De Los Nombres de Cristo. Fray Luis de León

De Los Nombres de Cristo - Fray Luis de León


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así, está suficientemente probado, si no se os ofrece otra cosa.

      —Ninguna —dijo al punto Juliano; antes ha rato ya que el nombre y esperanza de este fruto ha despertado en nuestro gusto golosina de él.

      —Merecedor es de cualquier golosina y deseo —respondió Marcelo—, porque es dulcísimo Fruto, y no menos provechoso que dulce, si ya no le menoscaba la pobreza de mi lengua e ingenio.

      Pero idme respondiendo, Sabino, que lo quiero haber ahora con vos. Esta hermosura de cielo y mundo que vemos, y la otra mayor que entendemos y que nos esconde el mundo invisible, ¿fue siempre como es ahora, o hízose ella a sí misma, o Dios la sacó a luz y la hizo?

      —Averiguado es —dijo Sabino— que Dios crió el mundo con todo lo que hay en él, sin presuponer para ello alguna materia, sino sólo con la fuerza de su infinito poder, con que hizo, donde no había ninguna cosa, salir a luz esta beldad que decís. Mas ¿qué duda hay en esto?

      —Ninguna hay —replicó, prosiguiendo, Marcelo—; mas decidme más adelante: ¿Nació esto de Dios, no advirtiendo Dios en ello, sino como por alguna natural consecuencia, o hízolo Dios porque quiso y fue su voluntad libre de hacerlo?

      —También es averiguado —respondió luego Sabino— que lo hizo con propósito y libertad.

      —Bien decís —dijo Marcelo—, y pues conocéis eso, también conoceréis que pretendió Dios en ello algún grande fin.

      —Sin duda, grande —respondió Sabino—, porque siempre que se obra con juicio y libertad es a fin de algo que se pretende.

      —¿Pretendería de esa manera —dijo Marcelo— Dios en esta su obra algún interés y acrecentamiento suyo?

      —En ninguna manera —respondió Sabino.

      —¿Por qué? —dijo Marcelo.

      Y Sabino respondió:

      —Porque Dios, que tiene en sí todo el bien, en ninguna cosa que haga fuera de sí puede querer ni esperar para sí algún acrecentamiento o mejoría.

      —Por manera —dijo Marcelo— que Dios, porque es Bien infinito y perfecto, en hacer el mundo no pretendió recibir bien alguno de él, y pretendió algún fin, como está dicho. Luego si no pretendió recibir, sin ninguna duda pretendió dar; y si no lo crió para añadirse a sí algo, criólo sin ninguna duda para comunicarse Él a sí, y para repartir en sus criaturas sus bienes.

      Y cierto, este sólo es fin digno de la grandeza de Dios, y propio de quien por su naturaleza es la misma bondad; porque a lo bueno su propia inclinación le lleva al bienhacer, y cuanto es más bueno uno, tanto se inclina más a esto. Pero si el intento de Dios, en la creación y edificio del mundo, fue hacer bien a lo que criaba, repartiendo en ello sus bienes, ¿qué bienes o qué comunicación de ellos fue aquella a quien como a blanco enderezó Dios todo el oficio de esta obra suya?

      —No otros —respondió Sabino— sino esos mismos que dio a las criaturas, así a cada una en particular como a todas juntas en general.

      —Bien decís —dijo Marcelo—, aunque no habéis respondido a lo que os pregunto.

      ¿En qué manera? —respondió.

      —Porque —dijo Marcelo— como esos bienes tengan sus grados, y como sean unos de otros de diferentes quilates, lo que pregunto es: ¿A qué bien, o a qué grado de bien entre todos enderezó Dios todo su intento principalmente?

      —¿Qué grados —respondió Sabino— son ésos?

      —Muchos son —dijo Marcelo— en sus partes; mas la Escuela los suele reducir a tres géneros: a naturaleza, a gracia y a unión personal. A la naturaleza pertenecen los bienes con que se nace; a la gracia pertenecen aquellos que después de nacidos nos añade Dios; el bien de la unión personal es haber juntado Dios en Jesucristo su persona con nuestra naturaleza. Entre los cuales bienes es muy grande la diferencia que hay.

