De Los Nombres de Cristo. Fray Luis de León
y nos bendiga. Descubra sobre nosotros sus Faces y haya piedad de nosotros. »
Y en el libro del Eclesiástico, después de haber el sabio pedido a Dios con muchas y muy ardientes palabras la salud de su pueblo y el quebrantamiento de la soberbia y pecado y la libertad de los humildes opresos, y el allegamiento de los buenos esparcidos, y su venganza y honra, y su deseado juicio, con la manifestación de su ensalzamiento sobre todas las naciones del mundo, que es puntualmente pedirle a Dios la primera y la segunda venida de Cristo, concluye al fin y dice:
« Conforme a la bendición de Aarón, así, Señor, haz con tu pueblo y enderézanos por el camino de tu justicia. » Y sabida cosa es que el camino de la justicia de Dios es Jesucristo, así como Él mismo lo dice
« Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. » Y pues San Pablo dice, escribiendo a los de Efeso
« Bendito sea el Padre y Dios de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual y sobrecelestial en Jesucristo» , viene maravillosamente muy bien que en la bendición que se daba al pueblo antes que Cristo viniese, no se demandase ni desease de Dios otra cosa sino sólo a Cristo, fuente y origen de toda feliz bendición; y viene muy bien que consuenen y se respondan así estas dos Escrituras, nueva y antigua. Así, que las Faces de Dios que se piden en aqueste lugar son Cristo sin duda.
Y concierta con esto ver que se piden dos veces, para mostrar que son dos sus venidas. En lo cual es digno de considerar lo justo y lo propio de las palabras que el Espíritu Santo da a cada cosa.
Porque en la primera venida dice descubrir, diciendo: « Descubra sus Faces Dios» , porque en ella comenzó Cristo a ser visible en el mundo. Mas en la segunda dice volver, diciendo: « Vuelva Dios sus Faces» , porque entonces volverá otra vez a ser visto. En la primera, según otra letra, dice lucir, porque la obra de aquella venida fue desterrar del mundo la noche del error, y como dijo San Juan:
« Resplandecer en las tinieblas la luz. » Y así Cristo por esta causa es llamado Luz y Sol de justicia.
Mas en la segunda dice ensalzar, porque el que vino antes humilde, vendrá entonces alto y glorioso; y vendrá, no a dar ya nueva doctrina, sino a repartir el castigo y la gloria.
Y aun en la primera dice: « Haya piedad de vosotros» , conociendo y como señalando que se habían de haber ingrata y cruelmente con Cristo, y que habían de merecer por su ceguedad e ingratitud ser por Él consumidos; y por esta causa le pide que s e apiade de ellos y que no los consuma. Mas en la segunda dice que « Dios les dé paz», esto es,. que dé fin a su tan luengo trabajo, y que los guíe a puerto de descanso después de tan fiera tormenta, y que los meta en el abrigo y sosiego de su Iglesia, y en la paz de espíritu que hay en ella y en todas sus espirituales riquezas. O dice lo primero porque entonces vino Cristo solamente a perdonar lo pecado y a « buscar lo perdido» , como Él mismo lo dice; y lo segundo, porque ha de venir después a dar paz y reposo al trabajo santo y a remunerar lo bien hecho.
Mas, pues Cristo tiene este nombre, es de ver ahora por qué le tiene. En lo cual conviene advertir que, aunque Cristo se llama y es Cara de Dios por dondequiera que le miremos, porque según que es h ombre, se nombra así, y según que es Dios y en cuanto es el Verbo, es también propia y perfectamente « imagen y figura del Padre», como San Pablo le llama en diversos lugares; pero lo que tratamos ahora es lo que toca al ser de hombre, y lo que buscamo s es el título por donde la naturaleza humana de Cristo merece ser llamada sus Faces. Y para decirlo en una palabra, decimos que Cristo hombre es Faces y Cara de Dios, porque como cada uno se conoce en la cara, así Dios se nos representa en Él, y se nos demuestra quién es clarísima y perfectisímamente. Lo cual en tanto es verdad, que por ninguna de las criaturas por sí, ni por la universidad de ellas juntas, los rayos de las divinas condiciones y bienes relucen y pasan a nuestros ojos, ni mayores ni más cla ros, ni en mayor abundancia que por el alma de Cristo, y por su cuerpo y por todas sus inclinaciones, hechos y dichos, con todo lo demás que pertenece a su oficio.
