Corrientes de psicología contemporánea. Martín Echavarría

Corrientes de psicología contemporánea - Martín Echavarría


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a los ataques del yo defensor, y en vez de un breve conflicto surge ahora un padecer sin término en el tiempo59.

      Como hemos dicho, para Freud reprimimos por causas, o morales, o estéticas. Lo que reprimimos es algo que, o nos hace ver como inmorales, o nos desagrada. Por eso, para poner un ejemplo, nosotros no recordamos que cuando éramos niños sentíamos placer en tocar excrementos o que deseábamos sexualmente a nuestra madre.

      La represión se descubriría en el psicoanálisis por la aparición de la resistencia (Widerstand). Como veremos, el psicoanalista trata de recuperar los contenidos reprimidos, a partir de la asociación de ideas libre de censura consciente, y en este proceso se encuentra con la resistencia del paciente. Freud sostiene que la fuerza que resiste es la misma que genera la represión:

      Yo había corroborado que los recuerdos olvidados no estaban perdidos. Se encontraban en posesión del enfermo y prontos a aflorar en asociación con lo todavía sabido por él, pero alguna fuerza les impedía devenir conscientes y los constreñía a permanecer inconscientes. [...] Uno sentía como resistencia del enfermo esa fuerza que mantenía en pie al estado patológico.

      La represión instaura una división en la psique entre un sector consciente (o potencialmente consciente –preconsciente–), y un sector inconsciente. Ambos sectores del psiquismo, funcionarían de manera distinta. Lo inconsciente funciona según el proceso primario, en el que la energía se desplaza libremente de una representación a otra, mientras que en lo consciente funciona el proceso secundario, la energía está ligada a determinadas representaciones, y la circulación de la energía está restringida a determinadas vías. Lo inconsciente está regido por el principio de placer, es decir por el de la descarga más inmediata posible de los excesos de cantidades de energía, en tanto que lo consciente está regido por el principio de realidad. En efecto, el sistema consciente es aquél que manejaría la relación con el mundo exterior a través de la percepción, y a través del sistema motor, y por lo tanto limita la tendencia de lo inconsciente a realizar inmediatamente su deseo.

      6. La sexualidad

      Freud tiene una concepción de la sexualidad que le ha valido, a nuestro juicio justamente, bastantes críticas. Freud separa la sexualidad de lo genital y a lo genital de la reproducción. El placer sexual (y la sexualidad misma) pasarían por un proceso evolutivo que concluiría (al menos en el contexto de la cultura occidental) en la sexualidad genital orientada a la procreación dentro del matrimonio. Pero inicialmente el placer sexual se obtendría a través de zonas muy distintas de la genital, que reciben el nombre de zona erógena (erogene Zone), como muy especialmente la boca y el ano. Sólo después de un proceso evolutivo estas zonas se irían sometiendo al predominio de la zona genital y, por ello, en el acto sexual adulto el placer obtenido a través de esas zonas se orientaría al placer sexual genital. Aun cuando hable de la tendencia a la autoconservación, Freud parece reconducir todo placer (incluso el obtenido a través del comer, del orinar o del defecar) a la sexualidad: cuando el niño succiona el pecho de la madre, el placer obtenido sería sexual; cuando el niño aprende a controlar sus esfínteres, estaría obteniendo un placer sexual, etc. Por esta vía, poco le cuesta a Freud “demostrar” la existencia de una sexualidad infantil. El siguiente texto de Freud es muy significativo:

      Nos encontramos aquí con un típico procedimiento, lógica y metodológicamente confuso, de Freud. ¿Llamamos sexuales a estos placeres por una serie de analogías? Pero entonces, no se trata de sexualidad en un sentido unívoco. ¿De qué tipo de analogía estamos hablando? ¿Puede llegar a ser una analogía puramente metafórica? Entonces cae por tierra el descubrimiento de la sexualidad infantil. ¡Atención!, no negamos que puedan observarse en la infancia fenómenos de tipo sexual, sino que intentamos poner de manifiesto que el argumento freudiano sólo prueba que hay una semejanza entre el placer genital y otros placeres, y que él, analógicamente, llama a todos ellos sexuales. A nuestro juicio, lo único que la experiencia demuestra es que la excitación de tales zonas puede orientarse al placer sexual (es decir genital), en cuyo caso esos placeres serían sexuales también, pero no que todo placer obtenido a través de esas zonas sea siempre eo ipso sexual. Todo amor, deseo o placer, son actos del mismo apetito, el concupiscible. En ese sentido hay algo en común entre los actos de amor, deseo y placer sexuales y los de autoconservación, y otros placeres superiores. Pero esta comunidad no reside en que sean todos ellos sexuales, sino en ser actos del apetito concupiscible. Por ello consideramos fundada la siguiente observación crítica de Alfred Adler:


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