      Porque lo primero, aunque todo el bien que vive y luce en la criatura es bien que puso en ella Dios, pero puso en ella Dios unos bienes para que le fuesen propios y naturales, que es t odo aquello en que consiste su ser y lo que de ello se sigue; y éstos decimos que son bienes de naturaleza, porque los plantó Dios en ella y se hace con ellos, como es el ser y la vida y el entendimiento, y lo demás semejante. Otros bienes no los plantó Dios en lo natural de la criatura ni en la virtud de sus naturales principios para que de ellos naciesen, sino sobrepúsolos Él por sí solo a lo natural, y así no son bienes fijos ni arraigados en la naturaleza, como los primeros, sino movedizos bienes, como son la gracia y la caridad y los demás dones de Dios; y éstos llamamos bienes sobrenaturales de gracia.

      Lo segundo, dado, como es verdad, que todo este bien comunicado es una semejanza de Dios, porque es hechura de Dios, y Dios no puede hacer cosa que no le remede, porque en cuanto hace se tiene por dechado a sí mismo; mas, aunque esto es así, todavía es muy grande la diferencia que hay en la manera de remedarle. Porque en lo natural remedan las criaturas el ser de Dios, mas en los bienes de gracia remedan el ser y condición y el estilo, y como si dijésemos, la vivienda y bienandanza suya; y así, se avecinan y juntan más a Dios por esta parte las criaturas que la tienen, cuanto es mayor esta semejanza que la semejanza primera. Pero en la unión personal no remedan ni se parecen a Dios las criaturas, sino vienen a ser el mismo Dios, porque se juntan con Él en una misma persona.

      Aquí Juliano, atravesándose, dijo:

      —Las criaturas todas, ¿se juntan en una persona con Dios ?

      Respondió Marcelo riendo:

      —Hasta ahora no trataba del número, sino trataba del cómo; quiero decir, que no contaba quiénes y cuántas criaturas se juntan con Dios en estas maneras, sino contaba la manera como se juntan y le remedan; que es o por naturaleza o por gracia o por unión de persona. Que, cuanto al número de los que se le ayuntan, clara cosa es que, en los bienes de naturaleza, todas las criaturas se avecinan a Dios; y solas, y no todas, las que tienen entendimiento en los bienes de gracia; y en la unión personal sola la Humanidad de nuestro Redentor Jesucristo. Pero, aunque con sola aquesta humana naturaleza se haga la unión personal propiamente, en cierta manera también, en juntarse Dios con ella, es visto juntarse con todas las criaturas, por causa de ser el hombre como un medio entre lo espiritual y lo corporal, que contiene y abraza en sí lo uno y lo otro. Y por ser, como dijeron antiguamente, un menor mundo o un mundo abreviado.

      —Esperando estoy —dijo Sabino entonces — a qué fin se ordena este vuestro discurso.

      —Bien cerca estamo s ya de ello —respondió Marcelo— porque, pregúntoos: Si el fin por que crió Dios todas las cosas fue solamente por comunicarse con ellas, y si esta dádiva y comunicación acontece en diferentes maneras, como hemos ya visto; y si unas de estas maneras son má s perfectas que otras, ¿no os parece que pide la misma razón que un tan grande Artífice, y en una obra tan grande, tuviese por fin de toda ella hacer en ella la mayor y más perfecta comunicación de sí que pudiese?

      —Así parece —dijo Sabino.

      —Y la mayor —dijo siguiendo Marcelo—, así de las hechas como de las que se pueden hacer, es la unión personal que se hizo entre el Verbo divino y la naturaleza humana de Cristo, que fue hacerse con el hombre una misma persona.

      —No hay duda —respondió Sabino—, sino que es la mayor.

      —Luego —añadió Marcelo— necesariamente se sigue que Dios, a fin de hacer esta unión bienaventurada y maravillosa crió todo cuanto se parece y se esconde; que es decir que el fin para que fue fabricada toda la variedad y belleza del mundo fue por sacar a luz este compuesto de Dios y hombre, o, por mejor decir, este juntamente Dios y hombre, que es Jesucristo.

      —Necesariamente se sigue —respondió Sabino.

      —Pues —dijo entonces Marcelo— esto es ser Cristo Fruto; y darle la Escritura este nombre


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