De Los Nombres de Cristo. Fray Luis de León

De Los Nombres de Cristo - Fray Luis de León


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y todo era muy bueno. »

      Pues para las entrañas de Dios y para la fecundidad de su virtud, que es como el vientre, donde todo se engendra, ¿qué imagen será mejor que este vientre blanco y como hecho de « marfil y adornado de zafiros»?

      Y las piernas del mismo, que son hermosas y firmes, como mármoles sobre basas de oro, clara pintura sin duda son de la firmeza divina no mudable, que es como aquello en que Dios estriba.

      Es también su semblante como el del Líbano, que es como la altura de la naturaleza divina, llena de majestad y belleza.

      Y, finalmente, es dulzuras su paladar, y deseos todo él; para que entendamos del todo cuán merecidamente este cuerpo es llamado imagen y Faces y cara de Dios, el cual es dulcísimo y amabilísimo por todas partes, así como escrito: « Gustad y ved cuán dulce es el Señor. Y ¡cuán grande es, Señor, la muchedumbre de tu dulzura, que escondiste para los que te aman!

      Pues si en el cuerpo de Cristo se descubre y reluce tanto la figura divina, ¿cuánto más expresa imagen suya será su santísima alma, la cual verdaderamente, así por la perfección de su naturaleza como por los tesoros de sobrenaturales riquezas que Dios en ella ayuntó, se asemeja a Dios y le retrata más vecina y acabadamente que otra criatura ninguna? Y después del mundo original, que es el Verbo, el mayor del mundo y el más vecino al original es aquesta divina alma, y el mundo visible, comparado con ella, es pobreza y pequeñez; porque Dios sabe y tiene presente delante de los ojos de su conocimiento todo lo que es y puede ser; y el alma de Cristo ve con los suyos todo lo que fue, es y será.

      En el saber de Dios están las ideas y las razones de todo, y en esta alma el conocimiento de todas las artes y ciencias. Dios es fuente de todo el ser, y el alma de Cristo de todo el buen ser, quiero decir, de todos los bienes de gracia y justicia, con que lo que es se hace justo y bueno y perfecto; porque de la gracia que hay en Él mana toda la nuestra. Y no sólo es gracioso en los ojos de Dios para sí, sino para nosotros también; porque tiene justicia, con que parece en el acatamiento de Dios amable sobre todas las criaturas; y tiene justicia poderosa para hacerlas amables a todas, infundiendo en sus vasos de cada una algún efecto de aquella su grande virtud, como es escrito: « De cuya abundancia recibimos todos gracia por g racia»; esto es, de una gracia otra gracia; de aquella gracia, que es fuente, otra gracia que es como su arroyo; y de aquel dechado de gracia que está en Él, un traslado de gracia o una otra gracia trasladada que mora en los justos.

      Y, finalmente, Dios cría y sustenta al universo todo, y le guía y endereza a su bien; y el alma de Cristo recría y repara y defiende, y continuamente va alentando e inspirando para lo bueno y lo justo, cuanto es de su parte, a todo el género humano.

      Dios se ama a sí y se conoce infinitamente; y ella le ama y le conoce con un conocimiento y amor, en cierta manera infinito. Dios es sapientísimo, y ella de inmenso saber, Dios poderoso, y ella sobre toda fuerza natural poderosa. Y como si pusiésemos muchos espejos en diversas distancias delante de un rostro hermoso, la figura y facciones de él, en el espejo que le estuviese más cerca, se demostraría mejor, así esta alma santísima, como está junto, y si lo hemos de decir así, apegadísima por unión personal al Verbo divino, recibe sus resplandores en sí y se figura de ellos más vivamente que otro ninguno.

      Pero vamos más adelante, y pues hemos dicho del cuerpo de Cristo y de su alma por sí, digamos de lo que resulta de todo junto, y busquemos en sus inclinaciones y condición y costumbres aquestas Faces e imagen de Dios.

      Él dice de sí « que es manso y humilde, y nos convida a que aprendamos a serlo de Él» .

      Y mucho antes el profeta Esaías viéndole en espíritu, nos le pintó con las mismas condiciones diciendo

      « No dará voces n i será aceptador de personas, y su voz no sonará fuera. A la caña quebrantada no quebrará, ni sabrá hacer mal ni aun a una poca de estopa, que echa humo. No será acedo ni revoltoso. » Y no se ha de entender que es Cristo manso y humilde por virtud de la gra cia que tiene solamente, sino, así como por inclinación natural son bien inclinados los hombres, unos a una virtud y otros a otra, así también la humanidad de Cristo, de su natural compostura, es de condición llena de llaneza y mansedumbre.

