Corrientes de psicología contemporánea. Martín Echavarría
vida, nos constriñe a inferir que el pecado fue un asesinato. Según la Ley del Talión, de profunda raigambre en el sentir humano, un asesinato sólo puede ser expiado por el sacrificio de otra vida; el autosacrificio remite a una culpa de sangre. Y si ese sacrificio de la propia vida produce la reconciliación con Dios Padre, el crimen así expiado no puede haber sido otro que el parricidio. Así, en la doctrina cristiana la humanidad se confiesa con el menor fingimiento la hazaña culposa del tiempo primordial; y lo hace porque en la muerte sacrificial de un hijo ha hallado la más generosa expiación de aquélla. La reconciliación con el Padre es ahora tanto más radical porque de manera simultánea a ese sacrificio se produce la total renuncia a la mujer, por cuya causa uno se había sublevado contra el padre. Pero en este punto la fatalidad de la ambivalencia reclama sus derechos. En el acto mismo de ofrecer al padre la mayor expiación posible, el hijo alcanza también la meta de sus deseos contra el padre. Él mismo deviene dios junto al padre, en verdad en lugar de él. La religión del hijo releva a la religión del padre. Como signo de esta sustitución, el antiguo banquete totémico es reanimado como comunión; en ella, la banda de hermanos consume ahora la carne y la sangre del hijo, ya no del padre, se santifica por ese consumo, y se identifica con aquél. Nuestra mirada persigue a lo largo de las épocas la identidad del banquete totémico con el sacrificio del animal, el sacrificio humano teantrópico y la eucaristía cristiana, y en todas esas ceremonias solemnes discierne el efecto continuado de aquel crimen que tanto agobió a los hombres y del cual, empero, no podían menos que estar orgullosos. Ahora bien, la comunión cristiana es en el fondo una nueva eliminación del padre, una repetición del crimen que debía expiarse115.
En efecto, Freud, a pesar de su ateísmo, admite la historicidad del pecado original. Pero este pecado original de Freud, aunque histórico, es muy distinto del dogma católico y mucho más su interpretación del don de Cristo y de la Eucaristía, que de misterios de amor y misericordia se convierten en síntoma del complejo de Edipo, y por ello del odio al padre y de la codicia de las cosas terrenas. Este primer crimen habría sido reprimido y se heredaría filogenéticamente de generación en generación y estaría en la base de todas las represiones, incluso del complejo de Edipo individual. Se trataría de una especie de “complejo de Edipo original”.
Religión, moral y sentir social –esos contenidos principales de lo elevado del ser humano– han sido, en el origen, uno solo. Según las hipótesis de Totem y tabú, se adquirieron, filogenéticamente, en el complejo paterno; religión y limitación ética, por el predominio sobre el complejo de Edipo genuino; los sentimientos sociales, por la constricción a vencer la rivalidad remanente entre los miembros de la joven generación. Los varones parecen haberse adelantado en todas esas adquisiciones éticas; la herencia cruzada aportó ese patrimonio también a las mujeres: los sentimientos sociales nacen todavía hoy en el individuo como una superestructura que se eleva sobre las mociones de rivalidad y celos hacia los hermanos y hermanas116.
La moral y la religión no serían otra cosa que “síntomas” de este primer crimen cometido en los albores de la humanidad. Toda prohibición moral se reduciría genealógicamente (en el sentido nietzscheano del término) a las del incesto y el parricidio. Todo ritual religioso, a una reviviscencia del crimen original, incluida la misa católica, en la que, según Freud, se daría el máximo reconocimiento –antes del psicoanálisis– de este crimen inconsciente. Desde este punto de vista, la causa del descenso al inconsciente de las representaciones no es sólo el ser reprimidas desde lo consciente, sino también que son atraídas, casi magnéticamente, por el complejo de Edipo original asentado hereditariamente en el fondo de la psique. Por eso también para Freud hay una conexión oculta entre nuestro superyó y nuestro ello, a través de la herencia arcaica del crimen original.
