Corrientes de psicología contemporánea. Martín Echavarría
y la normalidad. Se trata en todos los casos de un continuo, que tiene como fundamento la tendencia de toda realidad a la autodisolución. Desde esta perspectiva, la normalidad es un ideal imposible de realizar, una ficción. La realidad fundamental, en cambio, es la enfermedad y, más profundamente, la muerte109.
La pulsión de vida y la de muerte luchan en el interior del ello. Se mezclan y separan mutuamente por virtud del yo, y en ese sentido se sirven mutuamente, pero en última instancia son enemigas. Por eso, el ello busca una meta contradictoria, es esencialmente contradictorio: “Si la vida está gobernada por el principio de constancia como lo entiende Fechner, si está entonces destinada a ser un deslizarse hacia la muerte, son las exigencias del Eros, de las pulsiones sexuales, las que, como necesidades pulsionales, detienen la caída del nivel e introducen nuevas tensiones110”.
Si colocamos un gran monto de libido en objetos distintos del yo, corremos el riesgo de que la muerte venza a la vida. Por eso es necesario dirigir algo de la pulsión de destrucción al exterior, si bien, según Freud, esta también se dirige hacia el interior, especialmente por medio del sentimiento de culpa:
Según hemos aprendido, los síntomas de las neurosis son esencialmente satisfacciones sustitutivas de deseos sexuales incumplidos. En el curso del trabajo analítico nos hemos enterado, para nuestra sorpresa, de que acaso toda neurosis esconde un monto de sentimiento de culpa inconsciente, que a su vez consolida los síntomas por su aplicación en el castigo. Entonces nos tienta formular este enunciado: Cuando una aspiración pulsional sucumbe a la represión, sus componentes libidinosos son traspuestos en síntomas, y sus componentes agresivos, en sentimiento de culpa111.
En la medida en que el psicoanálisis es la vía para el descubrimiento de estas conexiones, y el tratamiento por excelencia de la neurosis, sería a la vez la solución definitiva al problema de la culpa, superando de ese modo a la moral y a la religión.
12. Crítica de la moral y de la religión
Es bien sabido que Freud es un autor abiertamente ateo y que se manifiesta hostil a la religión y a la moral. Las influencias del ateísmo de autores como Feuerbach y Nietzsche calaron muy hondo en su espíritu desde su juventud. También es sabido que Freud traslada su explicación de la formación de la neurosis a la religión. Para este autor la conducta religiosa, y en particular las ceremonias litúrgicas, no son otra cosa que un comportamiento neurótico de masas, que se explicaría de la misma manera que los rituales de la neurosis obsesiva. El símbolo religioso no representaría a un Dios existente objetivamente, sino que sería una formación sustitutiva (un síntoma) de contenidos reprimidos. Freud explica de esta manera también otros fenómenos de la cultura, como el arte y la filosofía. Para Freud, tener preocupaciones filosóficas, como la del sentido de la vida, es síntoma de algo reprimido.
La religión sería una mera ilusión, pero no sólo ella, sino también todo intento de mejorar al hombre, de pensar que éste puede ser redimido, por medios naturales o sobrenaturales. Por el contrario, para Freud el hombre está estructuralmente destinado al fracaso y a la autodestrucción. Por esto, junto con la crítica a la religión, en Freud hay una crítica también a las ideologías (como la socialista), y al moralismo ilustrado. En este sentido se puede decir que, si bien en Freud se perciben con frecuencia las actitudes ilustradas de fe en la ciencia y en la autonomía del hombre, más en lo profundo hay un gran pesimismo. Freud tenía una concepción muy pesimista de la realidad y particularmente del ser humano. De hecho, si se lee la correspondencia de Freud con Oskar Pfister (1873-1956), que era un pastor protestante liberal que adhirió al psicoanálisis e hizo aplicaciones pedagógicas del mismo, llega un momento en que se ve que Pfister se da cuenta de que Freud era ateo, y no sólo eso (que era por lo demás bastante evidente), sino también nihilista112. Hasta Nietzsche lo consideraría nihilista (pasivo), porque Freud es un autor muy pesimista. Nietzsche es un autor, a su manera, optimista, y siempre criticó el nihilismo pasivo. Él promovió lo que llamaba el “nihilismo activo” de filósofo que “filosofa con el martillo”, y despreciaba a Schopenhauer y a Wagner por su nihilismo pasivo113. Freud es también un nihilista pasivo. Para él la realidad no tiene arreglo, el ser humano tampoco, venimos de la nada y vamos hacia la nada, hacia la muerte, salimos de lo inorgánico y volvemos a lo inorgánico. La felicidad es imposible:
[La felicidad] Es absolutamente irrealizable, las disposiciones del Todo –sin excepción– lo contrarían; se diría que el propósito de que el hombre sea “dichoso” no está contenido en el plan de la “Creación”. Lo que en sentido estricto se llama “felicidad” corresponde a la satisfacción más bien repentina de necesidades retenidas, con alto grado de estasis, y por su propia naturaleza sólo es posible como un fenómeno episódico114.
