De Los Nombres de Cristo. Fray Luis de León
árbol la raíz no se hizo para sí, y menos el tronco que nace y se sustenta sobre ella, sino lo uno y lo otro, juntamente con las ramas y la flor y la hoja, y todo lo demás que el árbol produce, se ordena y endereza para el fruto que de él sale, que es el fin y como remate suyo; así por la misma manera, estos cielos extendidos que vemos, y las estrellas que en ellos dan resplandor, y entre todas ellas esta fuente de claridad y de luz que todo lo alumbra, redonda y bellísima; la tierra pintada con flores y las aguas pobladas de peces; los animales y los hombres, y este universo todo, cuan grande y cuan hermoso es, lo hizo Dios para fin de hacer hombre a su Hijo, y para producir a luz este único y divino Fruto que es Cristo, que con verdad le podemos llamar el parto común y general de todas las cosas,
Y así como el fruto para cuyo nacimiento se hizo en el árbol la firmeza del tronco y la hermosura de la flor, y el verdor y frescor de las hojas, nacido, contiene en sí y en su virtud todo aquello que para él se ordenaba en el árbol, o por mejor decir, el árbol todo contiene, así también Cristo, para cuyo nacimiento crió primero Dios las raíces firmes y hondas de los elementos, y levantó sobre ellas después esta grandeza del mundo con tanta variedad, como si dijésemos, de ramas y hojas, lo contiene todo en sí, y lo abarca y se resume en Él, y como dice San Pablo « se recapitula» todo lo no criado y criado, lo humano y lo divino, lo natural y lo gracioso. Y como de ser Cristo llamado Fruto por excelencia, entendemos que todo lo criado se ordenó para Él, así también de esto mismo ordenado, podemos, rastreando, entender el valor inestimable que hay en el Fruto para quien tan grandes cosas se ordenan. Y de la grandeza y hermosura y cualidad de los medios, argüimos la excelencia sin medida del fin.
Porque si cualquiera que entra en algún palacio o casa real rica y suntuosa, y ve primero la fortaleza y firmeza del muro ancho y torreado, y las muchas órdenes de las ventanas labradas, y las galerías y los chapiteles que deslumbran la vista, y luego la entrada alta y adornada con ricas labores, y después los zaguanes y patios grandes y diferentes, y las columnas de mármol, y las largas salas y las recámaras ricas, y la diversidad y muchedumbre y orden de los aposentos, hermoseados todos con peregrinas y escogidas pinturas, y con el jaspe y el pórfiro y el marfil y el oro que luce por los suelos y paredes y techos; y ve juntamente con esto la muchedumbre de los que sirven en él, y la disposición y rico aderezo de sus personas, y el orden que cada uno guarda en su ministerio y servicio, y el concierto que todos conservan entre sí; y oye también los menestriles y dulzura de música; y mira la hermosura y regalos de los lechos, y la riqueza de los aparadores que no tienen precio, luego conoce que es incomparablemente mejor y mayor aquel para cuyo servicio todo aquello se ordena; así debemos nosotros también entender que, si es hermosa y admirable esta vista de la tierra y del cielo, es sin ningún término muy mas hermoso y maravilloso Aquel por cuyo fin se crió. Y que, si es grandísima, como sin ninguna duda lo es, la majestad de este templo universal que llamamos mundo nosotros Cristo, para cuyo nacimiento se ordenó desde su principio, y a cuyo servicio se sujetará todo después y a quien ahora sirve y obedece, y obedecerá para siempre, es incomparablemente grandísimo, gloriosísimo, perfectísimo, más mucho de lo que ninguno puede ni encarecer ni entender. Y finalmente, que es tal, cual inspirado y alentado por el Espíritu Santo, San Pablo dice, escribiendo a los Colosenses
« Es imagen de Dios invisible, y el engendrado primero que todas las criaturas, porque para Él se fabricaron todas, así en el cielo como en la tierra, las visibles y las invisibles; así, digamos, los tronos como las dominaciones, como los principados y potentados, todo por Él y para Él fue criado; y Él es el adelantado entre todos, y todas las cosas tienen ser por Él. Y Él también, del cuerpo de la Iglesia es la cabeza; y Él mismo es el principio y el primogénito de los muertos, para que en todo tenga las primerías. Porque le plugo al Padre y tuvo por bien que se aposentase en Él todo lo sumo y cumplido. »
Por manera que Cristo es llamado Fruto porque es el fruto del mundo, esto es, porque es el fruto para cuya producción se ordenó y fabricó todo el mundo. Y así Esaías, deseando su nacimiento, y sabiendo que los cielos y la naturaleza toda vivía y tenía ser principalmente para este parto, a toda ella se le pide diciendo: « Derramad rocío, cielos, desde vuestras alturas; y vosotras, nubes, lloviendo, enviadnos al Justo; y la tierra se abra y produzca y brote al Salvador. »
Y no solamente por esta razón que hemos dicho Cristo se llama Fruto, sino también porque todo aquello que es verdadero fruto en los hombres, digo fruto que merezca parecer ante Dios y ponerse en el cielo, no sólo nace en ellos por virtud de este Fruto, que es Jesucristo, sino en cierta manera también es el mismo Jesús. Porque la justicia y santidad que derrama en los ánimos de sus fieles, así ella como los demás bienes y santas obras que nacen de ella, y que naciendo de ella después la acrecientan, no son sino como una imagen y retrato vivo de Jesucristo; y tan vivo, que es llamado Cristo en las Letras Sagradas, como parece en los lugares adonde nos amonesta San Pablo « que nos vistamos de Jesucristo»; porque el vivir justa y santamente es imagen de Cristo. Y así por esto, como por el espíritu suyo que comunica Cristo e infunde en los buenos, cada uno de ellos se llama Cristo, y todos ellos juntos en la forma ya dicha, hacen un mismo Cristo.