      Pues con ser Cristo, así por la gracia que tenía como por la misma disposición de su naturaleza, un dechado de perfecta humildad; por otra parte, tiene tanta alteza y grandeza de ánimo, que cabe en Él, sin desvanecerle, el ser Rey de los hombres y Señor de los ángeles y Cabeza y Gobernador de todas las cosas, y el ser adorado de todas ellas y el estar a la diestra de Dios, unido con Él y hecho una persona con Él. Pues ¿qué es esto sino ser Faces del mismo Dios?

      El cual, con ser tan manso como la enormidad de nuestros pecados y la grandeza de los perdones suyos, y no sólo de los perdones, sino de las maneras que ha usado para nos perdonar, lo testifican y enseñan; es también tan alto y tan grande como lo pide el nombre de Dios, y como lo dice Job con galana manera: « Alturas de cielos, ¿qué farás? Honduras de abismo, cómo le entenderás? Longura más que tierra medida suya, y anchura allende del mar. » Y juntamente con esta inmensidad de grandeza y celsitud, podemos decir que se humilla tanto y se allana con sus criatura s, que tiene cuenta con los pajaricos, y provee a las hormigas, y pinta las flores y desciende hasta lo más bajo del centro y hasta los más viles gusanos. Y, lo que es más claro argumento de su llana bondad, mantiene y acaricia a los pecadores y los alumbra con esta luz hermosa que vemos; y estando altísimo en sí, se abaja con sus criaturas, y como dice el salmo: « Estando en el cielo, está también en la tierra. »

      Pues ¿qué diré del amor que nos tiene Dios, y de la caridad para con nosotros que arde en el alma de Cristo? ¿De lo que Dios hace por los hombres, y de lo que la humanidad de Cristo ha padecido por ellos? ¿Cómo los podré comparar entre sí, o qué podré decir, cotejándolos, que más verdadero sea, que es llamar a esto Faces e imagen de aquello? Cristo nos amó hasta darnos su vida; y Dios, inducido de nuestro amor, porque no puede darnos la suya, danos la de su Hijo Cristo, porque no padezcamos infierno y porque gocemos nosotros del cielo, padece prisiones y azotes y afrentosa y dolorosa muerte.

      Y Dios, por el mismo fin, ya que no era posible padecerla en su misma naturaleza, buscó y halló orden para padecerla por su misma persona. Y aquella voluntad ardiente y encendida, que la naturaleza humana de Cristo tuvo de morir por los hombres, no fue sino como una llama que se prendió del fuego de amor y deseo, que ardían en la voluntad de Dios, de hacerse hombre para morir por ellos.

      No tiene fin este cuento; y cuanto más desplego las velas, tanto hallo mayor camino que andar, y se me descubren nuevos mares cuanto más navego; y cuanto más considero estas Faces, tanto por más partes se me descubren en ellas el ser y las perfecciones de Dios.

      Mas conviéneme ya recoger, y hacerlo he con decir solamente que así como Dios es trino y uno, trino en personas y uno en esencia, así Cristo y sus fieles, por representar en esto también a Dios, son en personas muchos y diferentes, mas como ya comenzamos a decir, y diremos más largamente después, en espíritu y en una unidad secreta, que se explica mal con palabras y que se entiende bien por los que la gustan, son uno mismo. Y dado que las cualidades de gracia y de justicia y de los demás dones divinos que están en los justos, sean en razón semejantes, y divididos y diferentes en número; pero el espíritu que vive en todos ellos, o por mejor decir, el que los hace vivir vida justa, y el que los alienta y menea, y el que despierta y pone en obra las mismas cualidades y dones que he dicho, es en todos uno y solo, y el mismo de Cristo. Y así vive en los suyos Él, y ellos viven por Él y todos en Él; y son uno mismo multiplicado en personas, y, en cualidad y substancia de espíritu, simple y sencillo, conforme a lo que pidió a su Padre, diciendo: « Para que sean todos una cosa, así como somos una cosa nosotros. »

      Dícese también Cristo Faces de Dios porque, como por la cara se conoce uno, así Dios por medio de Cristo quiere ser conocido. Y el que sin este medio le conoce, no le conoce; y por esto dice Él de sí mismo, « que manifestó


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