De Los Nombres de Cristo. Fray Luis de León
que decir algo que pertenezca al loor de mi única Abogada y Señora; que aunque lo es generalmente de todos, mas atrévome yo a llamarla mía en particular, porque desde mi niñez me ofrecí todo a su amparo. Y no os engañáis nada, Juliano, en pensar que los Libros y Letras del Testamento Viejo no pasaron callando por una extrañeza tan nueva, y señaladamente tocando a personas tan importantes. Porque, ciertamente, en muchas partes la dicen con palabras para la fe muy claras, aunque algo obscuras para los corazones a quien la infidelidad ciega, conforme a como se dicen otras muchas cosas de las que pertenecen a Cristo, que, como San Pablo dice, « es misterio escondido, el cual quiso Dios decirle y esconderle por justísimos fines; y uno de ellos fue para castigar así con la ceguedad y con la ignorancia de cosas tan necesarias a aquel pueblo ingrato por sus enormes pecados.
Pues viniendo a lo que pedís, clarísimo testimonio es, a mi juicio, para este propósito, aquello de Esaías que poco antes decíamos: « Derramad, cielos, rocío, y lluevan las nubes al Justo. » Adonde, aunque, como veis, va hablando del nacimiento de Cristo como de una planta que nace en el campo, empero no hace mención ni de arado ni de azada ni de agricultura; sino solamente de cielo y de nubes y de tierra, a los cuales atribuye todo su nacimiento.
Y a la verdad, el que cotejare estas palabras que aquí dice Esaías con las que acerca de esta misma razón dijo a la benditísima Virgen el arcángel Gabriel, verá que son casi las mismas, sin haber entre ellas más diferencia de que lo que dijo el arcángel con palabras propias, porque trataba de negocio presente, Esaías lo significó con palabras figuradas y metafóricas, conforme al estilo de los profetas.
Allí dijo el ángel: « El Espíritu Santo vendrá sobre ti. » Aquí dice Esaías: « Enviaréis, cielos, vuestro rocío. » Allí dice que la virtud del alto le hará sombra. » Aquí pide que se extiendan las nubes.
Allí: «Y lo que nacerá de ti santo, será llamado Hijo de Dios. » Aquí: « Ábrase la tierra y produzca al Salvador. » Y sácanos de toda duda lo que luego añade diciendo: « Y la justicia florecerá juntamente, y Yo, el Señor, le crié. » Porque no dice: « Y Y o, el Señor, la crié» , conviene a saber, la justicia, de quien dijo que había de florecer juntamente; sino «Yo le crié, conviene a saber, al Salvador, esto es, a Jesús, porque Jesús es el nombre que el original allí pone. Y dice Yo le crié, y atribúyese a sí la creación y nacimiento de esta bienaventurada salud, y préciase de ella como de hecho singular y admirable, y dice:
« Yo, Yo», como si dijese: «Yo solo, y no otro conmigo. »
Y también no es poco eficaz para la prueba de esta misma verdad, la manera como habla de Cristo, en el capítulo 4 de su propia Escritura, este mismo profeta, cuando, usando de la misma figura de plantas y frutos y cosas del campo, no señala para su nacimiento otras causas más de a Dios y a la tierra, que es a la Virgen y al Espíritu Santo. Porque, como ya vimos, dice: « En aquel día será el PIMPOLLO de Dios magnífico y glorioso, y el fruto de la tierra subirá a grandísima alteza. »
Pero entre otros, para este propósito, hay un lugar singular en el salmo 109, aunque algo obscuro según la letra latina; mas, según la original, manifiesto y muy claro, en tanto grado que los doctores antiguos, que florecieron antes de la venida de Jesucristo, conocieron de allí, y así lo escribieron, que la Madre del Mesías había de concebir virgen, por virtud de Dios y sin obra de varón.
Porque vuelto el lugar que digo a la letra, dice de esta manera: « En resplandores de santidad del vientre y de la aurora, contigo el rocío de tu nacimiento. » En las cuales palabras, y no por una de ellas, sino casi por todas, se dice y se descubre este misterio que digo. Porque lo primero, cierto es que habla en este salmo con Cristo el profeta. Y lo segundo, también es manifiesto que habla en este verso de su concepción y nacimiento; y las palabras vientre y nacimiento, que, según la propiedad original también se puede llamar generación, lo demuestran abiertamente.