Ya desde sus primeros escritos psicoanalíticos, Freud se muestra como un crítico de la moral. En un opúsculo de 1908 que se llama “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”, Freud imputa a la moral sexual cristiana el cargo de ser causante de neurosis. En su último período va más allá. La crítica no se dirige sólo a la moral occidental, sino que se extiende a todo deseo de mejorar al hombre. Para Freud, cuanto mejores intentamos ser, peores nos hacemos, porque la vida moral se construiría sobre la represión de impulsos fundamentales e inextirpables que son por su misma índole contrarios a lo que la moral pretende. En el ello habría una tendencia a la perversión sexual y al sadismo que la pedagogía moral no podría eliminar, sino sólo ocultar, pues tomaría su fuerza de las pulsiones de vida y de muerte. Pero ese ocultamiento sería fatal, porque sería generador de patología.
Freud extiende su análisis a la cultura y a la historia de la humanidad, y cree vislumbrar que los orígenes de la moral y de la religión están unidos en los orígenes de la humanidad. En sus obras Tótem y tabú y Moisés y la religión monoteísta, en base a unas fuentes de estudios de antropología cultural muy endebles, el creador del psicoanálisis reconduce el nacimiento de la moral y de la religión a un pecado original histórico (no meramente legendario), que explica desde un punto de vista ateo y evolucionista. Al comienzo de los tiempos habría existido una horda de antropoides con un macho como jefe, el padre, que tenía solo para sí la satisfacción sexual con todas las hembras. Los hijos varones, que lo admiraban por su poder, al mismo tiempo lo odiaban por aquello: es decir, tenían hacia él sentimientos ambivalentes. Un día los hijos habrían conspirado, rebelándose contra el padre y matándolo. Luego de matarlo, habrían consumido su carne, para identificarse con su poder, después de lo cual se habrían apoderado de las hembras. Pasado ese momento de rebelión, se habrían visto, por primera vez en la historia, asaltados por el remordimiento de conciencia, remordimiento procedente del afecto positivo que sentían hacia el padre, ya que lo admiraban. De allí habrían surgido a la vez los dos primeros mandamientos morales, sobre los que se habrían después construido históricamente los demás, y que son dos prohibiciones (tabúes): la del parricidio y la del incesto. Al mismo tiempo, habría surgido el ritual religioso. La tribu escoge un animal (tótem) que inconscientemente representa al padre. Sobre el animal totémico se proyectarían todas las cualidades de poder atribuidas inicialmente al padre. El tótem es el dios de la tribu, y se lo trataría con la reverencia debida al padre, aunque en determinados momentos del año, por fuerza de la ambivalencia afectiva (ontológicamente presente en el ser humano), se repetiría el crimen original: se mata y se consume el animal totémico.
Como lo reprimido tiende al retorno, con el tiempo el asesinato del Padre vuelve a la conciencia, con cada vez menos fingidos disfraces. La religión evoluciona, los dioses son cada vez más antropomórficos y se pasa del politeísmo al monoteísmo en el judaísmo. La culminación de este proceso se daría en el cristianismo, en el que se llega a afirmar que la humanidad es culpable de un crimen contra Dios-Padre, por lo que es necesario el sacrificio expiatorio de un Hijo, humano, pero igual al Padre, que renuncia a la mujer y entrega su vida. Pero, en virtud de la “fatalidad psicológica de la ambivalencia”, al hacer esto, el Hijo vuelve a ponerse en lugar del padre, y se pasa de la religión del Padre (el judaísmo) a la religión del Hijo (el cristianismo). En la misa cristiana, se reproduciría este proceso: en la Eucaristía el Hijo se entregaría de nuevo por el Padre, pero al mismo tiempo, eliminaría al Padre. El cristiano, al comulgar, lograría a la vez sentirse libre de la culpa y ponerse en el lugar del padre.
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