De Los Nombres de Cristo. Fray Luis de León

De Los Nombres de Cristo - Fray Luis de León


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a ser imagen de Dios? Y si no puede llegar, ¿en qué manera diremos que es su nombre propio? Y aun hay en esto otra gran dificultad; que si el fin de los nombres es, que por medio de ellos las cosas cuyos son estén de nosotros, como dijiste, excusada cosa fue darle a Dios nombre, el cual está tan presente a todas las cosas y tan lanzado, como si dijésemos, en sus entrañas, y tan infundido y tan íntimo como está su ser de ellas mismas.

      —Abierto habíais la puerta, Juliano —respondió Marcelo—, para razones grandes y profundas, si no la cerrara lo mucho que hay que decir en lo que Sabino ha propuesto. Y así, no os responderé más de lo que basta para que esos vuestros ñudos queden desatados y sueltos. Y

      comenzando de lo postrero, digo que es grande verdad que Dios está presente en nosotros, y tan vecino y tan dentro de nuestro ser como Él mismo de sí; porque en Él y por Él, no sólo « nos movemos»

      y respiramos, sino también « vivimos y tenemos» ser como lo confiesa y predica San Pablo. Pero nos está presente, que en esta vida nunca nos es presente.

      Quiero decir que está presente y junto con nuestro ser, pero muy lejos de nuestra vista y del conocimiento claro que nuestro entendimiento apetece. Por lo cual convino, o por mejor decir, fue necesario que « entre tanto que andamos peregrinos de Él» en estas tierras de lágrimas, ya que no se nos manifiesta ni se junta con nuestra alma su cara, tuviésemos, en lugar de ella, en la boca algún nombre y palabra, y en el entendimiento alguna figura suya, como quiera que ella sea imperfecta y obscura, y, como San Pablo llama « enigmática» . Porque, cuando volare de esta cárcel de tierra, en que ahora nuestra alma presa trabaja y afana, como metida en tinieblas, y saliere a lo claro y a lo puro de aquella luz, Él mismo, que se junta con nuestro ser ahora, se juntará con nuestro entendimiento entonces; y Él por sí, y sin medio de otra tercera imagen, estará junto a la vista del alma; y no será entonces su nombre otro que Él mismo, en la forma y manera que fuere visto; y cada uno le nombrará con todo lo que viere y conociere de Él, esto es, con el mismo Él, así y de la misma manera como le conociere.

      Y por esto dice San Juan en el libro del Apocalipsis que Dios a los suyos en aquella felicidad, demás de que « les enjugará las lágrimas» y les borrará de la memoria los duelos pasados,

      « les dará a cada uno una piedrecilla menuda y en ella un nombre escrito, el cual sólo el que la recibe le conoce». Que no es otra cosa sino el tanto de sí y de su esencia, que comunicará Dios con la vista y el entendimiento de cada uno de los bienaventurados; qué con ser uno en todos, con cada uno será en diferente grado, y por una forma de sentimiento cierta y singular para cada uno.

      Y, finalmente, este nombre secreto que dice San Juan, y el nombre con que entonces nombraremos a Dios, será todo aquello que entonces en nuestra alma será Dios, el cual., como dice San Pablo, « será todo en todas las cosas» . Así que en el cielo, donde veremos, no tendremos necesidad para con Dios de otro nombre más que del mismo Dios; mas en esta obscuridad, adonde, con tenerle en casa, no le echamos de ver, esnos forzado ponerle algún nombre. Y no se le pusimos nosotros, sino Él por su grande piedad se le puso luego que vio la causa y la necesid ad.

      En lo cual es cosa digna de considerar el amaestramiento secreto del Espíritu Santo que siguió el santo Moisés acerca de esto, en el libro de la creación de las cosas. Porque tratando allí la historia de la creación, y habiendo escrito todas las obras de ella, y habiendo nombrado en ellas a Dios muchas veces, hasta que hubo criado al hombre, y Moisés lo escribió, nunca le nombró con este su nombre, como dando a entender que antes de aquel punto no había necesidad de que Dios tuviese nombre, y que, nacido el hombre, que le podía entender y no le podría ver en esta vida, era necesario que se nombrase. Y como Dios tenía ordenado de hacerse hombre después, luego que salió a luz el hombre quiso humanarse, nombrándose.

