoco teológica ni moral, sino posmoderna, es decir, pos-onto-teológica y posmoral, de cura animarum, una “cura profana de almas”.
Mediante la fórmula “curador profano de almas” podría describirse acabadamente la función que el analista –médico o lego– debe cumplir frente al público. […] Nosotros, los analistas, nos proponemos como meta un análisis del paciente lo más completo y profundo posible; no queremos aliviarlo moviéndolo a ingresar en la comunidad católica, protestante o socialista, sino enriquecerlo a partir de su propia interioridad devolviéndole a su yo las energías que por obra de la represión están ligadas a su inconsciente […]. Lo que de tal suerte cultivamos es cura de almas en el mejor sentido130.
Esta cura animarum ya no busca la realización o perfección del ser humano, sino la toma de conciencia del carácter ilusorio de toda perfección. Es una forma de cuidado del alma posnietzscheana, que está más allá del bien y del mal, y por lo tanto de lo humano. Freud, contrariamente a lo que muchas veces se piensa –algunos afirman incluso que en el fondo era “personalista”– sentía un profundo desprecio por el ser humano. Esto se ve en su correspondencia y en particular en referencias despectivas a sus pacientes, pero también se ve en el método que utiliza. El psicoanálisis tradicional, freudiano, es un método en el cual el paciente se recuesta en un diván de espaldas al psicoterapeuta. Analista y paciente no se ven cara a cara, no entran en diálogo, no hay relación verdaderamente personal131. Además, la habitación está en semipenumbra para inducir a la relajación y a una especie de regresión que es esencial para el funcionamiento del método psicoanalítico. De lo que se trata en última instancia es de que el paciente arregle sus conflictos con sus propias imagos parentales –lo que no quiere decir que el psicoanalista no tenga un fortísimo ascendiente moral sobre el analizado, especialmente a través de sus interpretaciones–. Es decir, así como toda vida tiende a la muerte y toda la realidad tiende a lo inorgánico, todo lo que vamos haciendo no es sino una repetición132 de lo que fue antes, y lo que queremos en el fondo no está delante, sino detrás. Por eso es tan importante para Freud el complejo de Edipo, porque el primer objeto de amor en el sentido reduccionista que del amor tiene Freud, no es ni siquiera la madre como “objeto total”, sino el pecho de la madre, un “objeto parcial”133. Y eso es lo que querríamos cuando pensamos que buscamos la felicidad, por ejemplo, al querer casarnos: en el fondo querríamos volver a ese estado en el cual chupábamos el pecho de nuestra madre (o incluso, más atrás, tener el gozo autoerótico y narcisista de la vida intrauterina), que para él, además, es una actividad sexual134.
En este proceso el psicoanalista funciona como una especie de pantalla de proyecciones. Es decir, el psicoanalista, espontáneamente, como toda figura de autoridad (el médico, el pedagogo, el gobernante), ocupa para el paciente el papel del padre. Pero como para la curación hay que hacer aparecer las representaciones reprimidas del paciente, el psicoanalista (como persona, y sus intenciones pedagógicas y morales) debe esfumarse, ser una figura que está pero que no está, que está permitiendo a la persona “ser ella misma”, vivenciar plenamente sus contenidos inconscientes. Por eso la intervención del psicoanalista tiene que ser acotada por un motivo preciso, para sugerir una interpretación, pero no puede intervenir activamente, en el sentido de introducir una finalidad positivamente moral y pedagógica. Si bien Freud admite que en algunas circunstancias (cuando el paciente es muy aniñado e infantil) el analista asuma un cierto papel pedagógico, ese no es su papel propio en cuanto analista.
Si el paciente pone al analista en el lugar de su padre (o de su madre), le otorga también el poder que su superyó ejerce sobre su yo, puesto que esos progenitores han sido el origen de su superyó. Y entonces el nuevo superyó tiene oportunidad para una suerte de poseducación del neurótico, puede corregir desaciertos en que incurrieran los padres en su educación. Es verdad que aquí cabe la advertencia de no abusar del nuevo influjo. Por tentador que pueda resultarle al analista convertirse en maestro, arquetipo e ideal de los otros, crear a seres humanos a su imagen y semejanza, no tiene permitido olvidar que no es esta su tarea en la relación analítica, e incluso sería infiel a ella si se dejara