De Los Nombres de Cristo. Fray Luis de León
pasos que dimos, ni venimos a la justicia por nuestros pies: « No por las obras justas que hicimos —dice— sino según su misericordia nos hizo salvos. » Así que no nace nuestra redención de nuestro camino y merecimiento, sino, redimidos una vez, podemos caminar y merecer después alentados con la virtud de aquel bien.
Y es en tanto verdad que solos los redimidos y libertados caminan aquí, y que primero que caminen son libres, que ni los que son libres y justos caminan ni se adelantan, sino con solos aquellos pasos quedan como justos y libres; porque la redención y la justicia, y el espíritu que las hace, encerrado en el nuestro, y el movimiento suyo y las obras que de este movimiento y conforme a este movimiento hacemos, son, para en este camino, los pies.
Pues han de ser redimidos; mas ¿por quién redimidos? La palabra original lo descubre porque significa aquello a quien otro alguno por vía de parentesco y de deudo lo rescata, y como solemos decir, lo saca por el tanto. De manera que, si no caminan aquí sino aquellos a quien redime su deudo, y por vía de deudo, clara cosa será que solamente caminan los redimidos por Cristo, el cual es deudo nuestro por parte de la naturaleza nuestra, de que se vistió; y nos redime, por serlo. Porque, como hombre, padeció por los hombres, y como hermano y cabeza de ellos pagó, según todo derecho, lo que ellos debían; y nos rescató para sí, como cosa que le pertenecíamos por sangre y linaje, como s e dirá en su lugar.
Añade: « Y los redimidos por el Señor volverán a andar por él. » Esto toca propiamente a los del pueblo judaico, que con el fin de los tiempos se han de reducir a la Iglesia; y, reducidos, comenzarán a caminar por este nuestro Camino con pasos largos, confesándole por Mesías. Porque —dice—
« tornarán a este camino, en el cual anduvieron verdaderamente primero, cuando sirvieron a Dios en la fe de su venida que esperaban, y le agradaron; y después se salieron de él, y no lo quisieron conocer cuando lo vieron, y así ahora no andan en él; mas está profetizado que han de tornar. Y por eso dice que « volverán otra vez al camino los que el Señor redimió» . Y tiene cada una de estas palabras su particular razón, que demuestran ser así lo que digo. Porque lo primero, en el original, en lugar de lo que decimos Señor, está el nombre de Dios propio, el cual tiene particular significación de una entrañable piedad y misericordia. Y lo segundo, lo que decimos redimidos, al pie de la letra suena redenciones o rescates; en manera que dice que los rescates o redenciones del Piadosísimo tornarán a volver. Y llama rescates o redenciones a los de este linaje, porque no los rescató una sola vez de sus enemigos, sino muchas veces y en muchas maneras, como las sagradas Letras lo dicen.
Y llámase en este particular misericordiosísimo a sí mismo; lo uno, porque, aunque lo es siempre con todos, mas es cosa que admira el extremo de regalo y de amor con que trató Dios a aquel pueblo, desmereciéndolo él. Lo otro, porque, teniéndolo tan desechado ahora y tan apartado de sí, y desechado y apartado con tan justa razón, como a infiel y homicida; y pareciendo que no se acuerda ya de él, por haber pasado tantos siglos que le dura el enojo, después de tanto olvido y de tan luengo desecho, querer tornarle a su gracia, y de hecho tornarle, señal manifiesta es de que su amor para con él es entrañable y grandísimo; pues no lo acaban ni las vueltas del tiempo tan largas, ni los enojos tan encendidos, ni las causas de ellos tan repetidas y tan justas.
Y señal cierta es que tiene en el pecho de Dios muy hondas raíces aqueste querer, pues cortado y al parecer seco, torna a brotar con tanta fuerza. De arte que Esaías llama rescates a los judíos, y a Dios le llama piadoso, porque sola su no v encida piedad para con ellos, después de tantos rescates de Dios, y de tantas y tan malas pagas de ellos, los tornará últimamente a librar; y libres y ayuntados a los demás libertados que están ahora en la Iglesia, los pondrá en el camino de ella y los guiará derechamente por él.
Mas ¡qué dichosa suerte y qué gozoso y bienaventurado viaje, adonde el Camino es Cristo, y la guía de él es Él mismo, y la guarda y la seguridad ni más ni menos es Él, y adonde los que van por él son sus hechuras y rescatados suyos! Y así todos ellos son nobles y libres; libres, digo, de los demonios y rescatados de la culpa, y favorecidos contra sus reliquias, y defendidos de cualesquier acontecimientos malos, y alentados al bien con prendas y gustos de él; y llamados a premios tan ricos, que la esperanza sola de ellos los hace bienandantes en cierta manera. Y así concluye, diciendo: «Y
vendrán a Sión con loores y alegría no perecedera en sus cabezas; asirán del gozo, y asirán del placer, y huirá de ellos el gemido y dolor.»
Y por esta manera es llamado Camino Cristo, según aquello que con propiedad significa; y no menos lo es según aquellas cosas que por semejanza son llamadas así. Porque si el camino de cada uno son, como decíamos, las inclinaciones que tiene, y aquello a que le lleva su juicio y su gusto, Cristo con gran verdad es Camino de Dios; porque es, como poco antes dijimos, imagen viva suya y retrato verdadero de sus inclinaciones y condiciones todas; o, por decirlo mejor, es como una ejecución y un poner por obra todo aquello que a Dios le aplace y agrada más. Y si es camino el fin y el propósito que se pone cada uno a sí mismo para enderezar sus obras, Camino es sin duda Cristo, de Dios; pues, como decíamos hoy al principio, después de sí mismo, Cristo es el fin principal a quien Dios mira en todo cuanto produce.
Y, finalmente, ¿como no será Cristo Camino, si se llama camino todo lo que es ley, regla y mandamiento que ordena y endereza la vida, pues es Él solo la ley? Porque no solamente dice lo que hemos de obrar, mas obra lo que nos dice que obremos y nos da fuerzas para que obremos lo que nos dice. Y así, no manda solamente a la razón, sino hace en la voluntad ley de lo que manda, y se lanza en ella; y, lanzado allí, es su bien y su ley.
Mas no digamos ahora de esto, porque tiene su propio lugar adonde después lo diremos.
Y dicho esto, calló Marcelo, y Sabino abrió su papel y dijo:
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