      Y a lo otro, Juliano, que propusistes, que siendo Dios un abismo de ser y de perfección infinita, y habiendo de ser el nombre imagen de lo que nombra, cómo se podía entender que una palabra limitada alcanzase a ser imagen de lo que no tiene limitación; algunos dicen que este nombre, como nombre que se le puso Dios a sí mismo, declara todo aquello que Dios entiende en sí, que es el concepto y Verbo divino, que dentro de sí engendra entendiéndose; y que esta palabra que nos dijo y que suena en nuestros oídos, es señal que nos explica aquella palabra eterna e incomprensible que nace y vive en su seno; así como nosotros con las palabras de la boca declaramos todo lo secreto del corazón. Pero, como quiera que esto sea, cuando decimos que Dios tiene nombres propios, o que éste es nombre propio de Dios, no queremos decir que es cabal nombre, o nombre que abraza y que nos declara todo aquello que hay en Él. Porque uno es el ser propio, y otro es el ser igual o cabal. Para que sea propio basta que declare, de las cosas que son propias a aquella de quien se dice, alguna de ellas; mas si no las declara todas entera y cabalmente, no será igual. Y así a Dios, si nosotros le ponemos nombre, nunca le pondremos un nombre entero y que le iguale, como tampoco le podemos entender como quien Él es entera y perfectamente; porque lo que dice la boca es señal de lo que se entiende en el alma. Y así, no es posible que llegue la palabra adonde el entendimiento no llega.

      Y para que ya nos vamos acercando a lo propio de nuestro propósito y a lo que Sabino leyó del papel, ésta es la causa por qué a Cristo Nuestro Señor se le dan muchos nombres, conviene a saber su mucha grandeza y los tesoros de sus perfecciones riquísimas, y juntamente la muchedumbre de sus oficios y de los demás bienes que nacen de él y se derraman sobre nosotros. Los cuales, así como no pueden ser abrazados con una vista del alma, así mucho menos pueden ser nombrados con una palabra sola. Y como el que infunde agua en algún vaso de cuello largo y estrecho, la envía poco a poco y no toda de golpe, así el Espíritu Santo, que conoce la estrechez y angostura de nuestro entendimiento, no nos presenta así todo junta aquella grandeza, sino como en partes nos la ofrece, diciéndonos unas veces algo de ella debajo de un nombre, y debajo de otro nombre otra cosa otras v eces. Y así vienen a ser casi innumerables los nombres que la Escritura divina da a Cristo; porque le llama León y Cordero, y Puerta y Camino, y Pastor y Sacerdote, y Sacrificio y Esposo, y Vid y Pimpollo, y Rey de Dios y Cara suya, y Piedra y Lucero, y Oriente y Padre, y Príncipe de Paz y Salud, y Vida y Verdad, y así otros nombres sin cuento. Pero de aquestos muchos escogió solos diez el papel, como más substanciales; porque, como en él se dice, los demás todos se reducen o pueden reducir a éstos en ciert a manera.

      Mas conviene, antes que pasemos adelante, que admitamos primero que, así como Cristo es Dios, así también tiene nombres que por su divinidad le convienen; unos, propios de su Persona, y otros, comunes a toda la Trinidad; pero no habla con estos nombres nuestro papel, ni nosotros ahora tocaremos en ellos, porque aquéllos propiamente pertenecen a los nombres de Dios.

      Los Nombres de Cristo, que decimos ahora, son aquellos solos que convienen a Cristo en cuanto hombre, conforme a los ricos tesoros d e bien que encierra en sí su naturaleza humana, y conforme a las obras que en ella y por ella Dios ha obrado y siempre obra en nosotros.

      Y con esto, Sabino, si no se os ofrece otra cosa, proseguid adelante.

      Y Sabino leyó luego:

       PlMPOLLO

       Índice

       [Es llamado Cristo Pimpollo , y explícase cómo le conviene este nombre, y el modo de su maravillosa concepción.]

      « El primer nombre puesto en castellano se dirá bien PIMPOLLO, que en la lengua original es ‘cemah’, y el texto latino de la Sagrada Escritura unas veces lo traslada diciendo germen, y otras diciendo ‘oriens’. Así le llamó el Espíritu Santo en el capítulo 4 del profeta Esaías: ‘En aquel día el Pimpollo del Señor será en grande alteza, y el fruto de la tierra muy ensalzado’. Y por Jeremías en el capítulo 33: ‘Y haré que nazca a David Pimpollo de justicia y haré justicia y razón sobre la tierra’. Y


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