Así lo testificó San Pablo, diciendo: « Todos los que en Cristo os habéis bautizado, os habéis vestido de Jesucristo; que allí no hay judío ni gentil, ni libre ni esclavo, ni hembra ni varón, porque todos sois uno en Jesucristo. » Y en otra parte: « Hijuelos míos, que os engendro otra vez hasta que Cristo se forme en vosotros. » Y amonestando a los Romanos a las buenas obras, les dice y escribe: « Desechemos, pues, las obras obscuras y vistamos armas de luz; y como quien anda de día, andemos vestidos y honestos. No en convites y embriagueces, no en desordenado sueño y en deshonestas torpezas, ni menos en competencias y envidias, sino vestíos del Señor Jesucristo. » Y que todos estos Cristos son un Cristo solo, dícelo Él mismo a los Corintios por estas palabras: « Como un cuerpo tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, son un cuerpo, así también Cristo. »
Donde, como advierte San Agustín, no dijo, concluyendo la semejanza, así es Cristo y sus miembros, sino así es Cristo, para nos enseñar que Cristo, nuestra cabeza, está en sus miembros, y que los miembros y la cabeza son un solo Cristo, como por aventura diremos más largamente después.
Y lo que decimos ahora, y lo que de todo lo dicho resulta, es conocer cuán merecidamente Cristo se llama Fruto pues todo el fruto bueno y de valor que mora y fructifica en los hombres es Cristo y de Cristo, en cuanto nace de Él y en cuanto le parece y remeda, así como es dicho. Y pues hemos platicado ya lo que basta acerca de aquesto, proseguid, Sabino, en vuestro papel.
—Deteneos —dijo Juliano alargando contra Sabino la mano—; que si olvidado no estoy, os falta, Marcelo, por descubrir lo que al principio nos propusistes: de lo que toca a la nueva y maravillosa concepción de Cristo, que, como dijistes, este nombre significa.
—Es verdad e hiciste muy bien, Juliano, en ayudar mi memoria —respondió al punto Marcelo—, y lo que pedís es aquesto: este nombre que unas veces llamamos Pimpollo y otras veces llamamos Fruto, en la palabra original no es fruto como quiera, sino es propiamente el fruto que nace de suyo, sin cultura ni industria. En lo cual, al propósito de Jesucristo a quien ahora se aplica, se nos demuestran dos cosas: la una, que no hubo ni saber, ni valor, ni merecimiento, ni industria en el mundo que mereciese de Dios que se hiciese hombre, esto es, que produjese este Fruto; la otra, que en el vientre purísimo y santísimo de donde aqueste Fruto nació, anduvo solamente la virtud y obra de Dios, sin ayuntarse varón.
Mostró, como oyó esto, moverse de su asiento u n poco Juliano; y como acostándose hacia Marcelo, y mirándole con alegre rostro, le dijo:
—Ahora me place más el haberos, Marcelo, acordado lo que olvidábades; porque me deleita mucho entender que el artículo de la limpieza y entereza virginal de nuestra común Madre y Señora, está significado en las Letras y profecías antiguas. Y la razón lo pedía. Porque adonde se dijeron y escribieron, tantos años antes que fuesen, otras cosas menores, no era posible que se callase un misterio tan grande. Y si se os ofrecen algunos otros