Tenemos que atribuir la diferenciación entre yo y ello no sólo a los seres humanos primitivos, sino a seres vivos mucho más simples aún, puesto que ella es la expresión necesaria del influjo del mundo exterior. En cuanto al superyó, lo hacemos generarse, precisamente, de aquellas vivencias que llevaron al totemismo. La pregunta acerca de si el yo o el ello han hecho esas experiencias y adquisiciones, pronto se pulveriza a sí misma. La ponderación más inmediata nos dice que el ello no puede vivenciar ni experimentar ningún destino exterior si no es por medio del yo, que subroga ante él al mundo exterior. Ahora bien, no puede hablarse, por cierto, de una herencia directa en el yo. Aquí se abre el abismo, la grieta, entre el individuo real y el concepto de la especie. En verdad, no es lícito tomar demasiado rígidamente el distingo entre yo y ello, sin olvidar que el yo es un sector del ello diferenciado particularmente. Las vivencias del yo parecen al comienzo perderse para la herencia, pero, si se repiten con la suficiente frecuencia e intensidad en muchos individuos que se siguen unos a otros generacionalmente, se trasponen, por así decir, en vivencias del ello, cuyas impresiones son conservadas por herencia. De ese modo, el ello hereditario, alberga en su interior los restos de innumerables existencias-yo, y cuando el yo extrae del ello su superyó, quizá no haga sino sacar de nuevo a la luz figuras, plasmaciones yoicas más antiguas, procurarles una resurrección117.
El problema del cristianismo sería que, a pesar de ser un progreso en la historia de la toma de conciencia del crimen que fundó la especie humana (porque para Freud ser humano es prácticamente ser consciente a causa de la culpa), todavía oculta la verdad de lo inconsciente bajo el presunto “delirio” de su teología, originada en san Pablo:
Fue un tal Saulo, de Tarso, llamado Pablo como ciudadano romano, aquel en cuyo espíritu irrumpió por primera vez el discernimiento: “Somos tan desdichados porque hemos dado muerte a Dios-padre”. Y es de todo punto inteligible que no pudiera aprehender este fragmento de verdad fuera del disfraz delirante de estas albricias: “Estamos redimidos de toda culpa desde que uno de nosotros ha sacrificado la vida para expiar nuestros pecados”. En esta formulación no se mencionaba, desde luego, el asesinato de Dios, pero un crimen que tenía que ser expiado por un sacrificio de muerte sólo podía haber sido un asesinato. Y la mediación entre el delirio y la verdad histórico-vivencial produjo la seguridad de que la víctima tuvo que ser Hijo de Dios118.
El psicoanálisis es, en la mente de Freud, el último eslabón del desarrollo moral y religioso de la Humanidad. Por él se lograría realmente, y no sólo por símbolos que en el fondo serían síntomas, la toma de conciencia del deseo radical de satisfacción sin límites y, sobre todo, de la aspiración a ocupar el lugar de dios-padre. El psicoanálisis sería por lo tanto, la respuesta radical a los problemas que aquejan al ser humano: la culpa, el castigo y el deseo (irrealizable) de reparación y redención119. Llegado a este punto, el psicoanálisis se manifiesta como una superación del estadio religioso de la humanidad y como un tipo de guía de almas posmoral120. El psicoanálisis es una especie de forma pos-religiosa de superación del pecado121.
13. El psicoanálisis como metapsicología y cura animarum posmoderna
Freud dice muy claramente en muchos lados que, a pesar de que la doctrina y la práctica psicoanalítica surgió en un contexto médico, no es medicina. El hecho de que tenga aplicaciones médicas no hace de él un procedimiento estrictamente médico, y por eso no es necesario ser médico para ser psicoanalista.
En efecto, en modo alguno consideramos deseable que el psicoanálisis sea fagocitado por la medicina y termine por hallar su depósito definitivo en el manual de psiquiatría, dentro del capítulo “Terapia” junto a procedimientos como la sugestión hipnótica, la autosugestión, la persuasión, que, creados por nuestra ignorancia, deben sus efímeros efectos a la inercia y cobardía de las masas de seres humanos. Merece un mejor destino, y confiamos en que lo tendrá. Como “psicología de lo profundo”, doctrina de lo inconsciente anímico, puede pasar a ser indispensable para todas las ciencias que se ocupan de la historia genética de la cultura humana y de sus grandes instituciones, como el arte, la religión y el régimen social. Yo creo que ya ha prestado valiosos auxilios a estas ciencias para la solución de sus problemas, pero esas no son sino contribuciones pequeñas comparadas con las que se obtendrán cuando los historiadores de la cultura, los psicólogos de la religión, los lingüistas, etc., aprendan a manejar por sí mismos el nuevo medio de investigación que se les ofrece. El uso del análisis para la terapia de las neurosis es sólo una de sus aplicaciones; quizás el futuro muestre que no es la más importante122.