Y comencemos por el cuerpo, que es lo primero y más descubierto; en el cual, aunque no le vemos, mas por la relación que tenemos de él, y entre tanto que viene aquel bienaventurado día en que por su bondad infinita esperamos verle amigo para nosotros y alegre; así que, dado que no le veamos, pero pongamos ahora con la fe los ojos en aquel rostro divino y en aquellas figuras de Él, figuradas con el dedo del Espíritu Santo; y miremos el semblante hermoso y la postura grave y suave, y aquellos ojos y boca, aquésta nadando siempre en dulzura, y aquéllos muy más claros y resplandecientes que el sol; y miremos toda la compostura del cuerpo, su estado, su movimiento, sus miembros concebidos en la misma pureza, y dotados de inestimable belleza...
Mas ¿para qué voy menoscabando este bien con mis pobres palabras, pues tengo las del mismo Espíritu que le formó en el vientre de la sacratísima Virgen, que nos le pintan en el libro de los Cantares por la boca de la enamorada pastora, diciendo: « Blanco y colorado, trae bandera entre los millares. Su cabeza, oro de Tíbar; sus cabellos enriscados y negros; sus ojos como los de las palomas, junto a los arroyos de las aguas, bañadas en leche; sus mejillas como eras de plantas olorosas de los olores de confección; sus labios, violetas que destilan preciada mirra. Sus manos, rollos llenos de oro de Tarsis. Su vientre, bien como el marfil adornado de zafiros. Sus piernas, columnas de mármol fundadas sobre bases de oro fino; el su semblante como el del Líbano, erguido como los cedros; su paladar, dulzuras, y todo Él deseos. »
Pues pongamos los ojos en esta acabada beldad, y contemplémosla bien, y conoceremos que todo lo que puede caber de Dios en un cuerpo, y cuanto le es posible participar de él, y retraerle y
figurarle y asemejársele, todo esto, con ventajas grandísimas, entre todos los otros cuerpos resplandece en aquéste; y veremos que en su género y condición es como un retrato vivo y perfecto.
Porque lo que en el cuerpo es color —q ue quiero, para mayor evidencia, cotejar por menudo cada una cosa con otra, y señalar en este retrato suyo, que formó Dios de hecho, habiéndole pintado muchos años antes con las palabras, cuán enteramente responde todo con su verdad; aunque, por no ser largo, diré poco de cada cosa, o no la diré, sino tocarla he solamente—, por manera que el color en el cuerpo, el cual resulta de la mezcla de las cualidades y humores que hay en él, y que es lo primero que se viene a los ojos responde a la liga —o si lo podemos decir así— a la mezcla y tejido que hacen entre sí las perfecciones de Dios. Pues así como se dice de aquel color que se tiñe de colorado y de blanco, así toda esa mezcla secreta se colora de sencillo y amoroso. Porque lo que luego se nos ofrece a los ojos, cuando los alzarnos a Dios, es una verdad pura y una perfección simple y sencilla que ama.
Y asimismo la cabeza en el cuerpo dice con lo que en Dios es la alteza de su saber. Aquélla, pues, es de oro de Tíbar, y aquésta son tesoros de sabiduría. Los cabellos, que de la cabeza nacen, se dicen ser enriscados y negros; los pensamientos y consejos que proceden de aquel saber, son ensalzados y obscuros. Los ojos de la providencia de Dios y los ojos de aqueste cuerpo unos unos; que éstos miran, como palomas bañadas en leche, las aguas; aquéllos atienden y proveen a la universidad de las cosas con suavidad y dulzura grandísima dando a cada una su sustento, y como digamos, su leche.
Pues ¿qué diré de las mejillas, que aquí son eras olorosas de plantas, y en Dios son su justicia y su misericordia, que se descubren y se le echan más de ver, como si dijésemos, en el uno y en el otro lado del rostro, y que esparcen su olor por todas las cosas? Que, como es escrito, « todos los caminos del Señor son misericordia y verdad. »
Y la boca y los labios, que son en Dios los avisos que nos da y las Escrituras santas donde nos habla, así como en este cuerpo son violetas y mirra, así en Dios tienen mucho de encendido y de amargo, con que encienden a la virtud y amargan y amortiguan el vicio. Y ni más ni menos, lo que en Dios son las manos, que son el poderío suyo para obrar y las obras hechas por Él, son semejantes a las de este cuerpo,