Mas que Dios solo, sin ministerio de hombre haya sido el hacedor de esta divina y nueva obra en el virginal y purísimo vientre de Nuestra Señora, lo primero se ve en aquellas palabras: « En resplandores de santidad. » Que es como decir que había de ser concebido Cristo, no en ardores deshonestos de carne y de sangre, sin o en resplandores santos del cielo; no con torpeza de sensualidad, sino con hermosura de santidad y de espíritu. Y demás de esto, lo que luego se sigue de aurora y de rocío, por galana manera declara lo mismo; porque es una comparación encubierta, que si la descubrimos, sonará así: En el vientre, conviene a saber, de tu madre, serás engendrado como en la aurora; esto es, como lo que un aquella sazón de tiempo se engendra en el campo con sólo el rocío, que entonces desciende del cielo; no con riego ni con sudor humano..
Y últimamente, para decirlo del todo, añadió: « Contigo el rocío de tu nacimiento. » Que porque había comparado a la aurora el vientre de la madre, y porque en la aurora cae el rocío con que se fecunda la tierra, prosiguiendo en su semejanza, a la virtud de la generación, llamóla rocío también.
Y a la verdad, así es llamada en las divinas Letras en otros muchos lugares, esta virtud vivífica y generativa con que engendró Dios al principio el cuerpo de Cristo, y con que, después de muerto, le reengendró y resucitó, y con que en la común resurrección tornará a la vida nuestros cuerpos deshechos, como en el capítulo 26 de Esaías se ve. Pues dice a Cristo David que este rocío y virtud que formó su cuerpo y le dio vida en las virginales entrañas, no s e la prestó otro, ni la puso en aquel santo vientre alguno que viniese de fuera; sino que Él mismo la tuvo de su cosecha y la trajo consigo. Porque cierto es que el Verbo divino, que se hizo hombre en el sagrado vientre de la santísima Virgen, Él mismo formó allí el cuerpo y la naturaleza del hombre de que se vistió. Y así, para que entendiésemos esto, David dice bien que « tuvo Cristo consigo el rocío de su nacimiento» . Y aun así como decimos nacimiento en este lugar, podemos también decir niñez; que, aunque viene a decir lo mismo que nacimiento, todavía es palabra que señala más el ser nuevo y corporal que tomó Cristo en la Virgen, en el cual fue niño primero, y después mancebo, y después perfecto varón; porque en el otro nacimiento eterno que tiene de Dios, siempre nació Dios eterno y perfecto e igual con su Padre.
Muchas otras cosas pudiera alegar a propósito de aquesta verdad; mas porque no falte tiempo para lo demás que nos resta, baste por todas, y con ésta concluyo, la que en el capítulo 53 dice de Cristo Esaías: « Subirá creciendo como Pimpollo delante de Dios, y como raíz y arbolico nacido en tierra seca. » Porque si va a decir la verdad, para decirlo como suele hacer el profeta, con palabras figuradas y obscuras, no pudo decirlo con palabras q ue fuesen más claras que éstas. Llama a Cristo arbolico, y porque le llama así, siguiendo el mismo hilo y figura, a su santísima Madre llámala tierra conforme a razón; y habiéndola llamado así, para decir que concibió sin varón, no había una palabra que mejor ni con más significación lo dijese, que era decir que fue tierra seca. Pero, si os parece, Juliano, prosiga ya Sabino adelante.
—Prosiga —respondió Juliano—. Y Sabino leyó:
FACES DE DIOS
[Declárase cómo Cristo tiene el nombre de Faces o Cara de Dios, y
por qué le conviene este nombre.]
« También es llamado Cristo FACES DE DIOS, como parece en el salmo 88, que dice: ‘La misericordia y la verdad precederán tus faces’. Y dícelo, porque con Cristo nació la verdad y la justicia y la misericordia, como lo testifica Esaías, diciendo: ‘Y la justicia nacerá con Él juntamente
’. Y también el mismo David, cuando en el salmo 84 que es todo del advenimiento de Cristo,